27 junio 2013

Capitulo 65 Montaña Rusa

El tiempo pasó. No sé cuánto, pero fue el suficiente como para que empezara a mirar a mis ahorros con mas cariño. Siempre que contaba  los billetes, terminaba enojada, pero con el correr de los meses y haciendo uso de mi poca paciencia, vi cómo aumentaban. Igualmente, no era la suma que necesitaba. Para eso faltaba mucho.

Los chicos se habían vuelto a Hamburgo, y después de despotricar tanto, esa ciudad me empezó a dar curiosidad. ¿Y si me iba yo también? Pero no, no sé qué haría yo ahí. A la ciudad a la que tenía que ir, era Londres. Allí conseguiría dinero.
Después de viajar y de darle escasas explicaciones a mi madre cuando abrió la puerta de su casa y me vio allí plantada, me dirigí al primer banco que encontré. No era el mas importante, pero tampoco el mas...ordinario. Era un término medio.
No sabía muy bien adónde dirigirme, sólo había carteles que indicaban cosas que no necesita. Finalmente vi a un tipo detrás de un escritorio, mirando una lapicera como si fuera lo mas espectacular del mundo.
-¡Hola! –saludé con mi mejor sonrisa.
El tipo apenas levantó la mirada.
-¿Qué querés nena?
Bufé. Que fuera bajita y demasiado joven como para estar ahí, no significaba que pudiera decirme “nena” con tanto desprecio.
-Vengo a pedir un crédito.
Me miró con pocas ganas. Seguramente era porque iba a pedir dinero.
-Para eso hay que hablar con el gerente.
-Y...¿dónde está?
-Primero tenés que hablar con la secretaria. Es por allá.
Allá. ¿Dónde está allá? Ésta gente inútil de los bancos....caminé esquivando a una fila de jubilados hasta que llegué a un sector lleno de escritorios. Una rubia que enrulaba su pelo en un lápiz me miró.
-¿Necesitabas algo?
-Si, hablar con el gerente, es por un préstamo.
-Mañana a las 11 hs.
-Pero...¿no puede ser ahora?
-Mañana a las  11 –volvió a repetir.
Sellé mis labios para no soltarle una barbaridad y salí de allí. De todos modos, al día siguiente estaría allí, por mas que me trataran mal.
Y así hice. Luego de media hora de espera, la rubia me dijo que podía pasar.
Entré a una oficina un poco austera, y detrás de un gran escritorio vi a un tipo, joven. A sus lados, un teléfono y una máquina de escribir.
-Siéntese. –indicó con amabilidad.
Me senté frente a él, nerviosa. En Liverpool me habían negado todos los créditos por dos razones: por no ganar un sueldo que a ellos les asegurara que les devolvería el dinero, y por ser hija de Rudolph Wells. Mi padre había tenido deudas con todos.
-¿Me dice su apellido?
-Wells. –dije temblando. Quizás, hipotéticamente, tenían informaciones de no aceptar a ningún Wells.
-Me dijo Sandy que viene por un préstamo.
Deduje que Sandy sería la rubia y asentí.
-¿Para qué desea usted el dinero?
-Quiero abrir mi propio negocio.
-¿De qué?
-Discos y libros.
-¿Y eso vende mucho?
-Ammm...no lo sé. Pero me gusta.
-¿No ha hecho un estudio de mercado para saber si tendría éxito?
-Ehh....no. Pero sé que se vende, los jóvenes compran mucho. Compramos.
-Mmm...¿Usted trabaja?
-Sí, en una cafetería.
-¿Es la dueña?
-No.
-¿Lo son sus padres?
-No, soy empleada.
-¿Y de cuánto quiere el  crédito?
-Ehh...el de menor monto.
-¿De cuánto? –repitió, severo. Ya la idea del crédito se estaba esfumando, por las preguntas y el tono en el que las hacía, al tipo no le estaba cayendo bien.
-3000 libras.
Me volvió a mirar con la misma cara de severidad. Extendió su mano y antes de que me hablara, supe qué quería, porque lo había aprendido en Liverpool: el recibo de sueldo.
Se lo di, lo leyó, y me lo devolvió.
-Lo siento. Para que le otorguemos un crédito debe ganar más.
-¿Pero por qué? No gano tan mal, y con el negocio mío me irá bien.
-No, lo siento.
-¿Y entonces para quiénes dan créditos? ¿Para los que ya tienen dinero? ¡Se supone que si se lo pido es porque lo necesito!
-No se altere.
-A mi no me diga lo que tengo o no que hacer. Me cansaron los bancos. ¿Sabe qué? Me da ganas de sacar una pistola y robarles todo. ¿Cómo la ve?
-Señorita cálmese o llamo a seguridad.
-No hace falta, me voy sola. El sistema no me quiere, y usted es un puto capitalista. ¡Aguante Marx!
Di un portazo y chocándome a la gente, salí del banco. Estaba enojada, sí, pero no tanto como parecía. Mi intención era hacer escándalo y que así me dieran el dinero, pero no resultó.

Luego de plantearle todas mis quejas a mi madre, Harry, que escuchaba con paciencia, decidió darme un consejo.
-Los bancos privados son así. Tenés que ir a uno del Estado.
-Ya no voy a ir mas  a ninguno. ¡Los odio a todos! Ojalá que la gente los prenda fuego, manga de burócratas.
Ninguno de los dos pudo reprimir una risita, que me enojó aún mas.
-Yo te voy a acompañar.
-Puedo sola.
-Pero no has tenido éxito. –dijo comprensivamente –Haremos esto: yo te acompaño, vos hablás, y si te dicen que no, muestro cuánto gano yo. Ahí ya te lo darán.
-Pero vos no vas a pagar...
-Ya lo sé, pero lo que ellos quieren es estar seguros de que devolverás el dinero. Si vos no podés, sabrán que yo gano bien.
-¡Pero yo no te pediré dinero Harry!
-Ya sé que no lo harás....Mercy, es como si les mintiéramos. Ellos no saben que vos no me pedirás dinero, pero pensarán que sí. Y sabrán que yo sí gano lo suficiente. Además, en tu negocio ganarás bien, no necesitarás la ayuda de nadie.
-Harry tiene razón –intervino mi madre –A una jovencita ni siquiera le deben prestar atención cuando habla. En cambio, si vas con alguien mayor...
-Al final, no sirve de nada ser mayor de edad –me crucé de brazos, encaprichada.
-Y, si te enojás así...-mi madre sonrió.
-¡No te rías! ¡Es frustrante!
-¿Dejarás que Harry te acompañe?
-Dije que no iré a ningún otro banco más. Me iré a robar por ahí, me irá mejor.
-Mercy Wells....
-Ay, está bien. Voy a ir adonde él me diga. Pero si fallamos, no pruebo más.



Al día siguiente, bien temprano, Harry y yo traspusimos las altas puertas del Banco de Inglaterra. Esperamos pacientemente hasta que el gerente, un hombre bajito y canoso, al que seguramente le faltaba poco para jubilarse, nos atendió. Me escuchó atentamente, porque antes de que me atornillara a preguntas, le expliqué para qué quería el dinero, y le di mi recibo.
-Mmm....no es mucho...
-Lo sé, pero por algo le estoy pidiendo el dinero.
Harry se aclaró la garganta, y reaccioné en que estaba metiendo la pata.
-Señor gerente, soy el padrastro de la señorita Wells. Sírvase, mi recibo.
El gerente leyó el recibo, y luego volvió a leer el mío.
-No está mal. ¿Cuánto quiere?
-3000.
-¿En un plazo de...?
-Dos años. En dos años le pago todo, con intereses incluidos. Quizás antes.
Está bien, se lo concederé, pero sólo porque tiene el respaldo del señor –miró a Harry –En unos minutos mi secretaria los hará pasar con un encargado que les tomará los papeles y firmarán. En la caja les darán el dinero.
Miré a Harry, agradecida. Ahora ya lo tenía y sabía que nada me podría parar.



-Nunca vi tanto dinero junto –dije al terminar de contar los billetes en la cocina.
-Mas vale que lo inviertas bien.
-Mamá, ya sabés que lo haré.
-Bien...-mi madre, que aún no estaba convencida del todo con mi proyecto, salió a comprar verduras.
Nuevamente los conté, y sí, eran 3000 contantes y sonantes.
Harry se sentó frente a mí y se encendió un puro.
-¿Están todos?
-Sí, ni uno mas, ni uno menos.
-Qué lástima que no hay uno mas –rió.
-Harry, gracias. Si no hubiera sido por vos, no me lo daban.
-No agradezcas, no hice nada.
Sonreí. No había dudas, era un buen tipo.



Salí de la estación de trenes de Liverpool, apretando contra mí una pequeña cartera. No llevaba todo el dinero allí, otro poco iba en la maleta y el resto en el...corpiño. Sí, ahí.
Caminaba rápido, me parecía que todos con los que me cruzaba sabían que tenía dinero y que me lo robarían.
-¡Hola!
-AAAAAHHHHH!!!!
-Ay, ¿qué te pasa?
Oh sí, qué genial. Quien pensaba que me iba a robar, no era otro que Richard. Me miraba asustado, con sus faroles azules. Después, cambió su expresión y se rascó la cabeza.
-¿Estás bien? –preguntó con temor.
-Ehh...sí, sí. Me asusté.
-Pero sólo te dije hola.
-Es que estaba concentrada. Hola.
-Hola –volvió a repetir, riéndose. –Estabas de viaje, ¿no?
-Sí, fui a Londres.
-Permitime –tomó mi maleta con una sonrisa en la cara -¿Vas para tu casa?
-Sí.
-Te acompaño.
Le sonreí, algo nerviosa. Él también estaba tan...hombre. Ya no parecía ese petiso al que John molestaba diciéndole “arbusto”.
-¿Cómo estás? ¿Seguís en la banda?
-Sí, va todo de maravillas. Antes de irse, George me contó que vas a poner un negocio, ¿es cierto?
-¡Qué enano chusmo que es!
-Bueno, ya no es tan enano –rió.
-Lo que sea, enano o lungo, no tiene porqué ir desparramando noticias –resoplé –Y sí, voy a poner mi negocio.
-Eso es genial, te vas para arriba morocha.
Escucharlo decirme eso, después de tanto tiempo, fue como un golpe, pero un golpe dulce, si es que existen. Bueno, me derritió, pero me mantuve impasible.
-Espero que tenga éxito –fue todo lo que respondí, y ya estábamos frente a mi casa.
-Vas a ver que sí. Avisame cuando estés por abrirlo, o por si necesitás ayuda –me guiñó un ojo y dejó mi maleta en la puerta –Fue un gusto verte, espero que no te asuste la próxima vez que te encuentre.
-No lo creo, me asustaré con tu fealdad.
Soltó una carcajada y negó con la cabeza.
-¡Sos terrible, eh! Bueno, nos vemos.
-Chau ¡y gracias!
Entre a mi casa sonriendo. Tenía la certeza de que nada podía salir mal. Pero estaba equivocada.
John volvió,  todos volvieron. Volvieron con un extraño corte de pelo, que los hacía ver chistosos, y de eso me ría cada vez que me los encontraba. La idea había sido de Astrid, y cuando supe eso dejé de molestarlos, porque para esas alturas, la palabra de Astrid era sagrada.
Todos estaban contentos, pero a John lo veía extraño. Al principio pensé que se había peleado con Stu, pero él me había escrito una carta y no me comentaba nada de eso. Por lo tanto, la actitud de John me llamaba la atención. No parecía enojado, ni triste, parecía...preocupado. ¿Pero por qué tendría que estar preocupado si a él no le importaba nada? Como no pensaba quedarme con la duda, y también porque quería saber qué tenía para poder ayudarlo, una noche lo invité a cenar.
-¡COMIDAAAA! –así entró gritando a casa, antes de saludarme.
-Momento piraña con lentes. La comida no está.
-¿Eh?
-Comeremos pizza. Andá a buscarlas.
-Pero...pero...
-No hay peros.
-¡Wells me engañaste! Bueno, traje vino, pero es para mí solo.
-No seas cruel...
-Lo lamento –fue hasta la cocina y, revolviendo los cajones, encontró un sacacorchos. Mientras luchaba para abrir la botella, me miró –Decime qué ye traés entre manos. Es raro que me invites a comer. A comer no comida porque no hay.
-Bien. Sabés que voy direct¡Vas a romper el sacacorchos!
-No entiendo cómo se usa ésta porquería.
-Bueno, arreglate, pero no rompas nada. Te decía que soy directa, así que ahí va.¿Qué te está pasando?
-¿Eh? ¿A mí? –su expresión cambió notoriamente, estaba serio, pero a la legüa se notaba que quería disimular mientras sacaba, al fin, el corcho -¡Bien!
-John, hablo en serio.
Me miró y suspiró. Se giró, apoyó la espalda en la mesada, dejó el corcho a un lado y volvió a suspirar.
-¿Tanto se me nota?
-No sé, pero yo, que te conozco bien, lo noto. ¿Qué tenés?
-Es que...es muy difícil.
-John, me has contado cada cosa...Somos hermanos, ¿no te acordás?
-Sí pero...Mercy, esta vez no.
-¿Pero por qué? Te noto preocupado, quisiera saber qué te está pasando para poderte ayudar.
-Está bien pero....¡ay, soy un imbécil!
Se pasó la mano por el pelo, pateó el suelo con bronca y otra vez se giró, apoyando las manos en la mesada. Me mantuve en mi lugar, mirándolo.
-No te va a gustar lo que te voy a decir.
-No importa, decime.
-Prometemete que no te enojarás,.
-No, no me enojo....
Se quedó en silencio. Estaba nervioso, y apretaba las mandíbulas. Al fin soltó un suspiro, y bajó la cabeza.
-Me enamoré de Marcia.
Sentí que se me helaba la sangre, que de pronto dejaba de respirar,
-¿Qué? –comencé a notar la furia, pero la misma furia  había hecho que mi pregunta apenas se escuchara.
-Lo que te dije.
-John, ¡estás loco! ¡Eso no puede ser!
-Ya lo sé, pero no me la puedo sacar de la cabeza.
-Te acostaste con ella, ¿no? ¿Cuántas veces?
Tragó saliva.
-Dos. Antes de irme a Alemania, y cuando volví.
-¡Sos un idiota!
Ya lo sé, te lo dije,. Prometiste que no te enojarías.
-¡Pensé que te gustaba Cris!
-Sí ,sí, me gusta también, me encanta pero Marcia...no sé.
-John es...¡es una puta! ¡Siempre lo supiste! Y es una puta en todo sentido, porque como persona es un asco.
-Sí, lo sé.
-¡¿Y entonces cómo fuiste tan estúpido?! –estaba gritando mucho, pero no me podia controlar. Veía que John se estaba conteniendo, pero iba a estallar de un momento a otro.
-¡No sé, no sé! Siempre me puso como loco, ya sabés cómo es, calienta a todos.
-¡Pero justamente por eso! No, no estás enamorado, estás confundido porque al fin te acostaste con ella.
-Que no Wells, que no. Siento...siento que la quiero.
-No te puedo creer. ¡No te puedo creer! Querer a esa bazofia....¡John, me hizo echar de la universidad! ¿No pensaste eso?
-Si, si...
-¡¿Cómo no te contuviste?! ¡¿Por qué los hombres piensan nada mas que en acostarse con mujeres, por mas putas que sean?! ¡¿Por qué sos como todos?!
-¡Bueno, disculpame señorita perfección, que hace AÑOS que se aguanta la calentura que tiene con un tipo! ¡No vengas vos a darme clases de moral a mí! ¡Sos una reprimida, bien que te hubiera gustado acostarte con él!
Lo callé de un cachetazo. Me miré la mano, y lo miré a él. Estaba rojo de furia, y yo seguramente también lo estaba.
-Sos un hijo de puta. –se lo dije escupiendo las palabras. Sabía que eso le dolería en lo mas profundo, pero sin embargo, se lo dije. Al instante me arrepentí, pero era tarde.
-¡Nunca mas vuelvas a decirte eso, con mi madre no te metas!
Ciego de rabia y dolor, me tomó del cuello y me arrinconó contra la pared. Fue un segundo, pero en ese segundo tuve miedo. No era el mismo John, era como si estuviera poseído por el diablo.
-John...-su nombre apenas salió de mi boca. Estaba temblando y sentí el calor de unas lágrimas corriendo por mis mejillas.
De inmediato, su mirada cambió. Todo ese enojo se disipó y sólo vi espanto. Sentí que sus manos se aflojaban de mi cuello y dejó de mirarme, para mirárselas. Tembló, y me volvió a mirar con los ojos húmedos. Me tragué las lágrimas, aún sentí miedo de él.
-Pe...perdón....Perdón Mercy, perdón....-se echó a mis brazos, a llorar como un niño. Con lentitud lo abracé, aún bastante pasmada –Perdoname..¿qué hice? Perdón, perdón...
-Tranquilo, ya pasó.-
Me soltó, y me tomó la cara. Jamás lo había visto así, tan desesperado.
-¿Co..cómo pude hacerte eso Mercy? ¡Soy una basura! Perdón....¡no sé porqué lo hice!
-Ya, John, no pasó nada, te perdono –lo abracé y no pude evitar sollozar yo también.
-Pero...¡carajo, sos mi hermana! Te hice daño, ¿por qué? ¿Por qué soy una bestia? Siempre haciéndole mal a todos los que quiero...
-John, vamos, tranquilo –lo separé y lo miré –Ya pasó, fue un impulso, no me hiciste nada, ¿lo ves? No me ahorcaste ni nada. Yo te pegué y te dije algo horrible sabiendo que te iba a lastimar. Perdoname vos a mí.
-Está bien, pero...¡sos Mercy! ¿Cómo pude hacerte esto?
-Ya está, olvidémonos de todo esto. Tranquilizate. Ya nos pedimos perdón, listo.
-Pero yo no me lo perdono...-se secó las lágrimas con la manga de la chaqueta, mientras me miraba y seguía negando con la cabeza –Sos mi hermana....
Lo abracé nuevamente hasta que se tranquilizó. Aún estaba asustada, pero ante mí tenía al John de siempre. No sé cuánto estuvimos  así, hasta que me separé de él.
-Va a ser mejor que vayas por las pizzas –sonreí.
-De acuerdo –sacó su pañuelo y se sonó la nariz –Perdón.
-Basta John, hagamos como si nunca hubiera pasado nada.
-Si, pero...Pedón.
-Volvés a pedirme perdón y te pego de vuelta.
Rió apenas y asintió. Después, se acercó y me dio un beso en la frente.
-Te quiero, hermana fea.
-Y yo a vos, y mucho.
Sonrió apenas, y se fue.


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Holaaaaaa!
Perdon por la tardabza, pero ya saben todo el cuento que les digo cuando tardo jajajaja
Y me voy bien rapido tambien, que mi merienda me espera.
Sólo agradezco a todos los que leen y comentan esta cosa, y preparense para el próximo capi, eh! 
Besitos!

09 junio 2013

Capitulo 64 Buenos Amigos

Los días eran largos y soleados. El verano era, por fin, un verano, y lo disfrutaba bastante, ahora que no me la pasaba encerrada estudiando. Trabajaba, sí, pero era distinto. Por lo menos, veía gente.
Esa tarde, caminaba con paso decidido, sacudiendo mi cabeza para apartar a mi cabello despeinado, que parecía empecinado en taparme la visión. Transpiraba a pesar del vestido livianito que llevaba, pero era porque casi llevaba, a rastras, una bolsa plástica bastante grande y pesada. Allí llevaba los libros de la universidad, libros que regalaría a la biblioteca pública para que los aprovechara alguien con mas suerte que yo. Aún seguía dándole vueltas al tema, y por mas que no quisiera, me sentía un fracaso con vestido. El hecho de no tener qué estudiar ni dónde, me ponía mal, pero a la vez no sentía ganas de estudiar.
Resoplando, tomé la bolsa con ambas manos, faltaba poco para llegar.  Mágicamente se apareció Juliet, con el estuche de su saxofón al hombro. Seguramente, recién salía de su clase.
-¿Qué hacés? –dijo luego de que nos saludáramos -¿Qué llevás en esa bolsa?
-Libros, los regalaré a la biblioteca.
-¿Puedo velos? A lo mejor me interesa alguno.
Abrió la bolsa y sacó dos o tres ejemplares. Luego de leer los títulos y poner cara de no entender nada, los volvió a guardar.
-No sé de qué son.
-Sabía que no te gustarían, son los que usaba en la universidad.
-Pensé que eran novelas, o cuentos....Ey, ¿que pensás de Astrid? –dijo en un susurro.
Sonreí debido  a la pregunta tan repentina y al tono de voz que había usado. Hacía dos días que Astrid estaba en Liverpool y el revuelo aún continuaba.
-Pues...me cae bien.
-A mí también –asintió con una amplia sonrisa –Es un poco extraña, pero me parece buena.
-Nos parece extraña porque es extranjera y habla...
-Gracioso –interrumpió ella.
-No te burles –reí.
-Es la verdad.
-Pero mirá esto: ella debe sentirse como sapo de otro pozo, es lógico que no esté super mega simpática. Hay que entenderla.
-Y nosotras seguro que también le parecemos extrañas....Bueno, será mejor que me vaya, no quiero llegar tarde al trabajo. ¡Nos vemos!
Corriendo, entró en la tienda de ropa que quedaba a pocos metros de donde nos habíamos encontrado. Hacía muy poco tiempo que Juliet había comenzado a trabajar allí como ayudante, y eso para ella era una manera mas de demostrarle a sus padres que era independiente. Era lo que muchas chicas estaban haciendo. Supongo que eso era parte de la tan aclamada “liberación femenina”.



Regresaba a casa, extenuada. Últimamente, me cansaba mucho por todo y eso me llamaba la atención. Seguramente tendría la anemia por las nubes, pero...¿ir al médico? Ni loca.
-¡Wells! ¡Mercy!
Achiqué los ojos y miré a mi alrededor, tratando de visualizar de dónde provenían esos gritos. Casi solté una carcajada cuando vi a Mimi y a John, sentados en su jardín, tomando sol como si estuvieran en la playa, ambos con anteojos negros que los hacían parecer un par de mafiosos.
Crucé la calle y abrí la puertita de su jardín.
-Hola vecina y hola sobrino de la vecina.
-¿Cómo estás? –dijo Mimi –Pareces cansada.
-Es que lo estoy.
-Ey fea –John se quitó los lentes y emitió una queja cuando el sol le dio de lleno en sus achinados ojos -¿Tenés algo que hacer ahora?
-Ehh...no. Solamente bañarme, tengo calor.
-Dejá a tu mugre tranquila –se puso de pie y le dio los lentes a Mimi –Acompañame a la casa de Stu.
-¿Yo? ¿Por qué?
-Tengo que hablar unas cosas con él, y así charlás con Astrid.
No pude ocultar un gesto de desacuerdo. La idea de tener que charlar con Astrid no me asustaba, pero me incomodaba y me ponía nerviosa. ¿De qué podría hablar yo con una chica que tenía fama de rara, o bohemia? Yo muy normal no era, pero tenía miedo de... pasar por ignorante.
Miré a Mimi, que se había quitado los lentes y reprendía a John por hacerle una visita tan corta. Cuando ella me miró sólo hizo un gesto de aprobación y una media sonrisa.
-Andá Mercy, la chica no te va a comer, yo la conozco. De paso acompañás a este salvaje, siempre prefiero que esté con vos y no que ande solo o con otros de sus...amigos.
-¿Lo ves? Hasta Mimi está de cuerdo –John tomó su bicicleta y luego de hacerle un saludo militar a su tía, salió a la vereda.
-¿Iremos en bici?
-Claro, subite.






Llegamos a la casa de Stu después de casi caernos por la forma en la que íbamos peleando arriba de esa bicicleta. Por esos días, Stu estaba en su casa y no en el chiquero que compartía con Lennon, porque debía darle una buena imagen a su novia.
Mientras John bajaba y dejaba la bici en un lugar donde no estorbara, yo toqué timbre. De inmediato abrió Stu.
-¡Hola linda! Hola...feo.
John le dio un golpecito en el brazo y riendo, entramos a la casa. Vi a Astrid, sentada en el sofá, hojeando una revista. Ni bien nos vio se puso de pie para saludarnos.
-¿Cómo estás John? –dijo saludándolo afectuosamente –Hola...¿Mercy era tu nombre?
-Sí –asentí tratando de sonreír.
-Disculpame, es que en estos días me han presentado tanta gente que se me mezclan todos los nombres.
-Tenés que recordarla como la loca fea.
-No empieces, John.
-¿Que no empiece? Te recuerdo que la que empezó fuiste vos, y que por tu culpa casi nos caemos en medio de la calle.
Parecía que se iba a desatar otra pelea cuando Astrid, que primero nos miraba desconcertada y después riendo, nos preguntó:
-¿Ustedes son novios?
Detuvimos nuestra discusión para largar unas carcajadas de foca drogada. Evidentemente, no estaba comportándome cono debía frente a una desconocida.
-Somos hermanos. –dije cuando al fin recuperé el aire.
-¡Hermanos?
-Bueno, no exactamente –dijo John –No somos hermanos, pero sí.
-Cariño, la relación de estos dos es un poco...delirante –intervino Stu, poniéndonos una mano en cada hombro.
-Eso veo...
-Vamos Astrid, ¿no te acordás? Ella es Mercy Wells, te he hablando de ella.
-Sí, pero me decías que era Mercy, o tu vecina, o tu socia...siempre algo distinto. Por eso pensaba que en realidad era tu novia.
-Pues no, no lo es. Me daría asco.
-A mí también –agregué.
-Bien Stu,. ¿puedo hablar con vos?
-Claro.
-Mercy, quedate con Astrid y portate bien.
Le saqué la lengua y ambos se fueron a la cocina.
-Sentate –Astrid palmeó el sofá y me senté junto a ella. Bien, no tenía que ponerme nerviosa, solo era una chica.
-Y...¿cómo la estás pasando acá? –dije para romper el hielo.
-¡Genial! La verdad que todos son muy simpáticos y muy buenos. Me agrada que Stu tenga tantos amigos y conocidos que lo quieren.
-Es que s e hace querer.
-Sí, es así. Tenía un poco de miedo, pensé que la familia me rechazaría, pero no. Como soy alemana, pues...a veces da miedo y hasta vergüenza lo que piensen los demás.
-¡Ay no! Los que hacen eso son tontos, lo importante es que seas buena persona. Y si sos la novia de Stu, eso está asegurado.
-¿De verdad?
-Claro. Debe quererte mucho, porque jamás le conocí una novia, decía que eso no era para él, y siempre andaba enamorando chicas, pero nada mas. Quizás a alguna le decía “novia” pero nada que ver, ya sabés cómo son los hombres. Así que es un gran acontecimiento que tenga una.
-Bueno...gracias, eso me da tranquilidad. Ehh...¿querés tomar algo?
-Un vaso de agua.
-Ok –Astrid caminó hacia la cocina. Me quedé mirando todo, ya no estaba tan nerviosa. Volvió enseguida y me alcanzó el vaso.
-Gracias. –le di un sorbo –Está fresca.
-Mejor, porque hace mucho calor. Y...aparte de trabajar en la cafetería, ¿estudiás?
-Estudiaba, pero me echaron.
-¡Ay, sos vos a la que expulsaron de la universidad! –exclamó con sorpresa, mirándome como si fuera algo fuera de lo común.
-Ehh...sí.
-John me contó, no lo podía creer. Igual me parece genial que te echen de la universidad.
-¿Eh? –pregunté desconcertada. De algo me estaba perdiendo, ¿cómo que genial?
-Hay que ser especial como para que te expulsen.
-Ah, ya sé a lo que te referís. Pensás que me echaron por tener ideas nuevas que no encajan con el ámbito académico.
-Sí.
-No me echaron por eso –reí un poco –Me hizo echar una chica escondiéndome cosas en el bolso. No fue por comunista.
Astrid rió un poco también, pero enseguida se puso seria.
-Entonces...disculpame, no debí haber dicho que era genial.
-No hay nada que disculpar, porque en cierto modo es genial.
Rió, esta vez con mas ganas.
-¿No te gustaría dedicarte a la fotografía?
-¿Yo? No, me gusta y admiro a quienes toman buenas fotos, pero yo soy un desastre.
-Podrías estudiar....
-Es que hay que tener talento, y reconozco que no nací con eso. Abby, la novia o...ex novia o....bueno, no sé bien qué es, de Paul, trabaja en el periódico. Le va muy bien con las fotos, y eso que no estudió. Igual está juntando dinero para ir a estudiar a Londres.
-Ahh sí, Abby...Paul siempre la nombraba, pero no la conocí aún.
Se hizo un silencio, hasta que me animé a preguntar algo.
-¿St volverá con vos?
Sonrió apenas, mirándome con sus ojos raros, como ella, y quizás adivinando la intención de mi pregunta. Respondió como pidiendo perdón.
-Si...quiere estudiar en Hamburgo.
-Ahh...bueno, pueden venir para acá cuando puedan.
-¡Seguro! –contestó recuperando la alegría –Esperá...¿puedo tomarte una foto? Es que como estás despeinada, te ves bien.
-Ohh...¡sos la primera que me dice eso! Sí, definitivamente sos una chica rara –enseguida me arrepentí por decir en voz alta lo que pensaba, pero ella sólo se rió.
-Tenés razón, soy rara.
-Bueno, si querés,  tomame una foto. Pero no vayas a andar publicándola.
-Tranquila, no haré eso –tomó su cámara, que descansaba sobre una pequeña mesa junto al sofá y se posicionó.
-¿Y qué hago?
-Nada, quedate como estás. A ver...¡listo! Otra mas....¡ya está! Ya que estamos, otra. ¡Perfecto! Te las enviaré ni bien las tenga. Uy, en Hamburgo preguntarán quién es ésta chica.
-Preguntarán quién es ésta chica fea, eso te faltó decir.
-No creas, causarías estragos, como los chicos.
-¡Pero si en Alemania son todos lindos! Así, rubios como vos, altos....
-Pero somos todos iguales. Cuando aparece uno distinto, se arma la hecatombe.
Me eché a reír, desparramándome en el sofá. Entendí porqué John había tenido tantas mujeres. No era por lindo, era por “distinto”. Otra cosa: ya ni me acordaba de mis nervios, esa chica quizás era rara, pero estaba un poco loca como yo.
John y Stu se aparecieron.
-Bueno perro, ya nos vamos.
-¿Perdón? ¿A quién le decís perro?
-A vos Wells, a vos. Vení pichicho.
-No te pego nada mas porque hay gente.
Nos despedimos de los dos y otra vez nos subimos a la bici, a seguir peleando.
-¡John, ésa chica es genial!



Martes. George estaba de vuelta y eso significaba clase de guitarra. Para mí, claro. Él seguramente ni se acordaría.
-¿Qué hacés acá, bestia? –preguntó ni bien abrió la puerta.
-Hoy es martes.
-¿Y? Ayer fue lunes y mañana miércoles.
-No te hagas. Dame clase.
-Lo decís como si m estuvieras asaltando.
-Es que tengo que amenazarte para que me hagas caso.
-Pero...ufa Wells, no tengo ganas.
Me crucé de brazos y golpeé repetidamente mi pie contra el suelo, mirándolo como si fuera una asesina serial.
-Está bien, entrá. –dijo al fin, de mala gana.
Entré y vi a sus dos hermanos, desparramados en los sillones, mirando televisión, casi durmiéndose.
-Váyanse, tengo que dar clase.
-No jodas George, andá a tu habitación. –respondió uno de ellos.
-No puedo, ¿qué dirá mamá?
-Uy, está bien, señorito viajante –dijo el otro, poniéndose de pie y haciéndole señas a su hermano –Ey, linda alumna.
-No seas idiota. ¿Y vos de qué te reís?
-De nada. –contesté tratando de ahogar una risita.
-Lo que me faltaría, emparentar con vos.
Me senté frente a él, que ya se estaba acomodando su guitarra, que estaba en uno de los sillones.
-Ya no me acuerdo de lo que te enseñé.
-Y yo tampoco.
-¡Ay, no seas bestia! ¿Cómo que no te acordás de nada?
-Y...no. Ey Harrisoncito..¿ya saben acá sobre Juliet?
-Sólo mi mamá, ella siempre está de mi lado –sonrió con picardía. –Pero mi viejo no, se pone como loco si se entera. Y mis hermanos...no, porque después se lo cuentan a todo el mundo. El problema son los padres de ella. Bueno, empecemos a tocar cualquier cosa.
George comenzó a tocar algo que yo desconocía, y que él seguramente había aprendido en Alemania. Lo miré bien. Seguía pareciendo un muchachito, pero yo lo veía distinto. Ya era todo un hombre y eso, sin saber porqué me hacía llenar de orgullo.





Miré con repugnancia el exterior de mi casa, me arremangué la camisa y me ajusté el pañuelo que tenía en la cabeza. Esto de vivir sola tenía sus inconvenientes: limpiar, por ejemplo. Limpiar y mantener la casa de modo que no se viniera abajo. Así que tomé una lija y me puse a lijar las celosías de las ventanas. La pintura estaba vieja y tenía que sacarla para pintarlas nuevamente.
-¡Foto, foto!
No me costó nada reconocer la voz de Abby y el ¡click! de su cámara.
-¿Qué tengo que me sacan fotos? Si hubiera sabido me hacía modelo.
-No es por eso, es porque ¡Wells está trabajando! ¡Es un día histórico!
-No me jodas si no querés que te pase esta lija por la cara y te saque el acné.
-Uy, el trabajo te enoja.
-Dejá de gastarme y hablame de Paul.
-Ya tenías que cagarla.
-No me enteré qué pasó el día de mi cumpleaños.
Abby se mordió el labio inferior y se sentó en el umbral de mi casa. Desde allí me miró durante unos segundos, mientras yo seguía dándole a la ventana.
-Hablamos, eso fue todo.
-Hablar, hablar, ¿Qué hicieron? ¿Una separación de bienes? No me jodas...
-Es que sólo fue eso, hablar. Me dijo lo que le pasaba y yo le dije lo que me pasaba a mí.
-¿Y?
-Él quiere volver, y yo no sé.
Dejé de lijar para mirarla. Creo que era la primera vez que la miraba con seriedad y gravedad. Noté que ella también había cambiado, ya no era una nena de la escuela  a la que todos molestaban por su “metejón” con Paul. Era una mujer, y bien decidida.
-Es por Londres, ¿no?
-Sí....Tengo ganas de volver con él, pero ya me falta muy poco para llegar a la suma de dinero que necesito. Y si vuelvo, me a va a doler muchísimo dejarlo. Y sé que a él también. Pero tampoco puedo irme dejándolo así, sin saber qué pasó, tengo que darle una respuesta. Lo merece. Como ves, esto ya no pasa porque me mintió cuando estaba en Alemania, es mas complicado.
Sólo asentí. Sinceramente, no sabía qué decirle.





Tomaba un café, tranquila. Era media mañana y a esa hora la cafetería volvía a la paz, después de las primeras horas de la mañana, donde se abarrotaba de gente que desayunaba. Mientras mordisqueaba una medialuna, trataba de no atragantarme por la risa que me causaba ver a Cris peleando con un distribuidor de....sobrecitos de azúcar.
-¡Pero qué tipo tan estúpido! –dijo arrojando una carpeta sobre la barra.
-Te olvidaste de decirle que traiga de los sobrecitos que traen frases célebres en el dorso, onda “lo único que sé es que no sé nada”. Yo los colecciono.
-Mirá las pavadas que te preocupan. ¡Ése infeliz pretendía cobrarme un 15% más! Yo que culpa tengo que no haya mas caña de azúcar en Brasil.
-Pero te olvidaste de que los sobrecitos tienen que traer frases.
-Sí, tranquila, tendrán frase célebre. Una de ellas será. “¡Cris no me mates! –Mercy Wells (1940-1960)”
-Me suena a amenaza.
-Te suena bien.
-Ey, necesito saber qué pasa con mi hermano.
-Siempre cambiando el tema de las conversaciones...Sos muy chusma, ¿sabías?
-Sí. Y es un orgullo.
-Bien, mejor ni hablemos de tu hermano. De un “Hola Cris” no pasa. No sé qué tiene. Supongo que en eso no tendrá que ver la caña de Brasil.
-Ya te dije que es cuestión de paciencia y...
Me interrumpí cuando vi que se abría la puerta y entraban Stu y Astrid, tomados de la mano.
-¡Hola! –saludaron.
-¡Hola tórtolos! –saludó Cris –Siéntense, la casa invita.
-Todo sea por el amor.
-No venimos a tomar nada –dijo Stu- Sólo venimos a despedirnos.
-¿Qué? ¡Si hace pocos días que llegaron! –exclamé con desilusión.
-Stu ya comienza sus clases –contestó Astrid –Y bueno, mañana ya partimos.
-Tranquilas mujeres de Liverpool, volveré pronto.
-Eso espero.
-Igual, dejen que los invite con algo.
-Está bien Cris, dos cafés con...
-Pastel de frutilla –completó Astrid.
-Ese es mi favorito también –dijo Stu.
-¡Ay son tan lindos! ¡Que se besen! ¡Que se besen!
-Dale Wells, serví los cafés, dejá de payasear.
Riendo les serví, y ya que estaba, Cris también se tomó uno con ellos, mientras yo terminaba el mío. Charlamos hasta casi el mediodía, hora en que cerrábamos. Después nos despedimos con una despedida que tratamos de hacer corta, para evitar todo eso de las lágrimas y los abrazos pegajosos. Nos despedimos como si pronto nos volviéramos a ver.





******************
Si hubiera sabido que los anillos iban a tener tanto éxito, ponía una fábrica XDD
Hola!!! Como están? Aquí llego yo, pegándoles mi sexy acento argentino (?) Bueno, todas me dicen que se les pega (todas menos Juli, porque bueno, ella is argentinian too XD)
Dejo un saludo especial a una nueva lectora! Frida, hola hola hooolaaaa! Gracias por leer, vos también me caés bien jaja
Y, como el título hace referencia a los friends (como estoy hoy con el spanglish!) se lo dedico a mi Cris, porque ella terminó su fanfic y yo...yo me siento triste, porque publico y ella ya no, y...y....dejen que llore!!!
Naaaa....para vos Crishhtina!
Y ahora sí me voy, dejo de hablar por acá porque el domingo me afecta y digo muchas pavadas juntas. 
Saludos a todas, sean felices o por lo menos inténtenlo! 

01 junio 2013

Capitulo 63 Encuentros y Reencuentros

Antes que el timbre, me despertó una horrible puntada en la cabeza. Sin abrir los ojos, recordé qué había pasado, y escuché el viento agitando las ventanas. Ya no llovía, y cuando entreabrí los ojos, una luz mortecina iluminaba la escalera. Reparé en el tic tac del reloj de pared y lo miré. Las siete. No sabía si era de tarde o de mañana, pero lo mas probable era que me hubiera pasado la noche durmiendo, así que apenas amanecía. El timbre sonó otra vez y ahí me di cuenta de que había estado sonando desde antes. Me acurruqué aún más, rezongando contra aquel idiota que tan temprano molestaba, encima un día lunes.
Otro timbrazo. Me sobresalté pero seguí en la misma posición. Sentía frío, y si quería volver a dormirme tendría que levantarme a buscar una manta. Lentamente me senté, y bostezando me puse de pie. Caminé trastabillando hacia la puerta. No era que tenía intención de abrir, sólo quería ver quién era el inoportuno. Vi a un hombre, de espaldas, fumando y tiritando de frío. No fue hasta que vi que se disponía a irse, cuando lo reconocí.



-¡¡¡JOOHNNN!!! –grité corriendo, antes de tirarme sobre él.
-¡Ay la puta, qué susto! –trató de zafarse, pero yo estaba muy bien agarrada a su espalda. -¡Salí de arriba mío!
Riendo, lo solté, pero lo volví a agarrar, mientras le revolvía el pelo y le apretaba los cachetes.
-¡Johnnny volviste! ¡Qué alegría! ¡Te extrañé un montón, hermanito loco!
Por un momento dejó sus gestos de fastidio para esbozar una sonrisita..
-Y yo también te extrañé, loquita.
-¡Awww sos un amor! –otra vez me abalancé sobre él.
-¡Pará, dejá de darme besos! ¡Qué asco!
-Bueno, ¡es que estoy feliz! Ay pero....-cambié a una mirada pícara –Ay pero qué lindo se vino mi hermano...¡qué churro!
-Jeje...-dijo con una expresión autosuficiente.
-Mirá, estás todo guapote...Habrás causado estragos en Hamburgo.
-Repito: Je-je. Es una lástima que no pueda decir lo mismo de vos.
Me miré. Estaba desarreglada, despeinada, y seguro que tendría unas ojeras dignas de exposición.
-Bueno...es que no he estado tan bien como vos.
-¿Y eso? Pará, ya me vas a contar. Antes que nada, ¡FELIZ CUMPLEAÑOS! Espero ser el primero en saludarte.
-¡Por supuesto! ¡Y muchas gracias! –lo abracé y él me separó enseguida, metiendo una mano en el bolsillo de su chaqueta de cuero.
-Momento –dijo rebuscando -¡Acá está! ¡Mi regalo!
Blandió un paquete rosa metalizado, que tomé con emoción.
-¿Para mí?
-No, para el perro, que hoy también cumple años. ¡Claro que es para vos!
-¡Gracias! –abrí el paquete y saqué una fina pulsera plateada, con piedritas rosas –John...¡es preciosa! ¡Gracias, me encanta! Pero...te debe haber costado cara.
-Naaa...se la robé a una prostituta. ¡Mentira! Me costó algo, pero merecía la pena. Espero que no quede grande en tu flaco brazo –me la quitó, abrió el ganchito y me la colocó.
-¡Queda perfecta! –le di un sonoro beso, que se encargó de limpiar con el dorso de la mano.
-Es una suerte que haya llegado justo para tu cumple, la verdad era que no quería llegar tarde.
-John...gracias...
-¡Y después decís que no te quiero! Bueno, espero que la lleves siempre puesta, como la cadenita que te regaló tu papá.
-Te lo aseguro, la llevaré conmigo, para recordarme a los dos hombres que siempre me cuidan.
-Y espero que algún día seamos tres....
-John –lo miré, escéptica –no agregues mas gente.
-Si vos lo decís....Bueno, ¿no pensás invitarme a pasar o querés que me siga cagando de frío acá?
-Tenés razón, pasá.
Hasta que no hice dos pasos, no me percaté de una cosa: mi casa era un desastre y hasta donde recordaba, habían quedado botellas desparramadas por todos lados. Si John veía eso se pondría furioso, y con toda la razón del mundo.
-Ehh...eh....mejor vamos a otro lado.
-¿A otro lado? –dijo frunciendo el ceño.
-Si...a...¡a la cafetería!
-Todavía está cerrado y...dale, dejate de joder, abrí la puerta, tengo frío.
-Pero podríamos...
-Mercy Ramona Wells, esa actitud me es sospechosa.
-¿Ramona?
-No me cambies de tema. ¡Ah, ya sé! No querés que entre a tu casa...¡porque estás con un tipo! –se echó a reír a carcajadas, hasta que lo reté, diciéndole que su escándalo despertaría a todos.
-¿Y entonces qué pasa? –dijo tratando de calmarse.
-Nada...nada...sólo es que...
-¿Que qué?
-Que...
-¿Qué? –dijo ya serio, demasiado serio.
-Ehh...nada.
-Basta, abrí esa puerta.
Suspirando, abrí y entré, quedándome a un costado. John entró, y miró todo. Cerró la puerta con un pie, y después de volver a mirarlo todo, clavó sus ojos en mí.
-Decime qué es todo esto.
Tragué saliva, y cuando iba a contestarle, él prosiguió.
-No me digas nada, a la vista está. Y lo peor es que no me estoy imaginando que estuviste de fiesta.
-Y hacés bien en no imaginarlo...
Se pasó la mano por el pelo, suspirando y mirando todo otra vez.
-¿Cuántas veces te lo dije?
-Muchas.
-¿Y porqué lo hacés?
-No sé...Yo...me sentía sola...¡Pero ahora ya no, porque volviste!
-Está mal Mercy, esto está muy mal.
-Lo sé.
-Y también está mal que dependas de una persona.
-Es que no solo te extrañaba a vos, extrañaba a todos, a muchas cosas y...
-Ya, me lo imagino. Pero está mal. Te vas a cagar la vida Wells, es la segunda vez que te veo así. Y seguro que mientras no estuve esto se repitió.
No contesté, solo traté de que los ojos no se me inundaran de lágrimas.
-No, no, llorando no se solucionada nada. Vení. –me atrajo hacia él y me abrazó. Hacía mucho que nadie lo hacía y me hizo sentir bien.
-Gracias –fue lo único que le pude decir.
-Tranquila. Prometeme que no lo harás más.
-Te lo prometo.
-No, no, con seriedad y compromiso.
-Si estoy seria, no me río, tonto –no pude evitar una risita.
-¡Ah, te reíste! No, en serio, prometemelo.
-Está bien –me separé y lo miré a los ojos. –Te lo prometo.
-Igual ya tendrás una cirrosis puta
Reí y le hice ademán para que me siguiera hasta la cocina.
-¿Te tomaste una botella de vodka? –dijo levantando una del suelo.
-Esa botella estaba empezada, y casi no tenía nada.
-No sé cómo haré para creerte...Ey, haceme un té bien cliente. Te diría que vayamos a Strawberry, pero hace un frío....Clima de mierda.
Puse a calentar agua mientras él se sentaba en una silla.
-¿Cuándo llegaste?
-Recién. ¿Ves? Lo primero que hice fue visitarte, eso para que no digas que soy un hermano malo.
-¿Cómo te portaste en Hamburgo?
-Iba a decirte que muy mal, pero viendo cómo te has portado vos, te diré que fui un angelito y que en mis ratos libres era monaguillo en una iglesia.
Solté una carcajada y él se puso de pie, para volver a sentarse pero esta vez sobre la mesada, a mi lado, mientras preparaba el té.
-¿Qué? ¿Me lo vas a negar? Anduviste con ese buitre.
-¡Ay, no me hagas acordar!
-Bueno, es la verdad. Anduviste con el coso ese, te echaron a patadas de la universidad, te encuentro en plena resaca...Decime qué pasó.
-Bien, pero es muy largo.
-Tengo todo el día hasta que Mimi descubra que ya llegué.



La charla con John se había extendido hasta el mediodía. Sentía una especie de liberación, le había contado todo lo que me había pasado y lo que había sentido y lo que había pasado por mi cabeza en todos sus días de ausencia, con lujo de detalles. Él hizo lo mismo. Sabía que conmigo no necesitaba reparos,  podía contarme hasta su peor y mas degenerada travesura, que yo lo escucharía y solo lo regañaría, pero le guardaría el secreto y no lo andaría acusando. Bien, se había portado como un cerdo, pero lo bueno era que me lo contaba.
Cuando terminamos nuestras confesiones, me ayudó a acomodar un poco el desastre de mi casa y se cruzó a saludar a Mimi. Ella nos invitó a almorzar, para celebrar mi cumpleaños.
Mientras comíamos, Mimi reía. Sí, se reía  y eso era raro, pero lo hacía porque ambos comíamos como primates, se notaba que habíamos pasado hambre.
-No merecen comer tanto, ambos se han portado mal.
-Ey, yo me porté bien –dijo John con la boca llena, guiñándome un ojo.
-Como si no te conociera...Ay por favor, comé con la boca cerrada, ¿dónde están los modales que te enseñé? Los has perdido todos.
John rió mientras Mimi me servía mas.
-¿Vas a hacer alguna fiesta? –me preguntó.
-Cris me invitó esta noche a tomar algo. La verdad es que muchas ganas no tengo.
-Tonterías. Cumplís 20, no 80. Tendrías que festejarlo. John te puede ayudar a organizar algo.
-¿Yo? Mimi recién llego, no tengo ganas de organizar fiestitas.
-No se preocupen, estaré bien. Sólo es que...no quiero festejar y eso.


John se fue a la casa de Paul y luego de ayudar a Mimi a lavar los platos, yo volví a la mía. Mi madre me llamó y charlamos largo rato, y luego llegó Abby. Se enteró por mí que Paul ya estaba de regreso en Liverpool.
Pronto se hizo de noche y simplemente me cambié para ir hasta la cafetería. Al contrario de otras veces, puteaba porque me había abrigado de más, y tenía calor, ya no había viento y poco a poco el frío repentino se iba yendo para dejar tranquilo al verano, como correspondía.
Llegué  a la cafetería, que ya estaba cerrada para todos...menos para mí. Jejeje.
Entré con una sonrisita traviesa.
-¡BUUUUU!
-¡Ay, la conciencia tuya, Wells! ¡Me vas a matar a sustos! –gritó Cris –Ah, feliz cumpleaños.
-Gracias....-dije sentándome en una de las mesas –Vamos, traeme una cerveza.
-No, no –de la cocina, apareció John.
-¿Qué estás haciendo acá?
-Es tu cumple, vine.
-Pero yo no te invité.
-No te vengas a hacer la exquisita, que bien sé que me extrañaste –se sentó frente a mí, con una amplia sonrisa.
-Me alegro de que estés acá –le dije con sinceridad.
-Nada de alcohol.
-Pero John...
-¿Qué me prometiste esta mañana?
-Pero..sólo una cerveza.
-NA-DA. Cris, a la cumpleañera traele un jugo. El más feo que tengas.
-¡No, Cris, el jugo multifruta no!
De nada sirvió que protestara, sólo me dieron eso, un vaso de multifruta, el jugo mas marginal de todos.
-¡Hola bestia! –George también salió de la cocina, junto a Paul. Venían comiendo papitas.
-¡Chicos! ¡Qué gusto verlos! –me puse de pie para abrazarlos –Los extrañé un montón...
-¿A mí también?
-Sí, a vos también McCartney, aunque no puedas creerlo.
-Bueno, feliz cumpleaños –Paul me extendió un papel, que tomé extrañada. Era una entrada.
-¿Una entrada? ¿A The Cavern?
-Sí, pero fijate quiénes tocan –señaló George.
-The...¡Ustedes! ¡Ay, me muero!
John largó una carcajada pero no se salvó del abrazo que le di, al igual que  George y Paul.
-Es genial chicos, tocarán ahí, y los veré, y...
-Pará, pará –dijo George –aún falta otra cosa. Volveremos a Alemania.
-Uhh....
-¡Pero grabaremos un disco!
-¿Qué? ¿En serio?
-Pará Paul, la vas  a hacer morir de un ataque –dijo John –Grabaremos sí, pero como acompañantes de un tipo.
-¿Y con eso qué?  ¡Por algo se empieza!
La algarabía se cortó cuando vi a Abby. Y cuando vi que ella veía a Paul. Le abrí a puerta.
-No voy a entrar –fue lo primero que me dijo.
-Abby, es mi cumpleaños. Entrá.
-Pero....
-Que entres, carajo. No pasará nada.
Entró temblando, con una torta en las manos. Hizo un saludo general, pero evitó el contacto visual con Paul. Bien, la noche tendría su tensión.
Enseguida llegó Juliet, que no tardó en pegarse a George, y así estuvieron todos acaramelados, siendo la envidia de....la mayoría, vamos. También llegaron los dos Pete, Ivan, sus novias, y otros vagos.
Pronto sacaron las guitarras y se armó la cantada, a la que me sumé, con muchos regaños de George, que decía que ya me había olvidado de “sus enseñanzas”. Igualmente, prometió volver a darme clases.
Aunque no hacía ni un día que John estaba de regreso, no había podido evitar hacer una de las suyas. El muy tonto no había tenido mejor idea que...invitar a Richard. Y Starkey hizo gala de su caradurez apersonándose ahí, en MI fiesta.
-Ah no, yo a este pibe lo mato –dije ni bien lo vi por la puerta.
-Pará, pará –Cris me tironeó de un brazo, pero no fue en vano.
Abrí la puerta, y lo miré de arriba  a abajo, sin poder evitar un estremecimiento.
-Hola, John me invitó....
-Me imaginé.  Y vos, viniste.
-Es tu cumpleaños.
-¿Y con eso?
-Vine a saludarte.
-Qué bien.  Gracias, ya te podés ir.
-Mirá Mercy, sinceramente no entiendo qué carajo te pasa.
-Epa...¿Vinimos enojaditos o qué?
-¡Hola petiso! –gritó John, ajeno a lo que estaba pasando –Entrá.
-John, es mi fiesta.
-Pero te la organicé yo.
-¡No mientas! ¡La organizó Cris!
-Es lo mismo.
-No es lo mis...
Ya, ¿para qué seguir hablándole? Richard ya estaba adentro y John parecía a gusto con todo aquello. Sería cuestión de aguantar.
Mientras todos tomaban, charlaban, comían, o cantaban, miré a Richard. De nada me servía hacerme la cascarrabias con él, si cuando lo veía me derretía por dentro. Suspiré, resignada ante mi destino, pero no pude evitar sentir cierta emoción al ver que, entre todos esos anillos que llevaba, estaba el que había regalado yo. Miré el mío, era lo único que compartíamos.
Todos nos quedamos en silencio cuando vimos que Abby y Paul salían a la calle. Por la vidriera vimos que hablaban. Quizás se reconciliaran, o se pelearan aún mas, pero por lo menos estaban hablando. Era una buena señal.
Volvimos a la jarana hasta que George, que ya se había pasado de copas, no tuvo mejor idea que preguntarme, a voz en cuello:
-¿Tu novio no vino?
Otro silencio, hasta que John le pegó en el estómago.
-Auch, qué bruto –se quejó George.
-No le pegues, pobrecito –Juliet lo consoló con un beso.
-Bueno, hace preguntas estúpidas.
-Vos me dijiste una vez que Mercy tenía novio. O que había tenido.
-A eso no se le puede llamar novio –dije mirando asqueada mi vaso –Y además fue hace mucho.
De reojo miré a Richard, que parecía pensativo. Pete Shotton se apareció con la torta con veinte velitas encendidas y todos comenzaron  a cantar. Desde la calle entraron Abby y Paul, con mirarlos no pude descifrar nada, pero iban muy serios.
-Acordate de los tres deseos –dijo Ivan.
Asentí con una sonrisa hasta que soplé, ayudada por todos porque me era imposible apagar todo eso con mi pobre capacidad pulmonar.
De inmediato comenzaron  a comer, como si nunca hubieran probado una torta. Luego, poco a poco se fueron yendo. Richard se acercó a mí, era de los últimos que habían quedado. Yo juntaba los vasos desperdigados, para lavarlos.
-Mercy, yo...
-Tranquilo, no pasa nada –lo interrumpí , tratando de esbozar una sonrisa –Perdoname, me he comportado como una loca...la culpa no es tuya.
-Bueno, yo te hablé re mal cuando llegué, eso no se hace. Perdón.
-Estás perdonado.
-Si tan sólo supiera qué te hice, podría...
-Ya, tranquilo –volví a sonreírle –No pasa nada. Y me alegro que hayas venido, me sirvió para darme cuenta que no tiene sentido qué te trate así. Está todo bien.
-Esperá, no entiendo...
-No hay nada para entender, de verdad, está todo perfecto, volvemos a ser amigos como siempre.
-Pero...si me explicaras bien qué te he hecho...No sé, mañana podría ir a tu casa y me contás todo.
-Ya te digo, no hay mucho para explicar, y es mejor que no sepas nada. Dejá, yo me entiendo.
-Bueno...como digas –sonrió, poco convencido.
-Veo que llevás el anillo que te regalé.
-No me lo saco nunca, ¡es muy efectivo, eh!
-Sí, por eso me encantan.
-Bueno, me tengo que ir. Espero que la hayas pasado bien, a pesar de mí.
-No deas tonto, ya te dije que está todo bien. Gracias.
Sonrió de vuelta y se fue caminando lento. Suspirando, volví a juntar vasos. Era una mierda lo que había hecho, pero me sentía en paz.




Pocos días habían pasado desde mi cumple, y la verdad era que me sentía bastante bien. Mi depresión se había ido, o eso parecía. Me sentía con ganas de hacer cosas y me la pasaba cantando todo el día. Igualmente, no podía dejar de pensar en “mi Richie”. Sí, había pasado del amor al odio y del odio al amor. Cuánto duraría, no lo sabía. Lo cierto era que me contentaba sólo con imaginarme con él, independientemente de la realidad, que me mostraba con golpes que nunca sería para mí. Pero ya no me importaba. Eso, ceo, era un rasgo mas de madurez que había adquirido, o aprendido.
-Hola, estás atendiendo una cafetería, dejá de pensar en cabras.
Reí por la interrupción de Cris.
-¡No estaba pensando en cabras!
-Bueno, seguro pensarías en “Ay, ¿cuántas cabritas tendré en mi casa cuando me case con Richard?” –imitó mi tono de voz y se ganó un golpe con el repasador -¡No le pegues a tu jefa!
-No hagas enojar  a tu empelada entonces. Te voy a denunciar al sindicato.
Seguimos riendo hasta que reparé en los dos clientes que estaban entrando. No pude reprimir un grito.
-¡Stuuuu!
Se echó a reír, mientras Cris y yo lo saludábamos. Después, ambas miramos a la chica que estaba tomada de la mano de él. Una rubia, alta, que nos miraba con algo de...desconcierto.
-Chicas, ella es Astrid.





*****************
Y hacen su reaparición estelarrrr: las cabras!!!! 
Perdón por molestar tanto con ese animal, pero es que está en mi top four de animales: gatos, gallos, cabras y cóndores jajajaja
Bueno, nota para Juli: el anillo ese tenés que buscarlo en ferias hippies, o en encuentros de motoqueros (al mio lo compré ahi) y si no te vas a San Luis, ahi venden XD. De última, buscás una gitana que te lo venda jajaj
Y chicas, a ver...el capitulo anterior las identificó? Bueno, vayan a a un psicólogo, eso es malo jajjaa
Me despido con un beso a todas, cuidense!