31 agosto 2013

Capitulo 68 Sueños y Fracasos

Chispas de sol se abrían paso en un cielo cargado de nubes grises y tristes. Cada día era necesario abrigarse más y daban ganas de pasarse todo el día en la cama, tomando chocolate caliente. Se acercaban las fechas odiosas del año, Navidad y Año Nuevo, tiempo de instalarme obligatoriamente en Londres para compartir las fiestas con mi familia. Ya sabía que los casi veinte días que pasaría allí serían tiempo muerto donde variedad de de parientes visitarían mi casa y me dirían lo grande que estaba y cuándo presentaría un novio. La ventaja de esos días sería que vería a Abby, ya que ella no regresaría a Liverpool para las fiestas.
Partí junto a un remolino de hojas secas hacia la casa de George. Era martes por la tarde y tocaba clase con él, aunque seguramente ni se acordaría.
Al verme me recibió con su habitual fastidio simulado.
-Me había olvidado que hoy es martes.
-Lo supuse –entré como si fuera mi casa y me instalé en un sillón, con Violeta apoyada en las piernas. Al otro lado de la sala, el mayor de los Harrison leía el diario.
-Hola lindura –dijo mirándome de reojo.
-¡No seas imbécil! ¡Andate!
-Ey George, tu hermano me saludó –lo reprendí -¡Hola!
-¡No le contestes!
El hermano se fue de la sala, muerto de risa, mirándome.
-¿Por qué le contestaste?
-Porque me saludó, y todavía no soy una maleducada como vos.
-No te saludó, te dijo “lindura”.
-Por lo menos sé que un Harrison tiene buen gusto. Vos me decís bestia.
-No lo saludes mas, ni lo mires, ni le hables, ni nada.
-¿Por qué sos así?
-¡Es que se encaprichó con vos!
-¿De verdad? ¿Le gusto a tu hermano? –me eché a reír a la vez que golpeaba el apoyabrazos del sillón -¡Es muy bueno!
-¿Bueno? ¡Estás loca!
-¡Vas a ser mi cuñado! –seguí riendo mientras él cada vez se ponía mas rojo de furia.
-¡Bestia!
-Ay ¿qué? No me digas que no es genial –traté de parar, secándome las lágrimas –Ayy...hacía mucho que no me ría así.
-Te estoy hablando en serio. No sé qué le agarró con vos.
-Y bueno, dejalo. Yo no pienso darle bola.
-¿No?
-No, ni loca termino emparentada con vos. No sabía que tenía tanto levante....
-Sos una tarada. Bueno, mostrame si has practicado.
En ese momento sonó el timbre y George abrió. Apareció Juliet, sonriente con un vestido a cuadros y una gran bufanda roja.
-¡Hola! –saludó antes de plantarle un beso a su novio –Perdón, no sabía que hoy tenías clase...
-Juli no hay problema, además ni siquiera empezamos –dije invitándola a entrar.
De la cocina se apareció la adre de George, con una sonrisa pintada en la cara.
-¡Hola querida! Llegaste justo, hice tus galletitas preferidas.
-¡Si! –George y Juliet gritaron al unísono.
-Ay estos chicos....Parecen dos niñitos....-sonrió la mujer, desapareciendo tras la puerta.
-Ey, no sabía que todo ya era oficial –dije mirándolos sorprendida.
-Es oficial a medias...-respondió Juliet –En mi casa sabrán todo el sábado.
-Sí, el día de la cena....-George se veía nervioso de sólo pensarlo.
-George, no te van a comer.
-Y vos qué sabés bestia, nunca estuviste en una situación así....
-No, pero igual no conozco a nadie cuyos futuros suegros se lo hayan comido.
-Es que mis papás...Uffff son difíciles.
-Miren, si por alguna razón no lo aceptan, ustedes sigan.
-Claro que vamos a seguir juntos –sonrió George, lleno de ilusión.
-Y si se quieren escapar o algo así...-me acerqué mas a ellos, susurrando –Yo les presto dinero.
Juliet abrió grande sus ojos, como si hubiera dicho un disparate.
-Mercy...¿cómo vas a hacer eso? –dijo al fin, tratando de recuperar la compostura.
-Ey Wells, supongo que no hablarás en serio....Además no tenés dinero.
-George, claro que sí.
Me miró pensativo y luego negó lentamente con la cabeza.
-No, el dinero para tu negocio no. Si tenemos que llegar  a ese extremo, no te pienso pedir dinero. Es tuyo, para tu proyecto.
-Sólo te lo ofrezco. Y no te preocupes, si lo necesitás, te lo presto y me lo devolvés cuando puedas.
Ambos sonrieron, y  se miraron de reojo.
-Gracias Mercy. De verdad, gracias por todo –Juliet me tomó de una mano –No sé cómo agradecerte esto.
-Y yo tampoco. Sos una genia Wells, muchas gra....
La madre de George entró con una bandeja cargada de galletas y todos fingimos hablar de cualquier cosa. Le guiñé un ojo a George, que sonrió agradecido.


Claramente, la clase no existió. Sólo comimos y hablamos, a veces de pavadas cuando la madre de George andaba cerca, y a veces de cosas serias cuando se alejaba. Salí de la casa tres horas después, y ya era de noche y hacía mucho frío. Caminaba apurada, pensando en qué me prepararía para cenar.
-¿Wells?
Me giré asustada, mirando a todos lados. Cruzaba la calle desierta una chica que no reconocí hasta que la tuve frente a mí.
-¿Sos Wells? ¿Mercy Wells?
-Sí. Y vos sos...¿Anna?
Sonrió y asintió.
-Hacía mucho tiempo que te estaba buscando.





En vez de volver a casa, terminé en una cafetería, junto a ella. Me había invitado porque tenía algo importante para decirme. Yo estaba sorprendida y algo asustada, pero también llena de curiosidad.
-Verás....-apuró el café que estaba tomando –Necesito hablar con vos. Seguramente sabrás que nunca me llevé bien con Marcia.
-Bueno...eso vi una vez en la universidad pero...
-Es algo de siempre –interrumpió –En realidad con Marcia somos parientas lejanas y ella se destacó toda su vida por lo puta que es. En todo sentido.
Asentí, aún sin entender qué tenía que ver eso conmigo.
-El tema es que siempre me ha tenido miedo, no sé bien porqué. Ahora que vivo en Liverpool por los estudios, mucho más. Mirá Wells, sé que a vos te echaron de la universidad, mejor dicho, que ella te hizo echar.
-Ehh...sí, en realidad, o sea...
-No me expliques, lo sé todo –sonrió –Sé exactamente todo lo que hizo para lograrlo. La escuché hablar por teléfono con una amiga, durante una reunión familiar. Supe todo lo que haría, pero no sabía a quién, y dos días después pasó lo tuyo. Por eso te estaba buscando, porque yo sé que no fue tu culpa. Si yo hablo, vos sos admitida nuevamente.
-Pero...¿se llevarán sólo por lo que vos decís?
-Si la familia de Marcia tiene poder, la mía más.
Abrí la boca, sorprendida. Era lo más parecido a El Padrino que me había pasado en la vida.
Pareció leerme el pensamiento y rió.
-Tranquila, no somos una mafia, pero nuestra palabra tiene peso. Así que mañana mismo contaré todo y entrarás en poco tiempo. Y lo más importante, estarás limpia.
-Pero...yo ya no quiero volver. Lo asumí, y ahora tengo otras cosas en mente.
Se puso seria y se inclinó hacia mí.
-Escuchame una cosa, Wells: a mí no me importa si vos querés volver o no. Lo que me importa es joder a Marcia, hacerla quedar pésimo delante de todos. ¿Vas entendiendo?
Luego de unos segundos donde quedé estupefacta, esbocé una sonrisa: claro que entendía, y es más, la idea me gustaba. Por algo decían que la venganza es un plato que se sirve frío.
-¿En qué querés que te ayude?
Anna dejó escapar una risita, asintiendo y aplaudiendo.
-¡Bien, muy bien! ¡Ésa es la actitud que me gusta! ¡Si ya parecemos gángsteres y todo! Muy bien, lo que haremos es lo siguiente: yo hablaré. Eso alcanzará para que monten un juicio académico o como le llamen. Ahí hablarás vos, y contarás todo lo que te ha hecho Marcia. Quizás dejen todo ahí, pero toda la universidad se enterará y no faltará gente que se apunte para declarar contra ella. Le ha jodido la vida a muchos, lamento decirte que no tenés la exclusividad. Eso hará que el juicio se arme de vuelta, rápidamente termine todo.
-Entonces colaboraré. También me gusta la idea de que me ofrezcan volver y rechazarlo.
-Perfecto. En unos días te estaré llamando –sacó de su bolso un anotador y un bolígrafo y le pasé mi número de teléfono.
-Genial.
-Un placer hacer negocios con usted, señorita Wells. –dijo riendo, luego de saludarme.


Cantaba a voz en cuello las canciones que pasaban en la radio, mientras hacía mi noble tarea de poner sobrecitos de azúcar y servilletas. Eran las tres de la tarde y todo estaba desierto, aunque en poco rato se abarrotaría de gente.
-PORQUÉ NO PUEEEDO ENCONTRAAARRR UN AMOORR COMO TUUU O COMO AQUEEEL SI YO SOOOY IGUAAAAAL
-¡Ay por favor pará un poco! ¡Vas a espantar a la clientela!
-Cris, no hay nadie.
-Pero tanpoco van a entrar si te escuchan gritar así.
-Sos una capitalista que no tiene en cuanta el desarrollo artístico del proletariado, ni el ocio, ni...
-Ya está, cortala.
-¡Ufa! Ah, mirá quién viene.
John entró cantando también y Cris se agarró la cabeza.
-¿Hoy es el día de los cantantes o qué?
-Algo así –respondió John con una sonrisa de oreja a oreja –Oh Cristina, oh hermana, vengo a traerles una gran noticia.
-¿Qué pasó? –pregunté asustada.
-Mercy, es una buena noticia, ¿por qué siempre pensás en desgracias?
-Estoy acostumbrada así.
-Te jodés.
-¡Dale! –dijo Cris, impaciente.
-La noticia es que...¡Vamos a grabar a Decca!
-Naaa....me estás jodiendo.
-Para nada. ¿Y, Cris? ¿Qué me decís?
-Bueno...¡es genial! ¡Al fin lo lograron!
-Ojo, es un audición o algo así....Grabaremos un par de canciones y nos dirán si nos toman o no.
-Pero es seguro que sí, ¿quién va a ser tan pelotudo de no hacerlo?
-¿Cuándo será? –preguntó Cris -¿Puedo ir?
-¿Vos? –John comenzó a reír -¿Por qué?
-No sé, me da curiosidad....
-Eso es porque vos sos nuestra fan número uno, aunque no lo quieras reconocer.
-Falta para eso...
Los miré, molesta. Se tiraban miradas cargadas de...algo indescifrable, que tampoco tenía ganas de descifrar para no encontrarme con cosas desagradables. No veía la hora de que se juntaran de una vez a resolver la tensión que tenían, así se dejaban de joder.
-¿Al final cuándo será? –pregunté.
-¿Eh?
-John, estás embobado –suspiré.
-Ah perdón, no te había escuchado –recuperó la compostura y se aclaró la garganta –Será el 1º de enero.
-¿Qué?
-Sí, ya sé, re choto....pero bueno, tampoco nos vamos a poner exquisitos con las fechas. Al fin tenemos una oportunidad que nos consiguió Einstein.
-Epstein.
-Bueno, ése. Es un raro, quiere que cambiemos nuestra forma de vestir y no sé qué más.
-John, para esa fecha no estaré en Liverpool, pero llamam...¡Pará! Van a Londres, ¿no?
-Si...¡Ay vos vas a estar allá!
-¡Si! ¡Entonces iré directamente a verlos!



Todo el centro de la ciudad estaba luminado con lucecitas de colores y arbolitos de navidad, que miraba con indiferencia mientras hacía las compras de último momento.
-¿Para qué vas a llevar arroz? –preguntó Cris, mirando una bolsa que llevaba en la mano. La había invitado para que me acompañara a comprar.
-Me gusta el arroz de Liverpool.
-Si serás tonta, el arroz es igual en todo el país. ¿Estás segura que querés ir a Londres? ¿No te querés quedar acá?
-No estoy segura y sí quiero quedarme, pero ya sabés, en estas fechas la familia manda.
Se encogió de hombros y me siguió hasta mi casa. Una vez que entró, se puso a investigar todo.
-Me pongo contenta, hay gente mas desordenada que yo. ¿Te ayudo?
-Sí, voy a necesitar ayuda para armar la maleta. Más que nada para cerrarla.
Juntas fuimos doblando y guardando la ropa, y poniendo con cuidado los regalos que había comprado para mi madre y Harry. Mientras, miraba el teléfono: no había tenido noticias de Anna en esos días, y si llamaba en los siguientes no me encontraría.
-Cris, el otro día me pasó algo raro. Digamos que me ofrecieron vengarme de Marcia.
-No, otra vez con esa idiota no. Ya te pasaron demasiadas cosas por su culpa.
-Si colaboro podré entrar otra vez a la universidad.
-Y vos....¿querés eso?
-No sé...Ahora estoy dudando. Una chica quiere que la ayude para que se descubra lo que me hizo Marcia, a mí y a otra gente. Y después de eso, podré volver a estudiar.
-Por mí, hacé lo quieras. Pero no te vuelvas a meter en problemas porque ahí sí me vas a conocer. Me entendiste bien, ¿no?
-A la perfección.



A la mañana siguiente, Mimi me acompañó hasta la estación y allí me entregó un regalo que le mandaba a mi madre y muchos saludos. Subí al tren y enseguida tuve que resignarme a viajar en un compartimiento junto a un hombre mayor y a una chica apenas unos años mas grande que yo, pero ya con un niñito bastante molesto. Por suerte, la criatura se durmió a mitad del viaje, y yo también. Desperté sobresaltada: ya no había nadie, habíamos llegado y el tren estaba desierto.
Bajé precipitadamente al andén, mi maleta salió rodando y cayó al piso, así que comencé una larga maldición, o putada, porque temía que se hubiera roto algo de todo que llevaba allí. Harry interrumpió mi enojo con su gran sonrisa.
-Esta vez no tendrás que caminar. Vine a buscarte en mi auto nuevo.
-¿Tenés auto nuevo? –pregunté abriendo grande los ojos.
-Así es, vení.
Lo seguí esquivando gente hasta que llagamos a la calle. Allí Harry señaló un Chevrolet verde, que brillaba pese a la ausencia de sol.
-Wow....esto sí que es lindo –dije acercándome -¡Qué llantas! ¡Qué tapizado! ¡Qué radio!
Harry comenzó a reírse a carcajadas al verme observando todo y haciendo exclamaciones ante cada cosa que tenía el auto. Yo seguía ajena a sus risas.
-¡Hasta el escape es lindo!
Guardó mi maleta en el baúl y me abrió la perta.
-¡Tiene olor a nuevito!
Subió él también y lo puso en marcha.
-Ahora te falta conducirlo.
-Ah no, eso sí que no. Me gustan los autos pero para verlos, conducirlos me da pánico. Jamás aprenderé.
-Eso porque no habrás tenido buenos maestros.
-Buenos o malos, yo no aprenderé nunca, el problema soy yo. Harry, te felicito, este auto está genial.
-Gracias Mercy, a tu madre también le gustó mucho. Bueno, lo eligió ella, así que...
-Mamá tiene buen gusto. Ah, pero tu auto tiene un defecto: es Chevrolet. Son duros y por lo tanto, saltarines. Los Ford son mas suaves.
-¿Y vos cómo sabés eso?
-Lo he escuchado y lo he comprobado.
Siguió riendo mientras conducía y yo le investigaba hasta el último rincón, hasta que llegamos a casa. Allí nos esperaba mi madre, con comida como para un ejército completo.


-Mamá, me voy –dije terminando el tercer plato.
-¿Qué? ¿Adónde?
-A ver a Abby.
-¡Pero si recién llegaste!
-Justamente por eso, porque recién llegué, quiero verla.


Abby vivía a cinco cuadras de la casa de mi madre. Era un edificio antiguo, que por fuera parecía poco mantenido pero por dentro estaba bien, salvo alguna que otra pared descascarada. Su departamento estaba en el tercer piso, el último.
Cuando abrió la puerta, no podía creer que era yo quien estaba allí.
-¡Entrá! ¡Entrá! –gritaba entusiasmada –Pero...¿qué hacés acá?
-Bueno, mi madre vive en ésta ciudad y estamos en fiestas....como que es obvio porqué ando por acá.
Se rió y me hizo sentar ante una pequeña mesa de madera, llena de papeles y rollos de fotos. Su departamento era chiquito, pero acogedor y cálido.
-¿Qué tal te está tratando Londres?
-Uff...Qué ciudad difícil. Pero igual me encanta. En el periódico me va muy bien, son buenos compañeros, y me ayudan mucho.
-Qué suerte. ¿Extrañás?
-Sí, cómo no hacerlo....-bajó la mirada, pensativa. -¿Querés té?
-Dale.
Preparó el té con rapidez, mientras yo rondaba por su departamento, mirando todo con curiosidad.
-Aquí está –dejó las tazas sobre la mesita y sacó todo el papelerío.
-Está bueno el departamento, me gusta.
-Es chico, pero cómodo. ¿Empezaste con tu negocio?
-Todavía no, aún no conseguí el lugar. De lo que he visto, nada me convenció.
-Es que es difícil encontrar. ¿Sabés cómo se llamará?
-Sí, pero no te voy a decir –sonreí, traviesa –Lo que sí te voy a decir es una noticia: el 1º de enero, los chicos vienen a Londres.
Me miró seria y luego miró su taza.
-Mercy, vos siempre hablando tan directa.
-Bueno, ¿para qué dar vueltas? Vienen a grabar a Decca, van a ver si los toman.
-Qué bueno.
-Tu entusiasmo me sobrepasa y me vuela la peluca. Ponete alegre por el resto aunque sea.
-Sí, lo hago. Se lo merecen.
Suspiré y negué con la cabeza, exasperada.
-¿No volviste a hablar con Paul? ¿No sabés nada de él?
-No, nada. Y tampoco me cuentes.
-Pero ahora tenés la oportunidad de verlo.
-Mercy, no voy a ir.
-Pero...
-Pero nada, no insistas. Estoy bien así, vos lo ves: vivo bien, trabajo bien....Paul quedó en Liverpool, y por mas que venga a Londres, eso no cambia nada. Decile que lo felicito.



Como suponía, las fiestas llegaron llenas de parientes pesados que invadían la casa a todas horas y preguntaban cuándo me recibiría. Elegantemente les explicaba que eso no sucedería nunca porque “había dejado” la carrera  y ahora tenía otros proyectos. No decía cuáles, pero ellos seguramente pensaban que sería casarme y llenarme de hijos.
El 1º de enero prácticamente huí de mi casa. Ya no aguantaba más, y dando pocas explicaciones salí a la calle preguntándole a todo el que se me cruzara dónde quedaban los estudios de la Decca.
Nadie supo decirme, así que tomé un taxi, que luego de cobrarme bastante caro, me dejó en la puerta del edificio. Miré mi reloj, eran mas de las cuatro de la tarde y no se veía a absolutamente nadie por allí. Me apoyé en la pared, a fumar y esperar, no me iría tan rápido habiendo pagado caro el viaje.
Llevaba casi veinte minutos así cuando vi que se acercaba alguien conocido. Era imposible confundir la figura robusta de Mal Evans, un amigo “grande” de los chicos. Si él estaba allí, los chicos también.
-Hola –saludó dudando –Vos sos Mercy, ¿no?
-Sí –asentí sonriendo.
-¿Qué estás haciendo acá?
-Vine a Londres por las fiestas. Y estoy esperando a los chicos.
-Aún no han salido, llevan horas metidos ahí dentro. ¿Me convidás un cigarrillo? Los míos me los fumé todos.
-Claro –saqué mi atado de un bolsillo y él tomó uno –Está haciendo mucho frío.
-Si...No sabés lo que fue el viaje, de locos. Tus amigos se congelaron.
Continuamos hablando, él contándome lo que había ocurrido y yo casi indignándome. A la vez miraba a todos lados: tenía la esperanza de que Abby llegara.
Al fin se abrió la puerta y apareció Epstein, seguido de los chicos. Mal y yo los miramos expectantes. Epstein iba dando explicaciones que no alcancé a entender.
-Hola bestia –dijo George con desgano.
-¿Qué pasó? –pregunté alterada.
-¿Qué pasó? Nada pasó. –John parecía furioso.
-Pero, ¿có...?
-No nos tomaron Wells –dijo Paul, con un tono que dictaminaba silencio absoluto sobre el tema.
Obedecí, quedándome callada.
-¿Quieren venir a casa? –me animé a decir.
-No, nos volvemos a Liverpool, de donde nunca tendríamos que haber salido.
-Pero John...
-Que no, no me jodas.
-Aunque sea vayamos a tomar algo.
Puso los ojos en blanco y golpeó un pie contra el suelo.
-Ay está bien, si tanto insistís.
-Chicos, tengo contactos que les darán otra oportunidad.
-Si Brian, otros contactos que nos dirán que no.
-John no seas así –lo miré severa –A todos los grandes les han dicho que no alguna vez.
-Linda manera de consolarme y linda manera de empezar este año....Puta madre que lo parió.
-No te desanimes, ya verás que en la próxima les va bien.
-¿Y si nos va mal?
-La tercera es la vencida.
-¿Y si...?
-Cortala con el pesimismo. Si te va mal por siempre, ¿dejarías la música?
-No, ni loco.
-Ahí tenés el premio.
Sonrió muy a su costa, y después me despeinó con la mano.
-Qué petisa tan loca sos, ni sabés lo que decís.
Le sonreí y me encogí de hombros, tenía razón.
-¿Vamos a comer? –dijo George –Mi estómago se está comiendo a sí mismo.
Asentimos y salimos caminando hacia la esquina, donde había una cafetería.
-Gracias hermana fea –John me pasó su brazo por mi hombro.

-De nada hermano feo.


*************
Después de un tiempo, reaparecí! Como siempre, sepan disculpar los retrasos y atrasos (sí, tengo un atraso. Meeentiraaaaa)  Lamento que, para mi regreso, les haya dejado un capitulo medio bobo, pero si ponía todo lo que tenía anotado que debía pasar, se iba a hacer muy largo, así que lo corté. El resto será para el próximo capitulo. 
Ah, otra cosa, se dieron cuenta que le cambié el look al blog, no? El otro me aburrió, y este tampoco me convence, así que dudo que sea definitivo. La piba de la portada no es Mercy ni por asomo, a ella cada un@ se la imagina como quiere. La puse porque no sé, esa foto me gusta mucho, tiene su algo de tristeza  y nostalgia y a la vez no. O por lo menos eso me parece a mí.
Bueno, me dejo de charlar y agradezco a quienes leen esto.
Un saludo y nos leemos pronto! 

13 agosto 2013

Capitulo 67 A la normalidad.

-Vos me estás jodiendo, ¿no?
-Te dije que no era buena idea decirle.
Miré a Paul y asentí, resignada. Ambos comíamos en la barra, él de manera normal y yo como si hubiera pasado la noche en la cárcel. Ah cierto, me había pasado eso.
El tema es que a Cris no se le había escapado la cara que traíamos los dos y al final cedí y conté todo, mientas Paul se agarraba la cabeza, pensando que estaba arruinando “nuestro secreto”.
-Paul, decime que lo que me cuenta ésta chica es mentira.
-Sí, es mentira.
-No, no lo es. Pasé la noche en la comisaría. Ahora pegame.
-Te partiría la cara, pero no. Que lo haga tu madre, que para eso es madre, o nadie, suficiente castigo habrá sido que duermas ahí. ¿Te hicieron algo?
-No, nada. Ehh...¿no me vas a decir nadas más?
-No, y conste que me estoy conteniendo como nunca en mi vida.
-Por favor, que no se entere John.
-Y ahora, como en las telenovelas, aparece John y dice “¿De qué no me tengo que enterar?”
Reí por la ocurrencia de Paul, que comía aliviado al ver que no presenciaría una escena de violencia.
-¿En serio no me vas a decir nada más?
-¡Ay Mercy Wells, qué chica pesada sos! –se quejó Cris- Bueno, está bien, ahí va: ¡Ay qué barbaridad! ¿Cómo pudiste hacerme esto? ¡Qué bajo caíste! ¡No admito a ex-convictas en mi negocio! –empezó a zamarrearme hasta que la risa la pudo –Ma sí, dejalo ahí, no puedo.
-¡Ay, gracias!
-Encima agradece, está loca.... Bueno, ponete a trabajar de una vez, si no ya sabés: a la comisaría.
Comencé a limpiar y a atender a la gente, a la vez que charlaba con Paul, hasta que se cansó de comer gratis y se fue.
Cuando volví a mi casa, recién tomé conciencia de lo lindo que era ser libre. Era raro, nunca me había puesto a pensar en lo que sería estar encerrado en una fría celda. Me juré a mí misma que nunca más volvería allí. Si Marcia se cruzaba en mi camino, la ignoraría, porque uno no repara en la nada, y ella era eso, nada. Emplearía la violencia sólo en defensa propia, si a la loca se lo ocurría hacerme algo.
Comencé a pelar unas papas, para hacer unas ricas papas fritas a modo de bienvenida, y les rogué que no se quemaran.
Mimi tocó timbre, dispuesta a comentarme no sé qué chisme del barrio y cuando notó que estaba cocinando me ayudó, por lo tanto las papas salieron ilesas. La observé bien, y supe que ella no estaba enterada de mi estadía carcelaria, lo cual fue un alivio, aunque si lo hubiera sabido, no habría entrado  tan tranquila, me hubiera pegado cuatro gritos.
La invité a almorzar pero se negó, así que comí escuchando la radio y discutiendo con el locutor que presentaba las canciones. Estaba lavando las ollas cuando llegó Abby. Se había enterado por Majo, la hermana de Paul, sobre mi noche tras las rejas.
-¿Querés café? –ofrecí.
-No, gracias, tu café es horrible.
-¡Pero..! ¡Siempre me dicen que hago cosas horribles!
-Hasta que no le pongas mas entusiasmo a la cocina, te lo seguirán diciendo....Así no te podrás casar.
-Uy sí, espero casarme y todo...
-Quién sabe.
-Primero quiero mi negocio y después....nada. La soltería lisa y llana. ¿Y vos?
-¿Yo qué?
-No sé, estamos hablando de casamientos, tratá de relacionarlo con vos.
-De eso venía a hablarte.
-¡¿Te casás?!
-No Mercy –ahogó una risita.
-Ah bueno, me decías las cosas así....
-En dos días me voy a Londres.
Se hizo un silencio sepulcral. Ella me sonreía, pero su sonrisa era triste. Yo sólo me había quedado mirándola, casi sin respirar, con un repasador en la mano. Pestañeé.
-Ya tengo el dinero y conseguí una pensión para vivir. Por lo que has contado, queda cerca de la casa de tu mamá.
-Ah.
-¿Eso es todo lo que vas a decir?
-Pará, es que no me esperaba esto. Sabía que faltaba poco pero...no sé. A veces pensaba que se te había pasado eso de irte.
-No, al contrario, estoy muy entusiasmada. En el diario me recomendaron muy bien a otro diario de allá, en realidad los dos son del mismo grupo corporativo, así que es como si siguiera trabajando acá.
-Pero no.
-Sí, ya sé que no es exactamente igual –dijo en tono cansino –Pero me pagarán bastante y a la vez podré tomar clases. Lo hacen porque precisan gente joven, los viejos se están jubilando.
-¿Y Paul?
Lentamente soltó un suspiro, mirando fijamente por la ventana. Después tamborileó los dedos sobre la mesa y me miró.
-Lo de Paul terminó definitivamente, y no quiero hablar más del tema.
-Pero.....vos lo querés. Y él...
-Él también, sí. –completó- Pero no va más. Cada uno quiere realizarse, y si estamos juntos no podemos, justamente, estar juntos. Nos haríamos muchísimo daño.
-¿Y así es mejor?
-Ninguno de los dos lo sabe. Se verá con el tiempo.
Esta vez, la que suspiré fui yo. Después volví a fregar una olla.
-Si es lo que querés, no me meto.
Abby se fue poco después, y apenas cambiamos unas palabras más. La idea de que se fuera casi por tiempo indeterminado, me caía mal. Y, dejando de pensar egoístamente, la idea de que con Paul hubieran cortado todo, también me caía mal. Sobre todo, porque estaba segura que Paul no estaba del todo de acuerdo con esa decisión. Me llamaba la atención  que esa mañana no hubiera comentado nada, y de haberlo sabido, me hubiera dedicado mas a él, a agradecerle más su buena acción, a...no sé, darle apoyo.




-¡Hola mundo mundial! –saludó George, mirando a toda la clientela, que apenas si le puso atención –Pero qué amargada ésta gente...
-Hola Georgito lindo –lo saludé, mientras controlaba el cambio de la caja.
-Dame algo de ese dinero.
-Ni lo sueñes. ¿Qué andás haciendo por acá?
-Bueno, tenía hambre y ...
-¡No, no por favor! ¡No me digas que venís a comer! ¡Rápido Wells, cerrá o nos quedamos sin reservas!
-Qué graciosa la señora Cris.
-Lo de señora eliminalo.
-¿Señora de Lennon?
-¡Ay, no me lo nombres!
-Bueno, bueno –intervine -¿Qué vas a comer?
-Antes decinos si trajiste plata.
-Mmm....-George rebuscó en sus bolsillos –No tengo nada. Estoy ahorrando.
-Entonces te vas a tu casa.
-Pero señora....
-Harrison, te hablo enserio.
-¡Pero es que necesito dinero para volver a Alemania!
-¿Otra vez? –preguntamos al unísono.
-Sí, pero aún falta. Queremos visitar a Stu, pero seguro será el año que viene.
-Ah, mejor....
-¿Me van a servir algo?
-¡No!
-Depende...-dije.
-¿De qué depende?
-Depende de si me darás clases el martes. Practiqué un poco...
-Sí, en la cárcel –rió.
-¿Vos también lo sabés? –pregunté alarmada.
-Lo sabe medio Liverpool, bestia.
-¡No me digas eso!
-No mientas Harrison, lo sabe sólo el círculo íntimo de la Wells.
-¡Y con eso basta y sobra! –no podía creerlo. Era mas que obvio que John ya estaría enterado y que faltarían pocas horas para que viniera a buscarme con tanques de guerra.
George sólo se encogió de hombros y abrió  un sobre de ketchup, que empezó a lamer, mientras miraba con indiferencia cómo yo me desesperaba.
-Tengo hambre, apúrense esclavas.
-Esperá. –Cris lo frenó con la mano –Tengo que hablar con ésta chica, después comés.
Me agarró del brazo y casi me arrastró a su oficina.
-Tranquila. Sé lo que estás pensando.
-Uy, Cris lee mentes.
-Claro.
-Che que bueno, podrías dedicarte a eso, ganarías mas que con la cafetería.
-No me jodas Wells y no te hagas la desentendida. Sé que estás pensando que John te matará.
-Bueno...tengo que reconocer que acertaste. Comprame flores amarillas para el entierro. Ah, y pasen música, que los velorios son aburridos.
-Lo comediante no te va, así que escuchame una cosa: John seguro lo sabe, pero no te hará nada.
-¿Y cómo lo sabés? Ah cierto, sos adivina....
-Vos dejámelo a mí.
La miré desconcertada, dejando de lado mi pose graciosa.
-No entiendo....
-No importa. Y, ya que estamos, te tengo que hacer una pregunta. ¿Me vas a  dejar?
-Repito: no entiendo.
-Es que....bueno, sé que vas a poner tu negocio y....Bah, no sé para qué te pregunto, es obvio que me vas a dejar.
-Pará, pará, pará...¿Estas enojada? ¿O me parece?
-No. Bueno, en realidad, lo que quiero saber es cuándo te vas.
-No sé, tengo que conseguir un local.
-Ah.
-Pero estás enojada.
-No.
-Sí.
-No.
-Sí.
-Estúpida, te voy a extrañar. Es eso.
Solté una carcajada y cuando me calmé, noté que me miraba seria.
-Y encima te reís.
-Bueno sería que llore. Ya me viste muchas veces llorando.
Asintió, mirando el suelo, y dejando por un momento su actitud arrolladora. Me reí otra vez y la abracé.
-No seas tonta, no te voy a abandonar.
-Claro que sí.
-Ya no trabajaré mas acá, pero tendrás que aguantarme todos los días, y en el desayuno, que es peor.
-Doy fe.
-Y te voy a pagar, y te regalaré libros y discos.
Se separó de mí, mostrando una sonrisa traviesa.
-Ahí me va gustando. Me parece bien que te vayas, tenés que abrir las alas.
-Sos una interesada –reí  y la abracé de vuelta –Pero igual te quiero, cuñadita.




Las despedidas no me gustaban. Tampoco me gustan ahora, y creo que a nadie le gustan, mas cuando el que se va es alguien que se ha ganado nuestro cariño. Por eso, ese día la estación parecía mas gris y mas fría que de costumbre.
En el andén, la familia de Abby se amontonaba alrededor de ella y le daba recomendaciones de todo tipo.
George, Majo e Ivan mirábamos a distancia prudencial. Paul, por supuesto, no estaba.
Al fin se libró de los abrazos maternos para acercarse a nosotros.
-Chicos....-dijo apenas, tratando de ocultar las lágrimas.
La abrazamos y le deseamos suerte.
-Cuidalo. –fue todo lo que dijo, y me lo dijo a mí, al oído. A Majo la saludó con naturalidad, aunque era su cuñada frustrada, por decirlo así.
Pronto subió al tren y éste comenzó a moverse pesadamente. La saludamos  con la mano y esperamos a que el tren se perdiera en la niebla.
-En fin....-dijo Ivan metiendo una mano en el bolsillo y con la otra abrazando a Majo.
-Espero que vuelva pronto. Mi hermano está insoportable.
-¿Qué hace? –pregunté, ya saliendo junto a ellos hacia la calle.
-Nada, y eso es peor. Parece un fantasma.
George asintió con la cabeza, lentamente, y no dijo nada. Apreté los labios y seguí su paso, algo rápido.
-El año que viene nos casamos –anunció Ivan, cortando el silencio.
-¿Qué? –pregunté mas escandalizada que otra cosa.
-Así es –asintió Majo, perdida en una mar de risitas nerviosas y miradas hacia su novio.
-Bueno...¡los felicito! –dije con poco convencimiento. La verdad era que me parecían demasiado jóvenes como para casarse, pero si se querían, no había impedimentos.
Nos despedimos unas calles después, prometiendo que nos veríamos mas seguido.
Llegué a casa y prendí las hornallas de la cocina, para frotarme las manos sobre ellas y quitarme el frío.
El día se había puesto horrible, y como Cris me había dado las últimas horas libres para ir a despedir a Abby, no encontraba mucho para hacer, salvo calentarme las manos y agarrar a mi querida Violeta, para tocar hasta la hora de la cena. Cuando ya estaba entrando en calor, me saqué el abrigo y subí las escaleras para buscar mis pantuflas en el desorden de mi cuarto. Estaba buscándolas abajo de la cama y mirando la tierra que había allí, cuando sonó el timbre. Bajé corriendo y sacudiéndome, y abrí. Me encontré con el rostro de John, y se me erizó la piel.
-John...-dije apenas, bajando la mirada.
-Tanto tiempo, ¿no? –sonó sarcástico, y se abrió paso hasta la sala –Claro, hace bastante tiempo, algo así como unos cuatro o cinco días que no te veo. Será porque estabas en un hotel de lujo, llamado comisaría.
-John, yo...
-No me expliques nada Mercy Wells. Ya sé todo, ni te molestes.
Se había cruzado de brazos, casi en el otro extremo de la sala y me miraba con frialdad. Cerré la puerta para que no entrara viento y me quedé con la mirada clavada en la punta de las botas de John, que seguía inmóvil. Esperaba su ataque de ira, o algo. Mas bien, esperaba que se fuera. De pronto lo recordé: él no tenía derecho a reclamarme nada, me había hecho cosas peores.  Apreté las mandíbulas mientras sentía un calor que me subía a la cabeza, un calor producto de la rabia. Iba a ponerlo en su lugar cuando, sorpresivamente, se acercó a mí y me abrazó contra su pecho.
-No te voy a decir nada porque no tengo derecho. La culpa de que terminaras ahí la tengo yo. Si no hubiera estado con Marcia....
-No seas pavo –lo interrumpí –La culpa es mía, por no saber controlarme. Agarro una botella, y me la tomo. Agarro a Marcia, y la golpeo. Tengo menos autocontrol que una hoja seca.
Largó una rosita entre dientes y me separó.
-Perdón.
-Uy, llegó la hora de los perdones.
-Es que fue mi culpa. Todo ha sido mi culpa.
-Cortala, no es así. Ya estoy grandecita y puedo y debo hacerme cargo de mis macanas.
Asintió con la cabeza y me dio un beso en la frente.
-Andás demostrativo.
Otra vez rió entre dientes y se encogió de hombros.
-Quedamos mano a mano. Yo te hago cosas malas, vos hacés cosas malas.
Me acerqué y le di yo un beso en la frente.
-Mejor quedemos a mano en cosas buenas.
Sonrió y me tomó las manos. Sus ojos achinados mostraban alegría. Nos sentamos en el sofá.
-Decime si esos policías te hicieron algo.
-No me hicieron nada.
-Jurámelo.
-Te lo juro. No me tocaron ni un pelo.
-Cuando me enteré me enojé, pero después pensé en que capaz te habían hecho algo y....Ya sabés, a las mujeres las tratan mal. ¿Segura que no pasó nada?
-Tranquilo, sólo me metieron en la celda. Y conocí a un chico que estaba ahí.
-¿Y no te hizo nada?
-Al contrario, me cuidó. Se llama Jonathan y es un pan de Dios.
-Tan bueno no creo que sea, por algo estaba ahí.
-No hizo nada. A veces lo encierran porque es gay.
-Uh, eso es duro....-dijo pensativo -¿Ya salió?
-Sí, lo saqué yo.
-También sos abogada. Me has ganado. Yo, que soy el terror de la ciudad, nunca pisé una comisaría. Vos, que sos la señorita Wells, dormiste ahí. La liberación femenina nos pasa por arriba.
-A ver qué hacés para ganarme.
-Mínimo, matar a alguien. Podrías ser vos.
-Explicame una cosa que no entiendo, ¿cómo es posible que no hayas montado en cólera y hayas roto varias cosas cuando te enteraste?
-¿Y quién te dijo que no lo hice? –dijo entre risas –Me contó George y...
-¡Qué enano de mierda! ¡Siempre hablando de más! ¡Después dicen que es callado!
-Pobre, se le escapó, él pensaba que yo estaba enterado, como Paul sabía....Primero le dije de todo a Paul. Tranquila, ya le pedí  perdón, el tipo está hecho un trapo de piso.
-Me imagino.
-Y después fui a la cafetería, dispuesto a ahogarte en café. Pero ahí me frenaron el carro.
-Cris.
-La misma. Es una genia.
-Al fin te das cuenta.
-Primero me pegó unos gritos para que me callara. Y después me habló bien. Y me hizo pensar que no, no podía reclamarte nada, y que para qué te iba a decir algo, si ya había pasado todo. Después volví al departamento y estos días anduve pensando, no quería venir enseguida, quería que se me pasara la bronca. Y acá estoy.
Lo miré y le sonreí, a la vez que negaba con la cabeza. El desgraciado me podía, y él lo sabía. Y yo, en cierto modo, también podía con él.
-Tengo noticias. Fue a vernos un tipo, un tal...Einstein....No, no era así. ¿A que hubiera estado bueno que nos venga a ver Einstein?
-Pobre, se hubiera despeinado aún mas con el bochinche que hacen ustedes.
-Qué decís, si nos considerás los mejores. Te decía que vino un tipo con una apellido así, o parecido. Tiene una disquería.
-¡Epstein! –exclamé.
-¡Ése! Ey, ¿cómo sabés?
-Fui a comprar el disco de ustedes y no lo tenía, es más, ni los conocía.
-Pues ahora  nos conoce. Y quiere ser nuestro manager.
-¿De verdad? ¡Buenísimo!
-Mmm...a mí mucho no me convence. Es muy burgués.
-Habló el comunista.
-¡Aaarriba parias de la tieeerraa, en pieee famélica legióoon, atruena la razón en marcha es el fin de la opresióoooooooonnnnnn....!
-Pará, pará, no te vayas por las ramas  y dejá de cantar. ¿Qué van a hacer?
-Y yo qué sé, a los otros les cayó bien. Y aunque me pese, estamos en democracia y manda la mayoría.
-Entonces le gustaron muchísimo.
-Eso dijo.
-Quién sabe, a lo mejor tienen suerte con él.
Por respuesta, sólo se mordió el labio, pensativo.
-Iba a tocar la guitarra. ¿Te prendés?
-¡Sí! –exclamó entusiasmado –Traela y jodamos un rato.
Y así pasamos el resto de la tarde y noche, improvisando y riéndonos de nuestras tonterías, hasta que cenamos y John, como siempre, se quedó dormido y roncando frente a la tele. Por suerte, gracias a todos los dioses, las cosas se habían arreglado, o mejor dicho, no se habían salido de su cauce y volvíamos así a nuestra relación de siempre. Lo tapé con la que ya era “su manta” y me fui a dormir.



*****************
Ésta vez no tardé tanto, vieron? No hay lugar a quejas! Bueno, si quieren, el libro de quejas se encuentra a su disposición XD
Espero que les guste el capitulo de hoy, y también espero subir rápido el próximo. Ah, otra cosa: no me pregunten por Richard, no sé adónde fue XD Naa, aparecerá pronto, y con toda la gloria. Y cuando aparezca...agarrate Catalina! Y una cosa más: no le den bola al título, no sabía que cazzo poner y se cruzó eso y la escribí.
Bueno, ahora me despido de ustedes, deseándoles buena semana!

01 agosto 2013

Capitulo 66 Amigos en las malas

La pelea con John me había dejado traumada. Pese a que le perdoné todo instantáneamente, estaba turbada .Eso, quizás, explicaba mi estado casi de hipnotismo, frente al televisor, mirando sin ver. John se había quedado dormido a mi lado, y parecía que sus sueños eran tranquilos. Volví a la realidad y busqué una manta para taparlo, apagué el televisor, junté los trastos y me fui a dormir, aunque no pegué un ojo en toda la noche. John y Marcia...¿cómo había ocurrido semejante atrocidad? No lo podía creer, quién sabe qué artilugios había usado la zorra esa para que John cayera tan bajo. Pero algo sabía: mi odio hacia ella se había acrecentado. Todo ese tiempo había tratado de ser indiferente, pero me había cansado y tenía que ponerle un basta. Si la llegaba a ver, no se salvaría de mí, costara lo que me costara.


Cuando al fin amaneció, bajé a la sala. John estaba despierto, pero seguía acostado en el sofá.
-Perdón –fue lo primero que dijo ni bien me vio.
-Basta de pedir perdón.
-Por favor, no le hagas nada.
-¿Eh?
-Que no le hagas nada  a Marcia.
-¿Encima la protegés? No hablemos más de ella sino querés que terminemos como anoche.
-No, no por favor –se incorporó rápidamente –Está bien, no hablemos más.
-¿Vas a desayunar?
-No sé, no quiero molestar...
-John, el papel de chico considerado no te sale.
-Tenés razón –rió –Tengo un hambre voraz.
Le preparé una chocolatada, mientras él buscaba y rebuscaba en mis latas de galletitas.
-Ni una.
-Lo sé.
-¿Por qué no comprás?
-Todavía no cobré.
-Robale algunas a Cris.
-Mirá, sacate el nombre de ella de la boca sino querés que te vuele los dientes.
-Ay...está bien. Bueno, aprendé a cocinar.
-No me gusta, soy un desastre. Cuando tenga mucho dinero, lo primero que voy a hacer será contratar un chef.
-Seguí soñando.
Se sentó frente a la mesa y le di su taza. Me senté frente a él.
-No dormí nada –dije para romper el silencio que se había formado.
-Yo sí, me siento culpable
-John...me da miedo que ya no volvamos a ser como antes.
-A mí también. Creo que fue la metida de pata de mi vida. –suspiró y miró hacia la calle por la ventana. Se veía triste, con esa tristeza auténtica que pocas veces le había visto.
-Bueno, cambiemos de tema –le sonreí, no soportaba verlo así -¿Cuándo me vas a dar el disco que grabaron?
-Mmm...creo que nunca. Sólo nos dieron una copia para cada uno, si querés te presto el mío.
-No, no.
-Te lo regalo.
-Dejá. Voy a ir a comprarlo, como si ya fueran una super banda. Pero una banda que conozco.
Rió y negó con la cabeza.
-Vos vas a ser de las que dicen “Soy amiga de ellos” para hacerte famosa y levantar tipos.
-Ése es mi objetivo –reí.

Por eso, ni bien John se fue a su casa, agarré mi billetera y fui a la disquería. De paso, miraría detalles para mi negocio.
Entré y comencé la búsqueda. Pero no tenía resultados positivos, ni miras del disco de los chicos. Estaba yéndome algo enojada cuando me dije que no perdía nada con preguntar.
-Buenos días, ¿tiene el disco de Tony Sheridan?
-¿Cómo? –preguntó el hombre que estaba detrás del mostrador, un señor algo mayor, de aspecto amable.
-Tony Sheridan. Grabó con The Beatles, pero bueno, en el disco figuran como Beat Brothers.
-Mmm...no sé quiénes son, no lo tengo.
-¡Yo sé quiénes son! –una chica, que parecía una empleada, se acercó –Son The Beatles.
-¿Y ésos quiénes son?
Miré al hombre, enojada. Nadie podía referirse así a mis amigos.
-The Beatles, tocan en The Cavern. Lennon es tan lindo...
Esta vez miré a la chica, con bronca.
-Pues no sé, no los conozco, no me suena su nombre.
-Tiene que ir a verlos, son geniales –le dije.
-Sí, tiene que ir –agregó la chica –Yo lo llevaré.
-N...no sé que haré yo en un lugar así...
-Ay señor Epstein, ¿qué tiene? De verdad, no se va a arrepentir.
-Bueno, ya veré. Niña, ¿me disculpas? No tengo el disco, pero si pasás la semana que viene, seguramente estará.
-Muchas gracias ¡y vaya a The Cavern, eh!
El hombre rió y asintió con la cabeza.



La tarde prometía sol, y decidí aprovecharla saliendo a caminar. Era mi día libre en el trabajo y, mientras me distraía y movía las piernas, podía ir viendo locales libres para comenzar con mi nuevo emprendimiento. Sin embargo, la tarde olvidó cumplir su promesa: al rato, el cielo se nubló, ocultando el sol por el resto del día. Bufé, fastidiada por ese clima de mierda que era tan bipolar que ya necesitaba medicación. Decidí abandonar mi búsqueda y mi ejercicio y volver a casa. Recordé que sobre la mesa de la cocina, había quedado una hoja de papel, donde unos días antes, Juliet había escrito una breve explicación sobre cómo hacer una torta de chocolate, además de su número de teléfono por si llegaba a tener inconvenientes. Yo estaba segura que, mas que llamarla a ella, terminaría llamando a los bomberos. Pero no perdería mucho intentándolo, así que ni bien regresara, me abocaría a la tarea, para así pasar la tarde. Planeaba que, si todo salía bien, llamaría a Juliet para invitarla a tomar el té,  como modo de agradecimiento. Probablemente, para ella sería un castigo probar la torta hecha por mí.
Reía sola pensando eso cuando al doblar la esquina y cruzar la calle para entrar a mi casa, vi que a unos veinte o treinta metros, sobre la misma vereda, caminaba Marcia. Estaba de espaldas, pero la reconocía por su forma de caminar. Lo más importante: iba sola. Sentí que toda la tranquilidad que había tenido durante la tarde, desaparecía en milésimas de segundos, dando paso a una furia incontenible, tan incontenible, que me hizo gritar.
-¡Marcia!
Se dio vuelta. Vi su cara de desconcierto al darse cuenta que era yo quien la llamaba, y quien avanzaba hacia ella, con paso cada vez mas rápido, hasta correr.
-¡Hija de puta te metiste con mi hermano!
Sin darle tiempo a reaccionar, y lo peor, sin darme tiempo a mí misma para reaccionar ante lo que estaba por hacer, me abalancé sobre ella, empujándola y haciéndola caer. De inmediato, comenzó una lucha en el suelo que incluía tirones de pelo, gritos desaforados, y arañazos.
-¡Soltame loca! ¡Auxilio!
-¡Te voy a matar! ¡Me las va  apagar todas juntas, puta de mierda!
Marcia intentaba defenderse agarrándome de la ropa y tapándose la cara, pero para mi asombro, estaba en inferioridad de condiciones: en el piso, yo encima de ella, dándole golpes por donde podía y tirándole los pelos. Para mí, la pelea duró mucho, pero seguramente fueron dos minutos hasta que escuché gritos de hombre, inentendibles, y unas fuertes manos que me agarraron de la cintura, casi levantándome en el aire. Después, vi que a Marcia la levantaban casi de la misma forma, y vi a un policía. Supe que quien me sostenía, era otro policía.
-¡Loca de mierda! –gritaba Marcia, desgañitándose.
No respondí, estaba agitada, pero sonriente al verla tan desalineada gracias mí.
-¡Señoritas por favor! –otro policía se apareció, mirándonos con escándalo. El que sostenía a Marcia no podía aguantar la risa.
-¡Ella empezó! –gritó Marcia, zafando un brazo para poder señalarme.
-Ya lo sé, vi todo –dijo el tercer policía, acercándose  a mí -¿No le da vergüenza?
-¿La verdad? No. –contesté con desparpajo. Ya que estaba en el juego de chica mala, no veía porqué no seguir.
-Llévensela –dijo con total seriedad. –Y a ella la sueltan.
-¿Por qué? –traté de agacharme para recoger el sombrerito que se me había caído en la pelea -¡Ay, dejen que lo levante, no me voy a escapar! –protesté.
-Ella es tu víctima, la golpeaste.
-Lo hice para....
-Eso se lo dirás al comisario –me interrumpió.
-¡No puede llevarme! ¡Usted es un idiota! –intenté escupirlo, pero erré.
-Seguí, seguí  agrandando tu prontuario.
Pataleé, pero igual el policía que me sostenía me arrastró hasta un auto. A Marcia la soltaron, pero sentí placer al ver cómo lloraba. Ahora sabía lo que era meterse conmigo.





-Ella se acostó con mi hermano. Bueno, en realidad no es mi hermano, es...
-Si, si, no me expliques mas –el comisario me interrumpió. Evidentemente, estaba harto de escuchar gente excusándose.
-Llévenla a la celda.
-¿Qué?
-Lo que escuchó señorita Wells. A la celda.
-Pero...
-Pasará a noche ahí.
-¿QUÉ? ¡Pero...pero...!A ver, ¿cuáles son los cargos que se me imputan?
El hombre me miró, cansado. Era gordo, barbudo y con muchas ganas de jubilarse para dejar de ver tontos con poses de abogados aprendidas en películas.
-Tus “cargos” son: disturbios en la vía pública, pelea callejera y desacato a la autoridad.
-¡Injusto! ¡Exijo un defensor!
-Ya, ya, sáquenla de acá....
Dos policías me tomaron de los brazos y me llevaron por un pasillo oscuro, pero corto. A la derecha había una reja, que abrieron. Me metieron allí y cerraron.
-¡Estúpidos! ¡Muerte a la gorra!
Hicieron caso omiso a mis gritos y se fueron. Todo estaba oscuro, aunque llegaba algo de luz desde la oficina donde el comisario me había atendido. Se escuchaban voces, el ruido incesante de la máquina de escribir y el teléfono, y el olor a café.
-¡Esto es lo único que me faltaba! ¡Terminar presa! ¿Alguien en este mundo tiene peor suerte que yo? ¡NO! ¡Nadie! ¡Estoy meada por un tiranosaurio rex! ¡Todo  a mí, todo a mí! ¡Dios! ¡Dios, ¿existís?! ¿Qué mal te hice? Yo intento ser buena, pero no, el Barba, o sea vos, me tirás toda la mugre a mí! ¡Esta vida es una  mier....!-mi monólogo de quejas y desgracias fue interrumpido por un ataque de tos, que cuando pasó me dejó sin aire –Dale...seguí que es gratis.
Arrojé al suelo mi sombrerito y le di una patada.
-Hola, bienvenida.
-¡AAAAHHHH!
Una mínima luz se encendió, la luz de una vela, y me encontré con la cara de un muchacho. Tragué saliva. El miedo me había paralizado y ya veía las consecuencias de mis impulsos.
-Por...por favor...no me hagas nada...
-Ey, tranquila...
-¿Qué pasa acá? –los mismos policías que me habían metido ahí, aparecieron tras la reja.
-¡Sáquenme! ¡No pueden meterme en una celda con un hombre!
-Ahh por eso gritabas....-dijo uno.
-Tranquila, éste no te hará nada –el otro rió y ambos se fueron, dejándome sola con ese tipo.
Me giré para verlo, ahora sí que estaba perdida.
-El policía tiene razón, no te haré nada. ¿Sabés por qué?
-N...no....-apenas me salía la voz.
-Porque soy gay.
-¿Ah? ¿De verdad? –en un segundo pasé del miedo al desconcierto.
-Si, por eso estoy acá.
Pestañeé rápido. Era apenas un chico, seguramente menor que yo, de baja estatura y tímida sonrisa.
-Tomá –me dio una vela, que encendió –Ey, tranquila, no te pasará nada. Me llamo Jonathan.
-Mercy Wells, un gusto –extendí mi mano, que él estrechó, como si fuéramos dos hombres.
-Escuché que pasarás la noche acá.
-Sí.
-Te librás de so si pagás una fianza.
Sus palabras iluminaron mi pensamiento. Si pagaba...
Tenía el dinero del crédito y eso me podía salvar de pasar quizás la peor noche de mi vida.
-¡Policía! ¡Guardia! –grité, y enseguida apareció uno, fumando.
-¿Y ahora qué?
-Si pago, ¿me dejan salir?
-Mil quinientas libras.
-Jo-derrr....
Antes de que dijera algo más, el policía desapareció.
-Se me irá la mitad del dinero....-dije pensando en voz alta.
-No gastes. Después de todo, no se pasa tan mal la noche acá.
El chico encendió otra vela y se sentó en lo que podríamos llamar cama, aunque era un colchón sucio con unas frazadas encima, apoyado sobre unas patas de hierro.
-Sentate –dijo señalando la “cama” que estaba enfrente, separada por una mesita desvencijada.
Me acerqué lentamente y me senté. Al ver todo eso, me entraron unas tremendas ganas de llorar, y así hice.
-Ey...¿Mercy era tu nombre?
-¡Si! –asentí entre lágrimas, tapándome la cara.
-No llores...Te aseguro que hay cosas peores.
Jonathan se sentó a mi lado y me abrazó. Cuando me calmé, me separé de él.
-¿Seguro que sos gay?
-Mas que seguro –dijo ahogando una risita.
-Qué lástima, me vendrías bien como novio.
Soltó una carcajada a la que me uní y volvió a sentarse en su cama, antes de acomodar otra vela sobre la mesita.
-Sólo será una noche distinta. Los policías no te harán nada.
-¿De verdad? Sé que siempre se aprovechan, mas si una es mujer. Me da miedo eso.
-No, son buena gente.
-¿A vos nunca te hicieron nada?
-No, sólo encerrarme, pero lo hacen porque cumplen órdenes. Después nunca me tocaron un pelo. Si tenés frío te traen ropa, te dan sopa o caldo, y te dejan salir para ir al baño.
Asentí y me abracé a mí misma, acomodándome en la que sería mi cama por esa noche. Me pasé la mano por la mejilla izquierda, me ardía, seguramente Marcia me había arañado.
-¿Te peleaste con alguien?
-Sí , con una chica. A pesar de estar acá, me siento bien porque la cagué a palos, como quería hacer desde hacía mucho tiempo.
-¿Te robó a tu novio?
-No...
La noche sería larga, por lo tanto comencé a contarle toda mi historia con Marcia a ese chico que me escuchaba con atención y asombro. Después, me contó su historia. Yo, que pensaba que era el ser más desdichado sobre la tierra, aprendí en esa celda una lección de vida: siempre hay alguien que está peor, y pese a todo lo que a uno le pase, en cierto sentido es afortunado.
Jonathan tenía 18 años y muchas entradas en la comisaría. ¿Su delito? Ser gay. Eso estaba prohibido, y si alguien lo era, debía mantenerlo en secreto. Pero Jonathan no quería y eso le había costado caro: nadie quería darle trabajo. Con su madre enferma y sin tener dinero, no le quedaba otra que hacer en el oficio mas antiguo del mundo. Por eso, cada vez que lo veían en la calle o en algún club buscando clientes, la policía no dudaba  en llevárselo e incautarle su peluca rubia. El cargo era ejercicio ilegal de la prostitución, pero Jonathan sabía que no era por eso por lo que se lo llevaban. Sin embargo, agradecía que lo trataran bien y que no lo molieran a palos o le hicieran cosas peores, como sabía que hacían en otras ciudades.
Pese a todo eso, Jonathan era un ser inocente, con rostro de ángel y alma noble. Lo veía así a través de la penumbra de aquella celda y de las pocas horas que tenía de conocerlo. Era una persona transparente, que lamentaba lo irreversible de su condición.
Cuando terminó de contarme todo, ya era la medianoche. No sabía qué decirle, y él sonrió, seguramente adivinando que me había quedado sin palabras.
-Y decime...¿tenés novio?
Sonreí por la pregunta que me había hecho para cambiar de tema.
-No, pero estoy enamorada.
-¿Cómo se llama?
-Richard.
-¿Cómo es?
-Es bajito, tiene voz grave, el pelo castaño claro pero con un mechoncito blanco, y unos ojos azules increíbles...
-Me encanta.
-¡Ey, no te pases! –reí, arrojándole la almohada de mi cama. Él la esquivó, riendo también.
-¿Y estás enamorada por eso?
-No. Bueno sí, pero también por otras cosas....No sé, es dificil de explicar.
-Por tu mirada deduzco que no sos correspondida.
-Deducís bien. Tiene novia y creo que nunca se fijó en mí, ni lo hará.
-Uno nunca sabe.
-Sólo me ve como a una ex-compañera de colegio, así de patética. Duele, pero ya me acostumbré.
-Te entiendo perfectamente.
Bostecé, y me acosté en la cama.
-Voy a pedir una frazada, tendrás frío –Jonathan caminó hasta la reja y gritó. Enseguida, un somnoliento guardia le dio una manta. Volvió y me tapó con ella.
-No creo que pueda dormir....
-Te contaré un cuento, soy bueno para inventar historias.
-No te preocupes, descansá. Creo que dijiste que mañana cuando salgas, tenés que acompañar a tu mamá al hospital.
-Sí, pero hay tiempo.
-Como quieras.....Me hacés acordar a mi hermano.
-¿Al chico que se acostó con la tal Marcia?
-Si...Es terco así, y me cuida igual. Además se llama John, y vos Jonathan –reí.
-Creo que sólo ahí está la similitud. Bien, empezaré. Había una vez una niña que quería vivir todas las vidas....
Nunca supe cómo terminaba el cuento de Jonathan, ya que me quedé dormida casi enseguida.



Me despertó el grito del guardia, quien extendía a través de la reja dos tazas de humeante café. Me puse de pie de un salto.
-¿Ya me dejarán ir?
-Aún no.
-¿Por qué?  Ya pasó la noche.
-Tiene que venir alguien a retirarte.
No pude ocultar mi desilusión. Nadie sabía que yo estaba allí, y tampoco quería que lo supieran.
-Es así –dijo Jonathan, sentado en la cama, calentándose las manos con la taza de café –A veces paso dos días acá hasta que viene mi madre y me saca.
-Eso sería posible si fuéramos menores de edad....
-No, siempre tiene que venir alguien a sacarte.
Miré mi reloj. Eran casi las siete de la mañana y pronto tenía que estar trabajando. Cris se extrañaría si no iba, llamaría a mi casa y no me encontraría, llamaría a Mimi y ella no sabría nada de mí....Pronto estarían buscándome y lo que era peor: llamando  ami madre.
Mi única opción para evitar todo eso que la que propia Cris me sacara. Pero la cara  se me caía de vergüenza, y si no se me caía así, se me caería por las bofetadas que ella me daría, con justa razón. No podía hacerle eso, ni a ella ni  a Mimi, la segunda opción. Para mí, era una ofensa hacia ellas que se enteraran de dónde estaba.
-Wells, alguien quiere verla.
-¿Quién?
El guardia desapareció y volvió llevando a alguien.
-¡Paul! –grité corriendo hacia le reja.
-¿Se puede saber qué hiciste? –reclamó, lleno de indignación.
-Yo...
-No se para qué te pregunto si ya lo sé. Vi al nuevo novio de Marcia y me contó que la golpeaste y que te había llevado la policía.
-Ay no, Marcia le contará a todos...¡Por favor, que John no se entere! ¡Me va a freír en una sartén! ¡Y me comerá con salsita!
-Tranquila, nadie le cree a Marcia. Y no le diré nada a John, aunque si se entera de esto,  a mi también me freirá y me comerá con salsita. Y ojo que tiene buen apetito, eh. Anoche vine, para asegurarme que todo fuera verdad, y me dijeron que sí, que estabas acá, pero que no podía verte. Por eso vine ahora, para sacarte.
-¡Gracias Paul! ¡No sé cómo voy a pagarte esto!
-Y yo tampoco. Ni siquiera sé porqué lo estoy haciendo.
-Tenés razón, siempre te traté mal.
-Ya ves...Soy buena persona, no hay nada que hacerle. Juntá tus cosas mientras firmo unos papeles.
Paul se fue y volví a mi cama, para calzarme los zapatos.
-¿Es tu amigo? –preguntó Jonathan.
-Sí.
-Es lindo.
-Lamento decirte que le gustan las mujeres. Le gustan DEMASIADO.
Rió, negando con la cabeza.
-Jonathan, gracias por hacer que mi noche en prisión fuera mas llevadera.
-De nada. Gracias por escucharme y no juzgarme.
Lo abracé, sin poder detener unas lágrimas.
-Nos vemos.




Paul no paraba de firmar papeles, mirándome de reojo. Después me tocó firmar a mí.
-Lamentable que una señorita como usted ya tenga un prontuario. Créame que ésto la perjudicará de por vida –dijo el comisario. Sólo asentí. La luz del día había hecho aflorar mi vergüenza.
-Vámonos de una vez –Paul me tomó del brazo, guiándome hacia la salida.
-Esperá –le dije, y luego, dirigiéndome al comisario  -Se supone que estoy libre, ¿no?
-Sí –contestó con desgano.
-Entonces quiero sacar a Jonathan.
El hombre suspiró, y le hizo una seña a uno de los policías.
-¿Qué hacés? –preguntó Paul, enojado -¿Acaso te pusiste de novia con ese o qué?
-No, es mi amigo.
Jonathan apareció cargando una bolsa y esta vez me tocó firmar a mí una pila de papeles.
-Gracias Mercy –dijo sonriendo tímidamente.
-Es lo menos que podía hacer.
-Ya, váyanse –dijo el comisario.
Los tres salimos de la comisaría y el sol nos pegó en la cara.
-Yo tomaré el autobús a unas cuadras –anunció Jonathan.
-De acuerdo.
-Muchas gracias –me dio un abrazo –Espero volver a verte.
-Claro que sí. Ya sabés adónde trabajo, andá cuando quieras.
Sonrió nuevamente y estrechó la mano de Paul.
-Un gusto conocerte.
-El gusto es mío, Jonathan.
Se despidió moviendo la mano y caminó con lentitud hacia la esquina. Nosotros caminamos en sentido contrario.
-Gracias.
-Mercy, no fue nada.
-En serio Paul, gracias. ¿Me dejás darte un abrazo?
-Si no hay remedio...
Lo abracé riendo. Luego continuamos caminando.
-Vení a desayunar a la cafetería.
-Eso iba a hacer, y mas vale que me invites. Las cosas no las hago gratis. Ese chico, Jonathan, es simpático.
-Es gay, y gusta de vos.
-¿Qué? ¡No me jodas Wells!
Solté una carcajada y le palmeé un hombro.

-Paul, el  despiertapasiones, me acaba de sacar de la prisión. La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida.  



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Por la calle de Alcaláaa con la falda almidonáa y los nardos apoyados en la caderaaaaaaa

Sí, ya sé que por mas que les cante no me perdonarán que haya tardado mas de UN MES en subir. Ni excusas voy a poner, porque ya se imaginan: exámenes. Pero bueno, he reaparecido, con un capi largo y que hace como un año que tenía pensado. Espero que les haya gustado.
También espero que no me hayan abandonado, aunque no les reclamaría, tienen  toda la razón. Prometo que no les haré esperar tanto tiempo,o por lo menos avisaré. 
Ahora me despido, besos azucarados para todas!