14 abril 2014

Capitulo 79 Arrepentimientos tardíos

-Y ahora el alfil se mueve para acá.
-Paul, este juego me aburre.
-No seas animal, ¡es ajedrez!
Resoplé y luego reí al ver su cara de indignación. Hacía varias tardes que Paul se aparecía con su tablero de ajedrez e intentaba, en vano, enseñarme. Nunca había sido muy inteligente para los juegos, y al parecer, después del ataque había quedado peor. Comenzó nuevamente su explicación, que interrumpí.
-No Paul, no intentes más, ¡no entiendo! Me da ganas de usar las piezas para jugar a las muñecas. A ver, supongamos que un peón se enamora de la reina…
-Con vos no puede.
-Tranquilo, está bien, explicame todo de vuelta, haré el esfuerzo por entenderte. –dije aguantando la risa.
Esta vez, hubo más frutos de provecho, así que Paul me obligó a repasar lo aprendido para el día siguiente, dejándome su juego junto a mí sobre la cama.
-Me enteré que Abby vendrá a verte, llegó ayer. –dijo alcanzándome un vaso de agua.
-¿Si? Qué bueno, la extraño. ¿Y vos…?
-Mercy, no empieces. Ya está todo dicho con Abby.
-Ok, ok, no diré nada. ¿Qué hay de tu conquista por correspondencia?
-Pasado mañana la veré. –respondió con una sonrisa soñadora.
-¿Viajarás a Londres?
-Viajaremos. ¿John no te dijo nada? Volvemos a grabar, esta vez con tu amado.
-Desaparecé, McCartney.
Rió con ganas, a la vez que me tomaba una mano y la miraba.
-Si todo sale bien, pronto la conocerás. Me dijo que quiere visitar Liverpool. Hablamos por teléfono, ¿sabías?
-No. Admiro tu capacidad, maldito Casanova.
Otra vez rió y me miró la otra mano.
-Tus uñas están largas y desparejas. Hagamos una sesión de manicuría.
-Te lo dice tu lado femenino demasiado desarrollado, ¿no?
-Estás en cama, y por lo tanto en inferioridad de condiciones, cuidate de mí, puedo ahorcarte con uno de esos cables.
-Qué miedo…
Justo entró una enfermera, y Paul seleccionó su sonrisa más seductora.
-¿Tendrá una lima de uñas y unos esmaltes para prestarme?
-Claro. –en dos segundos, la enfermera, encantada de la vida, le dio dos limas y tres esmaltes.
Como un profesional, comenzó a limarlas y a pintarlas, sin que yo dejara de retorcerme de la risa y de molestarlo.
En unos pocos días, había hecho el gran esfuerzo de domar a mi carácter. Según Cyril, me costaría un poco, ya que la medicación producía cambios en el estado de ánimo, pero si pensaba en positivo, me alegraba con cada avance y disfrutaba de las visitas y todas las cosas que hacían por mí. Claro que, cuando me paraba  a pensar, generalmente por las noches, mi sonrisa se borraba con unas furtivas lágrimas hijas de la tristeza y la impotencia. Pero por suerte, a esas horas no había nadie cerca que sufriera mis arranques de malhumor. Igualmente, a veces contestaba mal ante preguntas que consideraba idiotas o si me sentía fastidiada o agobiada. Eso casi siempre se producía por la mañana, ya que dedicaba esas horas, por obligación, a hacer rehabilitación. Aquello era algo nuevo en la medicina, generalmente se suponía que si te pasaba algo y quedabas inútil, no había remedio. Pero estaba Cyril, con su juventud y sus últimos avances, y él no podía permitir que todo siguiera igual. Poca gente había conocido en mi vida que se mostrara tan apasionada por su trabajo. Gracias al hastío del hospital, me había enterado que Cyril no era muy querido por el director, ya que quería llevar a la práctica cosas novedosas recién salidas de las mentes de los norteamericanos, y que eran complicadas de aplicar, más en un hospital de Liverpool. Si fuera en Londres, la cosa cambiaba un poco.
Pero Cyril insistía, no sólo conmigo, sino con todos sus pacientes o “El club de los cardíacos” como él nos llamaba. A veces lo odiaba, y más en esas horas de rehabilitación junto al hombre de verde, o “el mudo”, donde su entusiasmo hartaba a mi desgano. Toda mi vida había odiado el ejercicio físico, y ahora me obligaban a hacerlo, todo porque mi cerebro había olvidado hasta qué era caminar.
-Vamos Mercy, colgate de esas anillas.
-¿Qué? ¿Colgarme de eso?
-Tenés que crear músculos.
-Cyril no voy a ser una boxeadora, no quiero músculos.
-Jeff dice que tenés que hacerlo.
-¿Y cómo lo sabés si nunca habla?
-Mercy Wells…
-Ay, está bien, lo haré, pero no estoy segura de poder saltar para agarrar esas jodidas anillas de m…-sin dejarme terminar, el mudo me levantó por el aire y no tuve más remedio que agarrar las anillas. Me soltó y quedé colgando-¡Ayyy! ¡Tu puta madre! ¡Mi espalda! ¡Duele!
-Bien, bien, eso es lo que quiero.
-¡Maldito sádico!
-Menos gritos y más acción, balanceate como si estuvieras en un columpio.
-¿Para qué? Eso lo hacen los que van a los juegos olímpicos, y yo no voy a ir.
-Ya lo creo que no. Vamos Wells, hacé el esfuerzo.
-Esfuerzo, esfuerzo…¡Esto no lo hacía ni cuando estaba normal! ¡No es justo!
-Vamos que se hace tarde.
Sin dejar de renegar, me balanceé tres o cuatro veces.
-¿Ya está?
-Bueno, sí, ya está. Además ya es tu horario de visitas, seguramente vinieron a verte.
El mudo me bajó y me subí los pantalones del pijama, que se me estaban cayendo. En el tiempo en el hospital había perdido bastante la vergüenza, y ni me importaba cómo me vieran.
-Ahora me dolerá todo aún más, y no querés darme mi morfina.
-Te dije que nunca más, y ni siquiera la nombres. Mandaré a que te apliquen otra vez suero, y que por ahí te vayan inyectando algunos calmantes.
-¿Suero otra vez? ¡No! ¡Que ya no saben qué vena pincharme!
-Ay Mercy, pará de quejarte, sos muy linda para estar todo el día a los gritos protestones. –me ofreció su brazo, me apoyé en él, y lentamente salimos caminando por los pasillos, mientras él le daba instrucciones a todo aquel que se le cruzara.
-¿En serio soy linda?
-Sí, pero cuando no te quejás. Ah, mirá, te dije que seguro tendrías visitas.
En la puerta de mi habitación, vi a Abby, esperando con una sonrisa. Con su ayuda logré acostarme.
-Me alegra verte bien. –me dijo con una sonrisa.
-Uff, si esto es verme bien…qué será verme mal.
-Vamos, que supe que estuviste peor.
-Ya lo creo que estuve peor, ahora parezco una vieja de ochenta años, pero antes parecía una plantita. Salvo por los gritos y las puteadas que echaba.
-Característico en vos. –rió-Ah, te traje un regalo.-de su bolso marrón sacó un paquete rosa metalizado, que al parecer, envolvía a una cajita.
-¡Muchas gracias! No esperaba regalos…
-Bueno, no tiene que ser tu cumpleaños para recibir uno, ¿no?
-Así da gusto estar enferma, ¡gracias! –lo abrí ansiosa, dentro de la cajita encontré un fino reloj plateado-¿Esto es para que vea lo lento que pasa la hora?
-Oh Mercy, ¿no te gusta? Perdón…
-Si serás tonta, estoy bromeando, ¡es muy bello! A ver, ponemelo.
-Me di cuenta que nunca te había visto con reloj…Y vi este y me gustó mucho.-me lo colocó con delicadeza-Ey, te queda perfecto.
-Sí, es verdad, es que es muy bonito. Mirá, quedo elegante y todo.
-Muy elegante, más con esas manos lindas que siempre tuviste. Qué bien te ha pintado las uñas, qué precisión.
-¡Ah, no fui yo, fue Pa…! Ehh…nadie. –miré para otro lado, tratando de que no se diera cuenta de mi metida de pata. Pero cómo no iba a darse cuenta, si yo era tan obvia…
-¿Quién fue? Ibas a decir Paul, ¿no es cierto?
-Ehh…bueno…Sí, iba a decir Paul.
-Tranquila Mercy, ya sabés que entre Paul y yo no hay nada. Mirá, viniendo para acá, lo encontré  y charlamos, y todo en orden.
-Entonces…¿nunca más?
-Nunca más. A ver, Paul es una parte importante en mi vida, fue mi primer novio, mi primer todo, y sé que yo soy importante para él también. Pero ya no más, somos buenos amigos, justamente porque somos importante el uno para el otro.
-¿Se puede ser amigos después de  haber estado juntos?
-Para mí sí, porque lo somos. Él mismo fue el que me avisó de lo que te había pasado.
Me encogí de hombros, mirando a la pared. La veía segura de lo que decía, y también bastante cambiada, más sofisticada con sus zapatos  y su bolso a juego, oliendo a perfume bueno. Londres y su trabajo la habían hecho más mujer, incluso parecía tener más edad que yo.
-Ah, ya que estamos en este tema –dijo cortando mi silencio-debo decirte que estoy con alguien.
Tal como comenzaba a sospechar. Quizás no fuera la gran ciudad, el trabajo, o el trato con gente importante lo que la había cambiado, sino ese “alguien”.
-¿Quién es?
-Se llama Alan.
-Bonito nombre.
-Mirá, tengo una foto acá .-de su bolso sacó una billetera, observé que era de esas de cuero auténtico, con cierres dorados. La abrió y extrajo una foto pequeña-Es él.
-Fiuuuú, qué guapo. –exclamé al ver al rubio de grandes ojos verdes, enfundado en un traje. Parecía un galán de cine.-¿Es compañero de trabajo?
-Sí, periodista, pero si todo sale como él planea, en un mes o un mes y medio, se irá a un canal de televisión, para ser presentador de noticias.
-No es para menos, con esta pinta hace subir las audiencias.
-¡Ey, no te pases! –rió-Estás enferma pero bien pícara.
-Mi cerebro no andará perfecto pero no se olvida del buen gusto. Abby, me alegro mucho por vos y tu novio, vos estás muy bonita y seguramente hacen una pareja ideal, así que serán felices, eso no se duda. Y bueno, espero verlo pronto en la tele, aunque el hecho de que lo conozca por ahí, no quita que no lo traigas a Liverpool. Quiero conocer a alguien de la tele.
-También podrías ir a Londres, ¿no?
-Ya sabés lo que me cuesta viajar a mi ciudad natal…
-Está bien, te lo traeré aquí.
En ese momento no sabía que nunca vería al novio de Abby, porque nunca más la vería a ella, salvo en la televisión.














Si bien me alegraba por mis avances, (caminaba bastante bien, podía tomar cosas pequeñas con las manos, había perfeccionado mi aguante frente al dolor, y la vista parecía estar mejor que antes del ataque) había algo que me frustraba y me hacía llorar de pura desesperación: no podía leer. Por alguna misteriosa razón que ni Cyril ni dos psicólogas podían descubrir, mi cerebro había perdido la capacidad que consideraba más importante para mi existencia. Reconocía letras e incluso palabras, pero no podía unirlas o saber su significado. A veces veía objetos y sabía  lo que eran, pero no recordaba la palabra para nombrarlos. Por eso mis horas se hacían eternas, porque no podía entretenerme leyendo, y ni hablar de escribir.
Pero alguien había decidido ayudarme a paliar esa ausencia de lectura: Harry, mi padrastro. Todos los días, luego de almorzar, se sentaba a mi lado y me leía un capitulo de una novela. Luego me daba el libro, para que gracias  a lo escuchado, pudiera leer algo de lo escrito. Pero casi siempre no funcionaba.
Como cada tarde, apareció con una sonrisa y el libro bajo el brazo, y yo me sentía como una niña inocente y ansiosa por recibir su cuota de imaginación.
-Bien, hoy tocaba el quinto capitulo, ¿verdad?
-Sí, sí, quiero ver qué pasa.
-¿Por qué no lo intentás vos?
-No, no –bajé la cabeza- Estoy contenta porque vas a leerme, no quiero arruinar el momento con mi incapacidad. Me pone mal.
-Como quieras. Comenzaré: “Un remolino de hojas secas…”
-Harry.
-¿Sí?
-Gracias por esto. Sos un gran…padrastro, aunque la palabra sea horrible.
-No me llames así, sólo decime que soy un gran Harry. –rió.
-De acuerdo, sos un gran Harry. Emm…quisiera saber una cosa…¿Cómo está mamá?  Demuestra alegría cada día que viene, pero no le creo. Por favor, decime cómo se siente, si te habla de algo…
-Ella está bien. Bueno, está preocupada, se pone feliz cuando ve que mejorás, pero es madre y no puede evitar preocuparse, ponerse mal.
-Me siento culpable, ni sé cómo ayudarla.
-Ella también  se siente un poco culpable, pero a ver, ninguna de las dos tiene culpa de nada. Ella…es lógico que se ponga mal, una cosa es que estés en cama dos días por una gripe, y otra, esto. En cuanto salgas del hospital, se le pasará todo.
Asentí, cansada.
-Al parecer, todo cambiará cuando salga de este hospital, pero todavía falta tanto…Y tengo miedo de que cuando llegue ese día, no cambie nada.
-Mercy, hay que tener fe, ya sé que es fácil decirlo y difícil llevarlo a la práctica, pero aunque sea intentalo. Cuando salgas, vas a tener una nueva vida, una segunda oportunidad. Muchos no tenemos esa suerte.
Lo miré y le sonreí. Harry siempre me parecía alguien lejano y aún extraño, sabía que nunca terminaría de adaptarlo al modelo de familia que tenía en mi cabeza, pero quizás por eso, por ser como ajeno, sus palabras tenían más peso y significancia.
-Gracias otra vez, siempre demostrás ser un gran tipo. Y…perdón, te casaste con una mujer cuya hija te esclaviza para que le leas en un hospital. Seguramente no estaba en tus planes.
-No, pero me gusta. Y ahora vamos al capítulo, que yo también estoy intrigado.














Para mi suerte, Cyril había olvidado mandar a que me pusieran el suero, pero también había olvidado mis calmantes. Quejándome, me acomodé para tratar de dormir una siesta ni bien Harry se fue. Dormité largo rato, el ruido de la gente caminando por los pasillos me molestaba. Al fin pude dormir algunos minutos, pero desperté sintiendo un rico aroma en la nariz. Abrí los ojos, intrigada, y vi, sentado a la luz del sol que entraba por la ventana, a Richard. Me incorporé asustada, pensando si aquello era verdad o el efecto secundario de algún medicamento.
-Uy, perdón, te asusté. –se puso de pie de un salto, acercándose.
-No, no, es que estaba dormida…¿Qué hacés acá?
-Bueno…vine a visitarte. –sonrió-Lamento no haber venido antes, no quería molestarte, sabía que no andabas muy bien. Te traje esto, no sé si te gustarán. –escondido detrás de su espalda, llevaba un ramo de fresias, que me entregó.
-¡Fresias! ¡Mis preferidas!
-¿De verdad?
-¡Sí! –inhalé el suave perfume-¡Me encantan, son preciosas! ¡Muchas gracias!
-Qué suerte que te gusten, no sabía bien cuáles elegir. ¿Dónde las dejo?
-Agarrá ese florero y sacá esa florcita de plástico que da una sensación de pobreza tremenda.
Riendo tomó el florero, dejó la florcita sobre la mesa y salió de la habitación. Me mordí los nudillos hasta que apareció unos minutos después, llevando con cuidado el florero lleno de agua.
-¿Se ven bien? –preguntó alejándose para contemplar el ramo, una vez que lo acomodó.
-Genial, es un perfecto ikebana. Muchas gracias, nadie me había traído flores, quizás porque siempre se las llevan a las que acaban de parir.
-Pfff qué tendrá que ver. –rió.-¿Y cómo estas? Nos diste un susto muy grande, te pasaste de bromista.
-Ojalá hubiera sido una broma. Ahora estoy mejor, puedo moverme y caminar casi bien, de hecho ya fui al parque del hospital dos veces. Con ayuda, claro, pero Cyril dice que es una gran mejoría.
-Cyril es el médico, ¿no?
-Sí, un gran hombre, la verdad. Lo que me pone mal es no poder leer.
-¿Y eso? Qué raro…¿No podés leer nada de nada?
-Nada de nada. Y eso que vienen dos psicólogas y me hacen pruebas y ejercicios pero no, sigue todo igual. Es un asco.
-Bueno, seguramente lo lograrás, mirá, en poco tiempo progresaste mucho. Supe que no podías moverte casi en absoluto y apenas hablabas, y ahora te veo perfecta.
-Sí, perfecta…
-Sí, claro que sí. Comparada a como estuviste esos cinco días en coma, estás perfecta. Así que lo de poder leer lo conseguirás en poco tiempo, tené paciencia. Capaz que me mandás a la mierda por decirte esto.
-No, me han dicho cosas más indignantes. –reí al ver su cara de desconcierto-¿Sabés? No entiendo a mi jodido cerebro. Es todo tan raro…Nadie conoce un caso como este, porque todos los que han tenido ataques así han quedado vegetando o directamente muertos.
-Pero tenía que caer Mercy Wells a hacer la diferencia. Mirá,  a lo mejor salís en las revistas.
-Sí, en una revista de medicina, y luego los doctores en sus congresos hablarán de mí y mirarán mis fotos y mis estudios y analizarán mi caso como quien analiza a un dinosaurio recién encontrado. Divertidísimo.
-Pero te harás famosa.
-Dejame de joder. Hablando de famosos, ¿te vas a grabar con los chicos?
-Sí, pasado mañana. Estoy nervioso, no se cómo saldrá eso.
-Pero si ya los conocés, además vos tenés más experiencia, sos más grande, estuviste en una banda importante…¿o les tenés miedo a ellos?
-A ellos y a la grabadora.
-¡Bah! Los chicos ya sabés que son un trío de locos, pero tranquilo, no te asesinarán. Y lo de la grabadora…Paul ya hizo contacto con una chica. Creo que imaginarás qué tipo de “contacto”.
-Pero eso sería acomodo.
-¿Y qué mas da? Aguante la corrupción.
Soltó una carcajada, a la vez que negaba con la cabeza.
-Sólo espero que vaya bien.
-Eso es seguro, vos no te preocupes. En un año estarás tapado de dinero y mujeres.
-Y autos.
-Cierto, olvidaba eso. Los autos te los regalarán por el mero hecho de que la gente diga “Ringo Starr usa el auto X” y corran a comprarlo. Ringo Starr es tu nombre, ¿no?
-Sí.
-Un gusto Ringo.
-El gusto es mío, Mercy –respondió aguantando la risa-Ey, volviendo a lo tuyo, ¿cuándo salís del hospital?
-¡Uy no me amargues el día! Ni idea. Todavía está todo muy “fresco” y tienen que cuidarme para que no me agarre otro patatús. Y nada de nervios, malas noticias, broncas, sustos…Es horrible, me siento en una casita de cristal.
Se abrió la puerta y se escuchó la voz de Cyril, que saludaba a alguien. Entró anotando cosas en su cuaderno, como siempre.
-Ah, hola. –saludó sorprendido al darse cuenta de la presencia de Richard. Él le respondió, serio. –Mercy vine a ponerte el suero.
-Ay no, ¡por favor!
-¿Y los calmantes? Acordate que todo tiene que ir por intravenosa, tu hígado ya no aguanta más pastillas. Así que prepará el brazo, vamos.
-Es que ya no me duele nada.
Me miró extrañado, miró a Richard, le sonreí.
-¿Segura?
-Bueno, un poco sí, pero aguanto.
-Como quieras. Ey,fresias, mis favoritas.
-¿A vos también te gustan? –pregunté entusiasmada-¡También son mis flores preferidas!
-Son bellísimas. ¿Las trajiste vos? –miró a Richard.
Richard asintió.
-¿Y cómo conseguiste fresias en pleno otoño?
-Una florería las trae importadas.
-¡Importadas! –exclamé-¡Entonces es verdad que existen flores importadas! Me pregunto cómo las traerán sin que se les pudran…
-Mercy, son los ‘60, existen los aviones. –rió Cyril-Bien, te dejo con las visitas, y no te quedes ahí son hacer nada, practicá los ejercicios de las piernas mientras charlas.
-Ay si, lo que digas…-respondí fastidiada-Nos vemos a la noche.
Ni bien Cyril cerró la puerta, me destapé y me senté.
-Rich, ¿te gustaría pasear por el parque?
-¿Eh? Pero...¿podés?
-Claro, ya te dije que fui dos veces, Samantha me acompañó, pero ahora ya ando mejor, sólo tenés que caminar lento, no te asustes.
-Bueno, si te dejan… ¡vamos!
-Abrí ese armario.-señalé con un dedo-Buscá un suéter rojo de cuello alto y un pantalón marrón. Y mis zapatillas.
Abrió y luego de unos segundos de duda, encontró lo que le pedí y me lo alcanzó. Se quedó mirándome.
-Ehh…Rich, tengo que cambiarme.
-Ah ok.
-Richard, tenés que irte.
-¡Ay es verdad! –se agarró la cabeza, rojo de vergüenza-¡Perdón, perdón!
Desapareció por la puerta con la velocidad de la luz, y riéndome, comencé a cambiarme, con lentitud. Tenía la cabeza en nada, sólo estaba alegre de que hubiera vuelto, eso significaba que se corría el rumor de que mi carácter había mejorado.
-¡Richard! –grité cuando terminé, luego también de algunos minutos tratando de recordar cómo se ataban los cordones de las zapatillas. Entró lentamente, aún avergonzado.
-Ayudame a ponerme de pie, todavía no lo logro.
Me tomó de los codos con cuidado y luego de los hombros, hasta que vio que era capaz de mantener el equilibrio.
-Me siento mi abuela.
-No digas eso. –me ofreció su brazo, enlacé el mío y caminamos despacio.












El parque del hospital era bastante grande y prolijo, tenía algunos bancos y muchos árboles que tapizaban el suelo con sus hojas secas. Aquí y allá se veían, enfermeros, médicos charlando entre ellos, enfermos con sus visitas, algún que otro niño…Poco de vida le quedaba a la luz del sol, al igual que a la mayoría de los enfermos que paseaban. La escena era bonita si olvidábamos ese detalle. Pensé en la cantidad de cuadros que vemos y admiramos por su belleza, sin pensar en la vida de las personas retratadas, ¿realmente serían vidas bellas?
Sacudí la cabeza, el ocaso me llenaba de melancolía.
-¿Sabías que la mayoría de estos enfermos son pacientes oncológicos?
Me miró con tristeza, sólo negó.
-Los dejan salir y fumar o tomar, total, no se van a morir de eso. También los dejan subir a la azotea, por si alguno quiere sacarse las penas de una vez por todas.
-Eso es muy triste.
-Sí. Perdón si te cuento esto. ¿Nos sentamos acá? –señalé un lugar del césped.
-¿Podés sentarte en el suelo?
-Si me ayudás, y después me levantás…sí.-reí. Con cuidado, me sentó y se acomodó a mi lado.
Nos quedamos en silencio, mirando a un niñito que se escondía de su padre detrás de un árbol. El padre era de los que tenían un cigarrillo en la mano, el rostro ceniciento, delgado. Contemplaba con tristeza al niño, contando cuántas veces más podría jugar con su padre.
-Mercy, ¿estás bien?
-¿Eh? Ah sí, me colgué pensando.
-Yo también pensaba lo mismo. –bajó la vista, ambos suspiramos y volvimos al silencio.
-Richard…¿supiste algo de Friederich?
-Sí…-volvió a levantar la cabeza, los ojos se le encendieron-Quedate tranquila que ese está bien preso. Él y otro más, y están buscando al cabecilla de la banda en la que estaba…Un delincuente total, han robado y matado, un desastre. Calculo que no pisará la calle en mucho tiempo, y cuando lo haga, no le quedarán ganas de molestar a alguien.
-Todavía no puedo creerlo…Y parecía tan perfecto, tan correcto.
-Ya ves cómo engañan las apariencias. La chica a la que llamaste vino al día siguiente. Fue a tu casa y se enteró, y apareció acá, casi a la madrugada. Por suerte sólo estaba yo, así que nadie se enteró.
-¿Evelyn vino? No quiero verla, ni saber nada.
-Por ella me enteré que está preso, dijo que algún día volvería y que deseaba que te recuperaras pronto. Ah Mercy, tuve que contarle a tu médico lo que pasó…
-Lo sé, me dijo, y también me dijo que prometió no decirle a nadie.
-Tuve que hacerlo, él quería saber qué te había sucedido y bueno, como era tu salud la que estaba en riesgo, le conté todo, así se daba una idea y…
-No expliques más, gracias por haberlo informado bien y por decirle que guardara el secreto. No quiero que nadie se entere, ya sabés cómo se ponen…Además seguro terminaría declarando en un tribunal.
-Y es lo que tendrías que hacer, intentó secuestrarte o no sé qué, lo principal es que te hizo daño. Y mirá, por su culpa estás acá.
-No, eso fue un desencadenante, la culpa fue mía, por no cuidarme nunca. Vos tenés que hacer eso, cuidarte. Sino terminarás loco como yo.
Sonrió y volvió a mirar a la gente. Sentí que me tomaba una mano, el corazón comenzó a latirme con fuerza. Me miró, clavando sus ojos en los míos.
-Decime la verdad, ¿estás bien?
Desvié la vista, no le aguantaba la mirada. Suspiré resignada.
-No.
Apretó con más fuerza mi mano.
-¿Es por Friederich o por lo que te pasó? ¿O por las dos cosas? ¿Hay algo que esté saliendo mal, alguna secuela?
-Mmm…Por Friederich ya no me preocupo, más sabiendo que está preso, así que ya está, historia terminada. Me pone mal esto…tengo miedo de todo, de cómo quedaré, de cómo será mi vida…Mientras estoy en el hospital, pese  a todo lo que me quejo, me siento protegida, pero cuando salga y vuelva a casa, a la calle, a un tren… ¿qué me pasará? ¿Y si por cualquier cosita me agarra lo mismo? Todos piensan que se terminará el problema el día que salga, pero para mí será como volver a empezar, y eso me asusta. Imaginate, según dicen, tengo el treinta por ciento del corazón muerto, y el cerebro me parece una máquina loca que un día funciona y al otro día, no. Mi “vida normal” será una mierda. Perdoname por el monólogo, necesitaba decirlo. Además vos me preguntaste, te jodés.
Otra vez sonrió, pero enseguida se puso serio.
-No pidas perdón, siempre dicen que hace bien hablar las cosas, es como…
-Sí, pero no se soluciona nada. –lo interrumpí.
-No sé si se soluciona, pero por lo menos alguien más sabe cómo te sentís y te puede ayudar. –soltó mi mano y me acarició una mejilla. Giré la cara para que no lo hiciera, pero le sonreí. Sentía una mezcla rara de cosas pero no les puse atención, mi autocompasión tapaba esos sentimientos.
-Todos te vamos a ayudar, no tengas miedo. Será raro al principio, seguro, pero después verás que todo va tan bien que ni te acordarás de tu corazón, ni de tu cerero, ni de todo lo malo que te pasó.
-Trataré de pensar eso, a ver si me animo un poco. Me siento como en una montaña rusa,  a veces le pongo muchas pilas a esto, mucho entusiasmo, y a veces me siento en un pozo del que tengo la seguridad que no saldré.
-Supongo que eso le pasa a todo el mundo, no sólo a los que están enfermos. Mirá, hay gente que está peor.
-Lo sé, pero uno siempre se siente el único desgraciado. El egoísmo del ser humano es así. Ah Richard, quería pedirte perdón porque el día que pasó lo de…bueno, ya sabés, me dijiste que nos veríamos para que saliéramos y me distrajera un poco. Digamos que arruiné la cita. –caí en cuenta de lo que acababa de decir, sentí calor en las mejillas-Digo…bueno…cita no, salida o…qué sé yo.
-Sí, era una cita. –sonrió-Y no arruinaste nada sólo se retrasó unos días porque mirá, acabamos de salir para que te distraigas.
-Ahh..¡es verdad! Pero convengamos que no es el mejor lugar del mundo para salir…
-Lo hay peores. –rió.
Otra vez el silencio incómodo, algunas personas ya se despedían y se retiraban del parque debido a que el calor del sol estaba desapareciendo. Sentí el corazón latiendo muy rápido, traté de controlarlo, eso no era bueno. Por el rabillo del ojo vi que sonreía, no sé porqué, y yo también sonreí, sin saber porqué. En menos de un segundo,  sentí que se acercaba, que en un movimiento rápido me tomaba el mentón y que…me besaba. Sí, Richard me estaba besando y aquel era el beso robado más dulce del mundo. Cuando me recuperé de la sorpresa, cerré los ojos y me dejé llevar por ese beso tan simple pero tan bello. Sentí que apenas se separaba de mí  y que me besaba otra vez, que me acariciaba una mejilla y que a la vez, sonreía. Por unos segundos fui la mujer más feliz del universo, hasta que noté que algo andaba mal. Algo no podía ser, algo no funcionaba, algo me daba una señal. La señal de que una vez más, yo misma debía arruinarme la vida.
Lo aparté con una mano sobre su pecho, con brusquedad.
-Salí.
-Perdón…yo…soy un tonto, no debía hacerlo.
-Claro que no debiste. Andate.
Pareció quedarse sin palabras, pestañeó.
-Me correspondiste, no me digas que no. ¿Qué pasó? –intentó tocarme la cara, lo aparté.
-Dejame.
Ni siquiera la tristeza que le vi en los ojos me hizo cambiar de opinión.
-Mercy, yo no te besé porque sí. Te quiero. Y desde hace mucho tiempo, y sé que a vos te pasa lo mismo.
Tomó aire, seguramente le había costado decir aquello.
-No te quiero. Andate.
-No me mientas. ¿Qué te pasa?
-¿Qué me pasa? Genial pregunta. Me pasa que no te creo, lo hacés de lástima o yo qué sé porqué. ¿Me querés desde hace mucho? Decime una cosa, ¡¿por qué no hablaste antes, carajo?! ¡¿Por qué me hiciste sufrir tanto?! ¡Me rompiste el corazón mil veces y ahora con un beso y un te quiero pretendés arreglar todo! –tomé aire, ya me sentía agotada-Dejame sola.
-Mercy, estás equivocada. Te quiero y es de verdad, no por lástima ni nada de eso que decís, te quiero y punto. Mirame.
-No te voy a mirar, te dije que te vayas.
-Mirame. –me tomó la cara y me obligó a mirarlo-Te amo. Y sé que vos a mí.
-¡No me toques! –me zafé-¡No te quiero, ni te amo, ni nada! Fuiste lo peor que me pasó en la vida, un capricho de la escuela que pensé que sería pasajero pero no, te empeñaste en mirarme, en encontrarme “por casualidad”, en hablarme, en abrazarme, ¡en mil cosas! Te odio.
-¿Me odiás? Decímelo mirándome a los ojos.
-No te hagas el guapo conmigo Richard, no sabés con quién te metés. Te odio, sí, y te miro a los ojos, ¿y qué?
-No te creo. Pero entiendo que estés así. Te pido perdón por todo eso, sé que hice mal dándote ilusiones, pero no lo podía evitar, siempre terminaba acercándome a vos. Y esto es desde hace mucho tiempo, me di cuenta de lo que me pasaba con vos desde…¿te acordás aquella vez que fuiste a mi casa a llevarme la tarea porque estaba enfermo, y tocamos la batería?
-¡No podés decirme eso, basura! –sentí un ahogo, preocupado, me abrazó. Comencé golpearlo en el pecho, a la vez que ya lloraba de pura rabia -¡Soltame!
Me zafé y lo miré sintiendo un verdadero odio, tanto que me asusté. Me sentía herida, aquello con lo que tantas veces había soñado, resultaba ser una pesadilla al darme cuenta de todo lo que había sufrido.
-Ahora me decís que me querés desde hace años, ¡bravo! ¿Por qué no hablaste antes? ¿Por qué Geraldine, por ejemplo?
-Era chico, no sabía qué decirte…Después empezaste la universidad, ibas a convertirte en alguien diferente, y yo sólo era un músico. Y apareció Friederich y bueno, parecía obvio que una chica como vos estuviera con alguien así, un igual. Me metí con Geraldine por puro despecho, después me enteré que lo tuyo con él no había durado nada, pero no quería lastimar a Geraldine. Al final, me dejó por su “representante” de modelos, hace tres meses se fue a París. Un desastre, lo sé.
-Quiere decir que porque ella te dejó, viniste. Quiere decir que soy tu segundo plato. Sos despreciable.
-Sabés que no es así. –me miró severo y luego se restregó los ojos con una mano, suspiró. Lo miraba sin inmutarme, esperando a que de una vez por todas se fuera con su drama a otra parte. No me reconocía ni a mí misma. –Perdón. No pensé que te había hecho tanto daño, te juro que es lo que menos querría en el mundo. Perdoname por favor.
-No.
Levantó la vista.
-Te prometo que nunca más te haré daño, que vas a ser feliz. Dame una oportunidad.
-Yo no me olvido fácilmente de las cosas, Starkey. ¿Sabés lo que lloré por vos? ¿Lo que tomé por vos? ¿Los insomnios que pasé? No, no tenés ni idea. Como no tendrás idea tampoco de una fiesta en tu casa y unos besos, porque para tu información, esta no es la primera vez que me besás. Hubo otra antes, pero estabas tan borracho que no te enteraste. Y tampoco te enteraste que esa noche me partiste el alma al medio. Eso no se perdona fácil, eso…
-Basta Mercy, no sigas, basta. Claro que me acuerdo. Unos días  después lo recordé, pero nunca supe si había sido verdad, o si habías sido vos u otra chica. Quise hablarte de so, pero ya te digo, estaba tan borracho que nunca supe si había sucedido o no. Me imagino que habrá sido horrible para vos. Fui lo peor...
-Ahora ya es tarde para todo. Haceme el favor de irte, no vuelvas nunca más.
-No es tarde para nada Mercy. Te juro que nunca quise que pasara esto, que quise decirte, pero no podía. Iba a hablarte el día que pasó lo de…bueno, la basura esa. Como no era un buen momento, te invité para el día siguiente, pero bueno, pasó lo que pasó.
-Ah claro, la culpa es mía.
-No estoy diciendo eso.
-Qué hijo de puta que sos. Andate. ¡Andate! –otra vez un ahogo, y un fuerte dolor. Me asusté, pero traté de no demostrarlo.
-Claro que me voy a ir, Mercy Wells. –se puso de pie, me miró con una rabia que jamás le había visto-Vos también sos lo peor, una egoísta, sólo pensás en vos, no tenés capacidad para perdonar ni para darte una oportunidad a vos misma.  Pensé que todo esto sería diferente, que nos haría bien a los dos. Cómo me equivoqué. Cómo me equivoqué con vos.
-¡Andate de una vez!
-No tenés el treinta por ciento del corazón muerto, lo tenés totalmente muerto.
-¡Y por tu culpa! Todo esto que me pasó es solamente por tu culpa, ¿Cómo querés que no piense en mí ahora? Demasiado pensé en vos, para arruinarme la vida. ¡No te quiero ver nunca más! ¡Morite!
-¡Ey, ey, ey! ¿Qué está pasando acá? –Samantha se acercó corriendo, nos miró preocupada. -Mercy no podés alterarte, tenés….
-Me duele el pecho. Llevame para adentro.
-¿Pero qué pasó? –dijo ayudándome aponerme de pie.
-La culpa es de él.
Lo miró, severa.
-¿No ve que está enferma? ¿Qué le hizo?
-Vamos adentro, Sam. No me siento nada bien.
-Sí, vamos. Jovencito por favor retírese y no vuelva más, sino quiere que llame al director.
Me abracé a ella, sintiendo cómo me costaba respirar. Me rodaron las lágrimas al verlo irse, vencido, preguntándome a mí misma porqué había hecho aquello. Sin embargo, tuve fuerzas para gritar.
-¡Te odio, Richard!









*****************
Vengan de a una a pegarme, sé que se mueren de ganas. A ver, algunas me dirán que esto ya parece una novela barata de Televisa, y otras que me zarpo en drama. A todas les doy la razón, porque yo también tengo mis razones: Mujeres, la vida no es tan fácil y color de rosa, se suuuufreeee, y en mi novela también se suuufreeee y los personajes a veces son adorables y otras detestables y no los entendemos porque a veces nosotras también hacemos cosas que no entedemos! Todo no puede ser tan así como así, bueno, te beso y mañana nos casamos y tenemos diez hijos y un rebaño de cabras (aguante la cabra, loco!) porque la vida no es así! Hay que llorar y putear mucho antes de que se haga realidad el rebaño. Igual no se hagan tanto drama, yo sé lo que les digo.

Y después de este discurso que parece articulo de revista Para Ti, voy despidiéndome, esquivando sus piedrazos.  


05 abril 2014

Capitulo 78 Thanks for making me a fighter

Un lugar solitario. Un día gris. Personas, unas cuantas, lloran. Un cura pensando qué decir. Flores. Y un ataúd.
Las personas se acercan lentamente, se abrazan, se consuelan. El cura abre un libro, lee unas palabras que nadie comprende, ni siquiera él, tan lejanas en el tiempo que ya no sirven. Cierra el libro, mira los rostros, mira el ataúd.
-Dios, esto es muy penoso.
Da una señal, todos entienden que no sabe qué decir y no lo juzgan, porque nadie sabe qué decir.
Dos hombres vestidos de azul bajan lentamente el ataúd. Abby, Juliet, George y Cris, lanzan unas flores, amarillas, “como a ella le gustaban”.
Elizabeth se abraza a Harry, otra vez entierra a alguien querido, el más querido. Paul se traga las lágrimas, abraza a su hermana y a su cuñado. Mimi permanece inmóvil, sin pestañear. John mira todo desde lejos, impotente ante esa escena, que parece repetirse una y otra vez en su vida.
De pronto, alguien arroja un puñado de tierra. Otro más se suma, y otro, y otro, y así van cayendo más tierra y más flores amarillas.
-No lo hagan por favor, ¡no lo hagan! ¡NO LO HAGAN!











La boca y la garganta dolieron de tan resecas, pero la sensación desapareció con el dulce alivio de la bocanada de aire inflando los pulmones, refrescando el cuerpo.
Una luz blanca, cegadora, hirió mis ojos, pero soporté, a pesar de no ver más que eso, luz.
Moví la cabeza, la nuca dolía de forma espantosa, pero la vista parecía dejar de hacerlo, aunque no distinguía nada. No tenía idea de dónde estaba ni qué me había sucedido, aunque recordaba algo: un ahogo terrible, Mimi gritando, y la sensación e incluso resignación de saber que moría. Sí, daba por sentado que estaba muerta, aunque sentía dolor, mucho, tanto que no sabía de dónde provenía, pero sentía que me aplastaba. Supuestamente, los muertos no sentían nada, ¿por qué yo sí? Esa pregunta dejó de tener sentido cuando los recordé a todos: había dejado a mucha gente, y ahora estarían sufriendo, así como los había visto. Me sentí profundamente triste.
Cerré los ojos, esperando que pasara lo que tuviera que pasar, completamente entregada, preguntándome si toda la gente que moría se sentía tan triste como yo.
Unos ruidos indescifrables me sobresaltaron, y abrí los ojos. Distinguí la figura de alguien, después de unos segundos vi que era una mujer inclinada sobre mí. Apareció otra figura de otra mujer, y luego oí claramente la voz de un hombre.
-Avisen que preparen todo para las pruebas.
-Doctor, no nos está escuchando.
Quise hablar pero no pude, intenté mover los labios, o aunque sea un dedo, pero fue en vano. Opté por mover los ojos, aunque no viera con nitidez, pero quería decirles que sí, que los oía.
-Samantha, nos debe escuchar, recuerde que lo último que muere es el oído. ¡Ahí! ¿Ve? ¡Mueve sus ojos!
Los moví más, pestañé. En la niebla que cubría mis ojos, distinguí que el hombre sonreía.
-Hola Mercy. Bienvenida a la vida.









Estar seguro de estar muerto y después no estarlo genera contradicciones. Si bien no tenía ganas de morirme, la esperanza de volver a encontrar a aquellos que había perdido casi me había hecho cambiar de idea. Ahora resultaba que no estaba muerta, pero podía estar en una situación peor. Recordé lo que el médico de mi padre me había dicho: muerte o estado vegetativo. Bien Mercy, por lo menos no había perdido  la memoria, pero lo más probable era que hasta que me muriera en serio estaría postrada, sólo moviendo los ojos, sin ver.
-Mercy, ¿me escuchás? Tratá de mover la boca, decinos algo.
Intenté obedecer al hombre, pero me fue imposible.
-Doctor, debe estar dolorida.
-Es verdad, inyecta morfina.
Ay no. la morfina, el remedio de los moribundos. O me moría del todo, o me convertiría en adicta a eso, y me terminaría muriendo. Llegué a la conclusión de que me moriría de cualquier modo. ¿Por qué mi vida era tan complicada?
-Intentalo otra vez, por favor.
Para mi sorpresa, el dolor había desaparecido. Sentí que la mujer me quitaba el respirador artificial y acercaba su oído a mi boca. Con esfuerzo, moví la lengua y abrí la boca, y me sentí agotada de sólo hacer eso.
-Agua…
-¡Bien! Samantha mojale los labios. Tranquila Mercy, estás muy bien, mirá, podés hablar.
Al fin sentí humedad en los labios, distinguí la sonrisa del dichoso doctor  al ver que lograba chupar algo de agua del algodón empapado que la mujer apoyaba en mis labios.
-No veo…
-¿Cómo? –preguntó la tal Samantha.
-No…no veo…
-Creo que dice que no ve.
-¿No ves nada de nada?
Asentí lentamente, aún prendida al algodón mojado.
-Veo…
-Debe ver mal –concluyó el médico- Tranquila, en unas horas tus ojitos estarán bien. Fueron muchos días cerrados.
¿Muchos días? ¿De qué hablaba? No entendía nada.
Entró otro hombre, al que noté mucho más alto que el médico, además de ir vestido de verde. Me asusté, ¿sería un militar? ¿Estaría en un campo de concentración nazi, fascista, franquista, o lo que carajo fuera? Recordé que la guerra hacía rato que había terminado, pero una nunca sabía.
-El señor te hará masajes para ver cómo están tus músculos. –aclaró el médico-¿Sentís que está tocando tus pies?
Negué con la cabeza.
-¿Y que te da golpecitos en las rodillas?
Otra vez negué.
-Ahora te tocaré las manos, apretá mis dedos.
No sentí nada, y tampoco sentí fuerzas para apretar. Oí un suspiro.
-Hay que hacer ya mismo los estudios. Duérmanla.










Cuando abrí los ojos, la vista seguía borrosa, pero al rato se aclaró. Me alegré, pude ver paredes blancas; una mesita también blanca frente a mí, con un florero y una florcita plástica roja; una ventana a la izquierda, por la que entraba la luz del sol. La luz cegadora no estaba encendida. También me alegré porque ya sabía dónde estaba, en el hospital, tenía vistas esas habitaciones. Moví la cabeza, a mi alrededor había cables, tubos, aparatos ruidosos. ¿Cómo había dormido con tanto barullo?
-Buenos días, Mercy –oí la voz de Samantha y al fin la pude ver. Una mujer joven, rubia, con su birrete de enfermera. Bellísima, parecía Marilyn-Te hicimos algunos estudios y exámenes. Estás muy bien, pero llevará su tiempo.
Asentí, tratando de creer en sus palabras. ¿Cuánto habría de verdad  y cuánto de mentira en ellas?
-En un rato podrá verte tu mamá, ahora vendrá el doctor.
Efectivamente, rato después, apareció el doctor. No dijo mucho ,sólo me revisó los ojos y los oídos.
-Retírese Samantha, así puede verla la familia.
La enfermera obedeció, el médico se sentó en la silla que ella ocupaba.
-Ay Mercy Wells…Serás un caso complicado, ¿sabés? Pero no imposible. Necesitaré de tu esfuerzo y tu tozudez, que ya me dijeron que tenés. Sos dueña de una librería, ¿verdad?
Asentí, a la vez que inspiraba hondo, sintiendo una punzada en el pecho.
-¿Y amigos?
Otra vez asentí.
-¿Estás enamorada?
En ese momento recordé la cita con Richard, arruinada porque yo estaba ahí, atada a una cama. Me sentí peor, pero sin querer sonreí al recordarlo.
-¡Ey, bien! ¡Podés sonreír! Buen signo. Y además, una muestra clara de que está enamorada. Vamos a usar todo eso para que luches y pongas lo mejor de vos, pronto saldrás de acá.
Moví la boca, y él se inclinó, quitándome el respirador.
-¿Qué me pasó?
-¿Qué? 
Me di cuenta de lo inaudible que salía mi voz, y del esfuerzo que me costaba que aunque sea saliera eso.
-¿Qué me pasó?
-Ah…Verás, tuviste un infarto grande, jodido. El cerebro también se vio afectado por la falta de oxígeno. Tuvimos que operarte.
Sentí que me ahogaba, me colocó el respirador nuevamente.
-Tuviste algo parecido a lo de tu padre. Sí, leí su historia clínica, la de él, y la de todos los Wells que encontré. Los Wells…Parecen estar condenados a sufrir esto. Salvo que vos tuviste muchísima más suerte. Estuviste cinco días sin despertarte, ni yo sabía qué te iba a pasar. Es una gran alegría que estés acá, y con posibilidades de mejorar.
“Posibilidades de mejorar”. Con todo eso que me había dicho, las posibilidades seguramente eran vivir en una silla de ruedas, que me dieran de comer en la boca, y dar lástima por vaya a saberse cuántos años, hasta que el destino de los Wells me visitara nueva y definitivamente.
-¡Bien! ¡Podés llorar! –lo odié, estaba llorando y él festejando un puto “progreso”.








Sí, me quería morir. Me negaba rotundamente a vivir de esa forma. La idea me la confirmé al ver a mi madre llorando a mi lado, supuestamente de alegría, y yo sin siquiera poder tomarle la mano, o decirle algo entendible. Dijo que muchos estaban allí, que querían verme, pero que no los dejaban pasar. Sobre la mesita con el florero dejó unos papelitos, dijo que eran cartitas de todos, que el médico las leería conmigo, para examinarme. Le oculté las lágrimas hasta que se fue.
-Haremos una prueba –dijo el doctor entrando. Otra vez lo odié por verme llorar-Te mostraré una carta, la mirarás, y me dirás si podés leerla. Lo hacés, y luego yo te hago preguntas sobre ella, para ver si la entendiste. ¿De acuerdo?
Desdobló uno de los papeles y lo sostuvo frente a mis ojos. De inmediato reconocí la letra de Jonathan.
-¿La ves?
Asentí.
-Tratá de leerla.
“Que…querida…Merc…” Mierda, apenas entiendo mi nombre. Me angustié. Seguí leyendo, o tratando de unir todas esas letras. El médico sostenía el papel, aparentaba tener una paciencia infinita. Continué leyendo, aunque con desesperación notaba que a algunas letras las reconocía, y las palabras también, pero no comprendía su significado. Miré al médico.
-No podés, ¿no? –se acercó y me quitó el respirador.
-Sólo un poco…
Me colocó el respirador otra vez, sonriendo. Me di cuanta que era joven, y muy guapo. Bien, me estaba muriendo y pensaba que el médico estaba bueno, merecía una patada.
-Tranquila, con el correr de los días eso también mejorará.








Durante los quince días que permanecí en terapia intensiva, lo único que mejoró fue el oído, con el que reconocía todo lo que no podía ver por estar rodeada de cosas. En lo demás, los movimientos eran nulos, y la voz ronca, acatarrada. Eso impedía que me comunicara con todos los que venían  a verme, lo que les decía, no lo escuchaban o no lo entendían, así que me limitaba a asentir, negar, y ver cómo disimulaban las lágrimas.
El médico se llamaba Cyril Sheen, él y Samantha eran los que me hablaban y me revisaban continuamente. De observarlos, aprendí a reconocer sus expresiones, y siempre eran desalentadoras, porque simulaban que todo estaba bien.
Por las noches, cuando el hospital quedaba en silencio y sólo se escuchaban los ruidos de mis máquinas, lloraba, lloraba mucho. Aquello me parecía lo más injusto, no veía motivos para luchar porque no veía los motivos del porqué me había sucedido eso. La explicación de los Wells no me convencía, porque yo no tenía la culpa de haber nacido Wells. Me di cuenta que, de tan triste que me sentía, pasé a ponerme rabiosa. Y eso, claramente, me jugaba en contra.








Al fin me pasaron a terapia intermedia cuando pude prescindir del respirador. Me puse alegre cuando noté que mi voz volvía a ser la de antes, y mi vista estaba completamente mejor. Pero en cuanto al carácter…dejaba mucho que desear. Estaba harta de ese lugar, de la cama, de los ruidos, los médicos, los estudios, la gente…todo. Odiaba al mundo entero que vivía feliz fuera de las paredes de ese hospital.
-¿Sentís algo? –Cris me miró ilusionada, después de pasar varios minutos masajeándome una mano. En los días que yo llevaba ahí, ella era la única que había conseguido arrancarle unas palabras al hombre de verde, el masajista, que parecía mudo. De él aprendió lo que debía hacerme.
-No.
Continuó otro rato, tranquila, a pesar de mis muestras de impaciencia.
-¿Ahora?
-No, te dije que no.
-Pero…
-No, ya está, dejame. –fijé mi vista en la ventana.
-A ver, seguiré con la otra mano.
-¡Ay dejame tranquila! ¿No ves que no siento nada, que no puedo mover ni un dedo?
-Por eso te estoy haciendo esto.
-No te gastes, esto no se soluciona con masajitos, porque no se soluciona con nada. ¿O te creés que no veo a los médicos, a las enfermeras? Soy un caso imposible.
-Lo serás por el carácter podrido que tenés.
-Y bueno, ¿qué querés? ¿Qué esté feliz, festejando como si fuera mi cumpleaños? Dejate de joder, a mí no me engañan, no soy tonta. Todos me miran con lástima.
-Pero Mercy, tenés…
-“Tenés, tenés, tenés” ¿Y porqué tengo que hacer cosas? ¡Si yo no pedí esto! ¿Sabés qué? Andate, dejame sola.
-Tampoco es para que me trates así. Está bien que estés enojada, pero si vos no tenés la culpa, yo mucho menos.
-Y bueno ,andate, te estoy diciendo que me dejes.
-¿Sabés que sí? Me voy, sos una desagradecida, estás viva y te quejás.
-¡No quiero estar viva así! ¡No entendés nada!
-No, la verdad es que no entiendo. Me voy, que me trates así a mí, bueno, pero ayer no sé qué le dijiste a tu madre, yo la vi, y ella no se merece eso.
-No me importa.
Sin mirarla, sentí  que me traspasaba con sus ojos llenos de bronca. Agarró su saco y se fue dando un portazo. Me mordí los labios para no llorar de rabia por lo que me pasaba y por lo que había hecho. Escuché que alguien golpeaba la puerta, me alegré de pensar que fuera ella, pero lo arruiné.
-¡No te quiero ver! ¡Andate de una vez!
La puerta se abrió, y vi a Jonathan.
-Mercy…¿estás bien?
-No, no estoy bien. Andate vos también.
-Te traje los números  de la librería, así los controlamos juntos.
-No quiero ver nada, no quiero saber nada de la librería, te regalo Alejandría Libros si querés, si total no puedo leer.  Dejame. ¡Dale, andate! ¿Qué me mirás?
-Me parece que el ataque te afectó bastante el  cerebro. No sos la misma.
-Ya lo creo que no soy la misma, que yo recuerde nunca estuve casi un mes en una cama sin poder moverme. Andate de una vez.
Pasé toda la tarde sola, rumiando la bronca y tragándome las lágrimas, por puro orgullo. No quería que nadie me viera así, pero insistían, y eso me daba más enojo. Odiaba todo eso, quería que me devolvieran los días y los dolores robados, las ganas de reírme,  la posibilidad de soñar con un futuro que, al parecer, ya no tenía. Otra vez odiaba al mundo, y a Dios, el culpable de eso.
-¿Cómo estás hoy? –Cyril entró, con su sonrisa, sentándose en el borde de la cama.
-Estoy tan  bien que me pondré a bailar la jota aragonesa. Qué pregunta idiota.
-Mercy, ya te dije que esto…
-Sí, ya sé, es “complicado”, pero hay que “luchar”. Mire, ya me aprendí sus discursos.
-A ver, primero y principal, empezá a tutearme. Soy joven, llamame por mi nombre.
-Como quieras, Cyril. ¿Tan joven sos?
-Bastante, unos años mayor que vos, me recibí rápido.
-Qué envidia. ¿Tené idea de cuánto me falta para morirme? Así voy calculando también, cuánto tiempo tendré que aguantar estar así.
-Ojalá lo supiera…Podés estar un día más, o un año. El cerebro tiene esos misterios.
-De gusto te recibiste tan rápido, no sabés nada.
Rió, y se me quedó mirando. Me sentí incómoda.
-Bueno, si es así, duplicá la dosis de morfina y acabemos con esto. Eutanasia ya.
-Mercy, no puedo hacer eso.
-¿Por qué? Soy mayor de edad, estoy en uso de mis facultades mentales, te lo estoy pidiendo. Traé los papeles que hay que firmar. Si no está legislado, no importa, te doy mi permiso.
-Lo siento, pero no puedo. Si supiera con certeza que nunca te recuperarás…Y tampoco, no lo haría.
-Creo que sos un cobarde.
-Y vos también. Por no pelear.
-Esta conversación  no tiene sentido.
-Deduzco que me estás echando.
-Exacto.
Asintió y caminó hacia la puerta, antes de irse me miró.
-Está bien que estés enojada, es un modo de descarga. Pero te recuerdo que no sos la única del mundo, y que no todos se pelean así con la vida.
Se fue, cerrando la puerta detrás de sí.
-Andate  a la mierda. –dije poniéndome de costado y tapándome con la sábana hasta la cabeza. Cuando cerré los ojos, reaccioné: me había dado vuelta y me había tapado sola. Otra vez volvía a tener movimientos.










La mañana fue un vómito constante. No sé qué carajo me habían hecho tragar para hacerme más estudios ni bien se enteraron que ya podía moverme. Dejé caer la cabeza sobre la almohada, agotada. Tener movimiento significaba, además, tener dolores. Tantos días quieta habían atrofiado mi cuerpo, por lo tanto mover un dedo era sinónimo de lágrimas.
Cyril había decretado no más morfina, sino cosas mas livianas. El resultado era pobre sino contamos mis quejas pidiendo a gritos la morfina. Según él y sus dichosos estudios de los que se la pasaba hablando, ya me había convertido en adicta y debía alejarme de ella cuanto antes. Mi llanto pidiéndosela confirmaban todas sus suposiciones.
Todo empeoró cuando, sentada, llorando y peleando con él, miré debajo de la bata o camisa que llevaba puesta desde que me habían internado. Desde más debajo de la altura de mis senos hasta las clavículas, se extendía una espantosa cicatriz que surcaba mi pecho.
-¿Qué es esto? –le pregunté asustada, interrumpiendo otro de sus discursos.
-Ah, Mercy, eso es de la operación que tuvimos que hacerte casi de urgencia.
-¿Me operaron el pecho? Pensé que era la cabeza.
-¿La cabeza? Eso ni se toca. Era el pecho, había que operar sí o sí. Tranquila, mucha gente tiene cicatrices de operaciones cardíacas.
-Ya lo sé, las he visto, pero no tan horribles como esta. Y además, se nota mucho…
-Con el tiempo irá cambiando el color y ya no se verá tanto. No sé, quizás en unos años puedas hacerte alguna cirugía para mejorarla. Hubo que ser un poco bestia, Mercy, era necesario abrir y no pensar tanto en la estética.
No podía dejar de verla. Tras que nunca había tenido un cuerpo lindo, ahora también tenía esa cosa fea, que parecía un bicho, o me hacía parecer un bicho a mí. Daba la sensación de que en cualquier momento se abriría y saldrían todas las tripas. Con una mueca de asco, la tapé.
-Creo que tenés visitas, me voy. En  un rato paso a verte, antes de que duermas.
-Cyril, por favor, dame morfina. No aguanto más los dolores.
-Te daré otra cosa.
-¡No, otra cosa, no!
-Si te alterás, es peor.
-Odio a los médicos.
-Ya lo sabía, me di cuenta. Vamos Mercy, calmate y ya no tendrás dolores fuertes.
-¡No Cyril, no! A ver, decime porqué me pasó todo. Porque aún no he preguntado. Ah, no me vengas con el destino de los Wells, los médicos no hablan del destino.
-Ok, te haré una breve explicación. –se sentó en la cama, me tomó una mano-¿Sentís algo?
-Sí, dolor. No me toques, duele mucho.
-Bien, aunque no lo creas, es un buen síntoma. Bueno, te diré: lo tuyo fue una serie de factores. Primero, el congénito.
-Eso ya lo sé, sobre papá me dijeron lo mismo.
-Y si ya lo sabías, ¿por qué nunca te trataste?
-Porque…no creía que me iba a suceder lo mismo. En realidad, creo que no lo hice por miedo a que me dijeran que sí, que me iba a pasar, y…Sí, fui una tonta.
Cyril suspiró, me miró a los ojos. Vi por primera vez lo verdes que eran los suyos.
-Hay otras cosas. Cigarrillo, por ejemplo. ¿Cuántos fumás por día?
-A veces un atado completo,  a veces ni uno.
-No fumes más, ninguno. Y otro problema: alcohol. Sé que tuviste problemas con eso.
-Soy una adicta, ¿lo ves? Primero alcohol, ahora morfina. Ah, veo que mis familiares y amigos ya te contaron todo sobre mí.
-Era necesario. Tuviste suerte que yo estaba aquí, soy el mejor en mi especialidad.
-Bueno, qué modesto. –rió y se acercó más.
-Otra cosa más, el stress.
-¿Eh? Eso lo tienen los oficinistas o los empresarios.
-Y vos. Y no hablo del stress de manejar una fábrica o especular en la bolsa, sino el acumulativo, el que te dan las amarguras, los sustos, las situaciones de muchos nervios…
-Ah sí, de eso tengo a montones, y ya me estoy dando cuenta qué fue el desencadenante. El culpable es Friederich.  No lo conocés, pero es un…
-Ya sé quién es.
-Ay no…no me digas que vino…
-Tranquila, no. Me lo contó todo un tal Richard,  un chico que estuvo aquí todas las noches. Lo dijo porque yo necesitaba informaciones, comprendé que no sabía qué tenías ni porqué viniste a parar al hospital. Pero prometí no decir nada, me dijo que no querías que lo supiera nadie.
Me quedé pensativa, Richard había estado allí.
-Sí, estuvo. –sonrió Cyril, adivinando mis pensamientos-Ahora desapareció, probablemente porque se enteró que echás a todo el mundo. Cuando se te pase el mal genio, quizás vuelva…Ah, mirá, se me olvidó mencionarte otros dos factores: una anemia que no sé cómo la llevabas encima, y tus problemitas cardíacos de pequeña que, según tu madre, mientras vivías con ella te tratabas, pero después ya no. Así que, lamento decirte esto, pero la única que culpable, sos vos.
-Bah, seguro que si me cuidaba, me pasaba igual.
-Quizás, pero no habría sido tan complicado. Bueno, te dejo, pensá bien todo.
Cyril desapareció, dejándome con mis dolores. Así que la culpable era yo…
Escuché que golpeaban la puerta y que enseguida se abría. Era John, hacía días que no lo veía, y la verdad era que lo extrañaba un poco. Bueno, mucho.
Apenas si me saludó, y se sentó en la silla que estaba junto a mi cama.
-¿Qué te pasa? –preguntó, serio.
-Otro con la misma pregunta.
-Mercy, yo sé que esto es muy duro, que lo estás pasando para la mierda, pero no entiendo tu enojo. Como te pasó a vos, le puede pasar a cualquiera, y nadie te dejo sola, estamos con vos, nosotros también sufrimos y la pasamos mal.
-Veo que Cris ya te dijo.
-Todos me dijeron.
Suspiré, me mordí los labios para aguantar una fuerte punzada en las piernas y también las lágrimas.
-Ay John…Me siento tan mal, no entiendo. Cyril acaba de decirme que la culpa es mía, y tiene razón, pero hay tanta gente que toma y fuma y nunca va la médico y vive hasta los 100 años y nunca le pasa nada, y a mí sí. Está bien, veo que estoy mejorando, pero tengo miedo que todo termine en esto, que los avances se frenen, que tenga que vivir atada a los calmantes y que ya no pueda hacer nada por miedo a terminar otra vez en el hospital. Yo quería vivir bien, quería mi vida sana, no sé si era feliz pero era normal. Y ahora ya no. Perdoname por ser tan cabrona.
Me abrazó fuerte, sentí más dolor, pero aguanté porque necesitaba que él me abrazara, como había hecho siempre que me había sentido tan mal. Se separó y me revolvió el pelo.
-Me cuesta entenderte, pero trato de hacerlo, me enojé con vos por lo que hacías, pero después me acordé de lo mal que estuviste y se me pasó. Es una alegría que te hayas salvado, vas a ver que cuando salgas de acá estarás mejor que antes.
La puerta se abrió y vi a Cris, que ni me miró.
-John, ya tenemos que irnos.
-Uy, es verdad, tenés pocos minutos de visitas. –John me dio un beso en la frente y se puso de pie –Nos vemos mañana.
-Nos vemos. –la miré a ella, que le decía algo a él y se disponía a irse-Ok, ok,ok. Reconozco que me comporté como una desalmada, y pido perdón.
-John, vamos.
-Cris…
-¿Qué?
-Por favor, perdoname.
-Pedile perdón a tu madre, a Jonathan, a Mimi, y tu médico, y a todos a los que maltrataste.
-De acuerdo, lo haré. Pero ahora te pido perdón a vos. Por favor.
-Está bien, perdonada. Pero lo volvés a hacer y te rompo un tubo de oxígeno en la cabeza.
-No hay duda de que son cuñadas, ya no se soportan.
-La culpa es tuya por “encuñarnos” –reí.
-Ay John –dijo ella- se ríe. Volvió a reírse.
-Sí, ¿no es genial?
-Oigan, dejen de mirarme como si fueran mis padres y vengan a darme otro abrazo, que si bien me duele todo, quiero abrazos de oso.
Sonrieron y nos dimos un abrazo grupal, de esos bien apretujados.
-Gracias chicos. Gracias a todos por no dejarme ir.





****************
Y aparecí yo, trayéndoles capítulo bien deprimente, para demostrar que si hay alguien dramático, soy yo XDDD Pese a eso, espero que les haya gustado. Sino, ya saben, pongan todas sus quejas o metanme presa, lo que les resulte más cómodo.
Las dejo que disfruten del fin de semana, saludos!

P/D: Atención al próximo capítulo, yo sé porqué se los digo.