28 agosto 2014

Capitulo 87 Tormentas





Abrí la puerta del jardín y respiré hondo. Era completamente de noche y lloviznaba apenas y eso me gustaba, que las gotitas se me pegaran a la cara. Miré furtivamente hacia la cocina: Richard, Astrid, Cris, John, Paul y Grace reían  a carcajadas. Genial, pensé. Saqué del bolsillo el encendedor  y el cigarrillo que le había robado a Richard, lo encendí y le di una calada, disfrutándolo. Hacía demasiado tiempo que lo extrañaba pero nadie me dejaba comprar y mis oportunidades de robarlos estaban reducidas a cero hasta que Rich dejo su billetera y un atado en la mesita de la sala y me hice con uno antes de que alguien me viera.
La verdad era que mi salud estaba perfecta y me sentía bien fuerte, no cometía descuidos, y respetaba los medicamentos y las citas con el médico a rajatabla, pero eso no significaba que me gustara, porque a nadie le gusta estar cuidándose de todo y encima ir al doctor, y tener que fumar un miserable cigarrillo a escondidas. De pronto, el placer por fumar se desvaneció como el propio humo del cigarrillo debido a mis quejas mentales que, de forma inexplicable, me llevaron a pensar en alguien: en Cyril. Nunca más supe de él y eso me parecía mal. Él me había salvado la vida y encima se había enamorado  -o eso le parecía- de mí. Y yo había regresado a casa, estaba recuperada y en ese momento transgrediendo una regla de oro, y ni siquiera le había mandado una postal. Bueno, tampoco había viajado a ningún sitio de interés como para justificar una postal y no sabía en qué parte del mundo viviría él, pero tampoco había averiguado. Pensé que eso les pasaría a todos los médicos: les llevan un tipo/a hecho/a mierda, lo curan, lo arreglan, y el tipo/a se va y nunca más recuerdan al medico, que se queda esperando un aumento de sueldo.
-¿¿¿Pero qué hacés, carajo??? –alguien me arrebató el cigarrillo e interrumpió mi barato desarrollo filosófico. Estaba todo oscuro pero sabía que era Richard, y cómo no saberlo si enseguida me hechó encima un sermón que ni el Para junto a la Organización Mundial de la Salud serían capaces de hacer. No me enteré mucho de lo que me decía, me estaba tratando un poco mal, pero yo no le puse atención, estaba ocupada buscando en los bolsillos de su camisa el atado que traía consigo.
-¡Gracias! –le sonréi, interrumpiendo su perorata, y salí corriendo, triunfal. Tenía veinte cigarros para mí sola. Pero él me alcanzó, quizás demasiado, porque me empujó, caí, y él cayó encima mío.
-¡Dame eso! ¡No seas cabezadura!
-¡Dejame en paz, Rich, si es sólo un cigarrito de mierda! No pasa nada…
-¡No! –me giró para verme a la cara.
-¡Ayaa me hiciste mal!
-Dame eso. Ahora.
-No quiero. –le sonrí inocente, acerqué mi cara para besarlo pero me apartó.
-Se acabó. –me lo arrebató y se puso de pie. Se lo veía enojado,  y mucho.
-¡Ey! ¿Qué es esto de irse a follar al jardín? Podrían esperar a que se vayan las visitas, ¿no?
-No me jodas. –Richard apartó a John, que miraba desde la puerta. Él nos dirigió una mirada confundida, levanté la mano en señal de que no preguntara nada.
Richard se giró como para decirme algo, pero me salvó la campana, o el timbre, mejor dicho. Entraron Jonathan, Juliet y George. Parecía un gran festejo pero no celebrábamos nada, era por el gusto de juntarnos después del trabajo. Aún nadie sabía sobre el embarazo de Cris, así que ni eso festejábamos. John estaba aplazando demasiado el momento de decirles a los chicos y eso me fastidiaba porque yo no podía contarle nada a Richard.
Me senté al lado de Cris para hablarle, aprovechando que todos estaban saludándose y haciendo bromas.
-¿Por qué no lo decís vos y listo? Ya que están todos…
-No, John dijo que se iba a encargar.
-Bueno, decile que lo diga ahora.
-No quiere.
-Pero…
-¿De qué hablan? –interrumpió George, sentándose en medio de las dos.
-De nada que te interese. ¿No viniste con tu novia? ¿Qué haces con nosotras? Pollerudo.
-Ay bueno, ¿por qué me atacás? Bestia. Tenés un revólver bajo la cama. Pistolera. Vaquera del oeste.
-Sos un pesado, Harrison.
-¡Y Cris también me ataca! ¿Por qué todos contra mí?
-Porque sos pesado, te lo estoy diciendo.
Pese a todo lo que le decíamos, George siguió molestando, y peor porque le contestábamos.
Como a eso de las cuatro de la mañana se fueron todos juntos y me quedé con Astrid charlando entre susurros y lavando vasos y platitos. Al otro día había que ir a trabajar pero a la hora de la fiesta poco nos importaba.
-Ringo parece que se durmió en el sofá.
-No, está enojado. –repliqué seria.
-¿Y eso? Si se llevan genial. ¿Fue esta noche? No vi nada.
-Fue por una pavada que hice en el jardín. –y era así, lo consideraba una estupidez como para ponerse así , y me estaba enojando por su enojo.
Astrid terminó de secar vasos y me miró interrogante. Era obvio que no sabía si irse  a dormir y dejarme con él, o quedarse y salvarme como el timbre. Le dije que no se preocupara, que se la notaba muy cansada. Ni bien se fue, Richard se puso de pie.
-Qué bien te sale hacerte el dormido.
-Mercy…-me tomó de los brazos, pero me zafé.
-No me toques.
Asintió bajando la mirada y retiró las manos.
-Perdón, no estuve nada bien hablándote como te hablé.
-Igual ni te escuché, era más importante para mí encontrarte el atado. –le sonreí con sarcasmo, suspiró.
-No vayas por ahí. Estás enojada, y yo también me enojé, pero no nos tratemos así.
-Ok.
-Amor, tenés que cuidarte.
-Te dije que no me toques. Y me cuido.
-Hoy no te cuidabas.
-Vivo haciendo todo bien, por una noche no pasa nada. Y es asunto mío, ¿ok?
-No, es asunto mío también. ¿Ya te olvidaste de todo lo que pasó? No podés fumar, ni tomar, ni nada.
-Vos también fumás.
-Pero yo no tuve un infarto.
-Pero lo podés tener.
-Si vas a buscar pelea, me voy.
-Vos empezaste, estaba tranquila, era sólo un cigarrillo, no me iba a fumar treinta seguidos, era sólo uno, pero viniste, me lo sacaste, me retaste, me empujaste, y encima te enojaste. Bueno, ahora la que está enojada soy yo. Tengo derecho.
-No, no tenés derecho a arruinar todo así.  Me voy.
Dio media vuelta, agarró su abrigo, y se fue.





-Ah pero sos una gila.
Asentí ante la afirmación de Jonathan.
-Lamento decir lo mismo…
Miré a Grace con severidad el suficiente tiempo como para asustarla. Cuando lo logré, reí.
-Era broma. –le aclaré- Tienen razón, chicos. Soy una gila. Yo sabía que a la larga o a la corta, la iba a cagar. Está en mis genes. Cuando a Mercy le va bien, algo hace y chau. Y fíjense que es por una pavada total, por hacerme la rebelde y no sé qué. No crezco más.
-Y no, bastante bajita sos, ya no crecés…
-Uff hablar con vos es tortuoso.
-Pero a ver –dijo Grace-eso le pasa  a cualquiera, no te preocupes. Son malentendidos, cosas así. Se va a solucionar, tampoco es para que se dejen y todo eso.
-Si me deja me mato.
-Bueno, no exageremos. Ni te vas a dar cuenta que todo se va arreglar.
-¿Pero qué hago?
-Y…no sé.
-Grace –dijo Jonathan-será mejor que a ésta te la lleves a Londres a grabar discos, que tiene un pedazo de voz cuando se enoja que…uuffff. Así deja de hacer líos acá.
-Mirá quién habla de líos. Mejor voy a acomodar aquella estantería.
Siguieron con su conversación mientras yo ponía libros en su lugar, sin dejar de pensar en que era una completa tonta. Había estado buscándole riña a Richard, cuando era más que claro que él tenía razón. Sólo quería cuidarme, y yo iba y hacía estupideces  y encima me hacía la enojada. Me angustié, porque no sabía qué me pasaba. En pocos días, apareció algo nuevo y feo en mí, algo raro. Sin saber porqué, me enojaba con todo y con todos, pensaba que me hacían las cosas a propósito y me enojaba con la gente que más quería pero en secreto, hasta que demostraban, sin saberlo, que eran dignos de mi confianza. Era más bien un capricho de nena malcriada que se toma todo a mal, pero no lo podía controlar.
Volví a la realidad cuando escuché que Paul entraba al negocio. Su cara combinaba perfectamente con un velorio. Apenas saludó y se llevó a Grace diciéndole que tenían que hablar.
-Uf, ¿otros enojados? -Jonathan se quedó mirándolos ir.
-No, estoy segura que es por otra cosa –respondí adivinando la causa de la cara de Paul. John al fin les habría contado. –Voy a ver  a John.
-¿Ahora? Va a venir el dueño del local.
Me agarré la cabeza y até cabos. De ahí venía mi nuevo problema o eso me diagnostiqué. El tema era que desde hacía unos diez días circulaba el rumor de que el dueño de mi local y tantos otros, los vendería. Y que los compradores no querían seguir con eso, harían otra cosa, por lo tanto, me quedaba sin negocio y con cinco cuotas para pagarle al banco por el crédito, cuotas que se pagaban sí o sí.
-¿Pasa algo?
-No Jona, no. –mentí. No quería decirle nada para no asustarlo.
Me quedé toda la tarde esperando al tipo pero no apareció, y no sabía si eso era buen o malo.
Antes de volver a casa con la comida que había comprado (me daba vergüenza seguir cocinándole a Astrid) fui a ver a John. Como en los viejos tiempos, nos sentamos en el cordón de la vereda a juguetear con piedritas.
-Le dijiste a los chicos, ¿no?
-Sí ,y vos te peleaste con el enano, ¿no?
-Sí.
-Me contó todo bajo amenaza.
-Como hacés siempre. ¿Qué pasó?
Chasqueó la lengua y negó con la cabeza.
-Se enojaron o eso me pareció. Y Brian también, y Mimi ni te cuento.
-No sabía que le habías contado a ella también.
-Ya que estaba en plan “comunicados oficiales” la hice completa y le dije a ella también. Creo que esta noche me asesinará mientras duermo.
Me reí apenas pero él seguía serio, lanzando una piedrita hacia arriba y volviéndola a agarrar.
-¿Y ya decidiste qué harás? –pregunté cortando el silencio.
-No sé. Bueno, de no tener nada ahora tengo un par de soluciones, pero no sé. Dejaré que Cris decida todo, o no sé…No sé qué hacer. Qué rico olor a comida, ¿qué traés ahí?
-Nada –agarré la bolsa antes que él la abriera-Es la cena.
-¿Nunca vas a aprender a cocinar?
-No.
-Al enano lo vas a matar de hambre, quiero un baterista enérgico, no uno al que se le note que necesita transfusiones de sangre.
-Dudo que le importe mi comida…
-Andá y pedile perdón. Te va a perdonar enseguida porque te tiene unas ganas que no sé cómo no lo maté todavía.
-¡Ay, John!
-¿Qué? Yo no me olvido que se metió con mi hermana.
Bufé fastidiada y lancé una piedrita al otro lado de la calle.
-La culpa es tuya, por hacerte la loca.
-Ya lo sé. Pero descubrí que me enojo con la gente. ¿Viste que la semana pasada estuve dos días sin hablarte? Fue porque veía que no te estabas ocupando de tu asunto, y resultó ser todo lo contrario.
-Ni me enteré que no me hablabas, mirá la bola que te doy.
-Bueno, no importa. El tema es que me pasa eso porque estoy mal. Tengo un problema financiero, o económico, o qué sé yo cómo llamarlo.
-Wells, no busques causas. Te enojás y hacés lo que hacés porque estás loca, no porque tenés un problema, no tiene nada que ver. Parecés yo haciendo eso, y cuando lo hago me regañás, y tenés razón. Hacete cargo.
-Bueno…sí, quizás sea así. No tengo que echarle la culpa a nada.
-Dejá de hablarme de tus rayes y decime cuál es ese problema que tenés.
-Dicen que el dueño de mi local lo venderá a otra gente que no está interesada en tener eso, que harán otra cosa con él. Si eso es cierto, yo me tengo que ir de ahí  y buscar urgente otro sitio. Y todavía no terminé de pagar el crédito del banco, y es algo que se paga sí o sí. Bueno…podía pedir una prórroga, pero ya la pedí cuando estaba enferma. Ahora no puedo.
-Pero tu negocio anda bien.
-Sí, pero tengo que parar por tiempo indefinido, hasta que encuentre algo, pierdo mucho dinero. Y ahorros no tengo…
-Yo te pago.
-¿Qué me vas apagar si no tenés ni dónde caerte muerto y viene un hijo en camino? No, no. De algún modo me arreglaré, pero todavía no sé cómo.
John sólo asintió con un “Mmm” y otra vez nos quedamos en silencio hasta que me puse de pie y me despedí de él. Apenas hice un par de metros, lo miré.
-John, ¿estás bien?
-Te dije que estoy lleno de problemas ¿y me preguntás si estoy bien?
-Me refiero a…Astrid. –nuevamente me acerqué y me paré a su lado-Si estás bien porque quizás ella…
-¿Me trae recuerdos de Stu? Sí, estoy bien. Pero prefiero no hablar de eso.
Habiendo escuchado la respuesta que imaginé que me iba a dar, me fui a casa.



Cuando entré, Astrid miraba televisión pero se puso de pie enseguida.
-¡Hola! –saludó-No sabía si preparar la cena o…
-Tranquila- levanté la bolsa-Acá está la cena. Aunque se habrá enfriado…Qué desastre soy, cocino horrible y cuando compro lo dejo enfriar.
-No te preocupes, lo recalentamos, es más rica la comida así. Uy, huele bien.
-Hace rato que la panza me hace ruiditos por sentirle el aroma. –reí. Puse a calentar la comida en una ollita mientras Astrid disponía la mesa con rapidez. Pobre, seguramente también tenía hambre.
-Me extrañó que no pasaras esta tarde por la librería- dije con la boca llena. -¿Fuiste a ver a George?
-No, caminé por ahí…-cambió su sonrisa de verme comiendo como un bicho por una sonrisa melancólica. –Me gusta esta ciudad, es como si la recorriera junto a Stu.
Le sonreí con tristeza. Que ella estuviera ahí era como estar junto a él. No vivía recordándolo pero cuando lo hacía sentía una mezcla de depresión con indignación, pero no se lo decía a nadie, tal como hacía John.
-Lo extrañás, ¿no? –qué pregunta boluda, me dije después. Era obvio que sí.
-Sí, mucho.
De pronto entendí muchas cosas con ese “Sí, mucho” de Astrid. Una respuesta corta pero llena de significado. Poco tiempo había estado con él y sin embargo parecía no superar su ausencia. Eso era sentir un gran amor. Y yo amaba con locura a Richard, era mi amor, y me parecía que en todo el tiempo en que lo quise en silencio había aprendido muchas cosas y no, a la vista estaba que no porque hacía un día que no nos hablábamos por una estupidez grande como una casa. Me puse en la piel de Astrid, quizás ella también había reñido con Stu por pavadas así y hoy se arrepentía de ese tiempo perdido. ¿Y si me pasaba como a ella? ¿Y si de un día para el otro Rich ya no estaba más? Una sensación helada me recorrió el cuerpo, haciendo que soltara el tenedor como si fuera algo espantoso.
-¿Estás bien? –me preguntó asustada.
-Sí, creo que sí…-tomé aire, tratando que unas lágrimas no me rodaran por las mejillas.
-Perdón, no quise…
-No pasa nada., tuve una sensación fea. Pensé que si me pasara lo mismo a que a vos…
-¡Por Dios, Mercy!
-Bueno, eso…No sé si tendría tu misma fuerza. La verdad, te admiro.
-No es para tanto, no soy la única. Cambiemos de tema. Te daré clases de cocina.
Solté una carcajada, no esperaba eso.
-Lo siento, pero mi hobbie es quemar ollas.
-Te vendría bien.
-¿Insinuás que cocino mal? –reí.
-Y…
-Dejá, no digas nada.
Ella rió también pero pareció recordar algo.
-Casi me olvido. Llamó este tipo. –me tendió un papelito que había sacado del bolsillo de su pantalón.
-Uff…-me agarré la frente cuando leí. Era el dueño, y quería que fuera a su casa “para hablar”. Seguramente hablaría sólo él para decirme que me dejaba en la calle.
-¿Malas noticias?
-Aún no sé, pero lo más probable es que sí, que sean malas noticias.




La mañana estaba soleada y apenas corría una brisa que no molestaba. Toqué timbre en la casa de Smitch, el dueño. Poco y nada había hablado con él en el tiempo en que alquilaba. Yo iba a su casa o él venía al negocio, le pagaba, y fin del asunto.
Él mismo me abrió la puerta, impecablemente vestido, y pensé que alguien que a tan temprana hora tiene el traje bien planchado y está rozagante, es una persona maléfica.
-Pasá Mercy. –entré a su sala, extrañada de que me tuteara. -Vení a mi despacho.
En el despacho entraba el sol con toda su plenitud, parecía un sitio muy acogedor. Nos sentamos escritorio de por medio.
-¿Cuántos años tenés, Mercy –preguntó con una sonrisa, abriendo una carpeta de cuero.
-22 –respondí pensando qué tenía que ver eso.
-Parecés una adolescente del colegio, nadie podría darte esa edad.
-Tampoco es tanta la diferencia con una adolescente, pero…bueno, supongo que eso me ayudará cuando sea vieja y quiera disimular años.
-Buen punto. –levantó su dedo índice, sonriendo, y cerró la carpeta. Miró  unos papeles.
-¿Para qué me citó? –dije impaciente.
-De eso te iba a hablar. La verdad es que soy un hombre de negocios y Liverpool ya me parece…¿cómo decirlo? Un lugar pequeño. Me gustan los negocios financieros, hacer tratos, invertir…y acá es como que no va. Así que decidí trasladarme a Las Vegas.
-Wow, lo felicito. Es un lugar emocionante, o eso dicen.
-Crece muchísimo, cada día se abren dos o tres hoteles y casinos, y además es bello, así que me gustaría vivir allí. Como no tengo nadie de confianza que se ocupe de mis cosas acá, decidí vender.
Asentí bajando la mirada, pero no mostrándome sumisa. Después lo miré fijo.
-Tengo varios compradores, pero me inclino por la West Coast Company. Justamente son empresarios de California, así que será como un intercambio. A pesar del nombre, los dueños son unos italianos encantadores…¿fumás? –abrió una cigarrera dorada, tomé uno y me lo encendió con un fósforo. Pensé en los italianos encantadores de Las Vegas: mafia en estado puro. Si Smitch se metía con esos, en dos años tenía una bala en la cabeza. Me dio pena.
-¿Y entonces…? –pregunté exhalando el humo en su cara.
-Se los venderé a ellos, sí. -dijo más hablando con sí mismo que conmigo.-El problema, Mercy, es que ellos quieren edificios, así que…bueno...tendrán que demoler.
-¿Qué?
-Que los demolerán.
-¡Pero si son nuevos!
-Lo saben, pero quieren otra cosa, hacer edificios para modernizar la ciudad. Lo siento, pero no puedo renovar tu contrato, en dos meses tendrán que irse de mis locales.
-¿Y adónde iré?
-Bueno, hay muchos…
-No, no los hay. –apoyé los dedos sobre el escritorio, me incliné-Dígame la verdad: primero nos echan para que la compañía esa tire todo y los haga de vuelta, o peor, para que no haga nada pero se aproveche de nosotros que no tendemos ningún lugar y nos cobre muchísimo más que usted.
-Te veo lista para entender este mundo de negocios, pero esta vez te equivocaste. No harán eso, sólo les interesan los edificios de departamentos.
-Bien. Olvídese de que el pague los dos meses que restan. Buscaré, y le aseguro que encontraré otro lugar, donde el dueño no tenga ganas de broncearse y hacer tratos con mafiosos.
-¿Pero de dónde sacaste eso? Por favor Mercy, parecés mi mujer hablando así.
-Quizás su esposa tenga razón, ¿no?
Me colgué mi bolso y salí de ahí lo más rápido que pude, sintiendo tanta rabia que me daba ganas de buscar el revolver de mi cama y adelantarle el trabajo a los italianos. Pero como era cobarde, me puse a llorar, dando un bonito espectáculo en la calle. Llegué a una plaza y me senté al sol, tratando de que mi cabeza parara de repetir las palabras de Smitch. Tiré al suelo el cigarrillo, y lo pisé y lo repisé, como si fuera la cabeza de Smitch. Crucé los brazos sobre mis piernas y allí escondí mi cara para que nadie me viera. Sentí unas punzadas en el pecho, las que me daban siempre, y no les di importancia hasta que sentí que me ahogaba. Buenísimo, otro infarto gracias a un hijo de puta. Pero la sensación despareció lentamente.
-Joder Mercy, la puta madre. –escuché un estruendo de bicicleta que caía. Si Richard me  salvó cuando no éramos nada ,¿cómo no lo haría en ese momento?
Me abrazó  preguntándome con insistencia qué me pasaba y como no le respondía, terminó agarrándome la cara para obligarme a mirarlo.
-Perdón…-balbuceé-No tendría que haberte hecho enojar…
-Eso no tiene importancia ahora. ¿Qué te pasó? ¿Por qué estás así? Mercy decime por favor.
Miré a otro lado y me sequé las lágrimas con  las mangas de la campera.
-Me quedé sin negocio, Richie. Tengo que buscar otro lugar, Smitch lo vende a la mafia siciliana y nos matarán a todos. Bueno, lo último no sé, pero ponele que sí. Me quedo sin librería. ¿Ahora de qué vivo?
-Esperá que no entiendo…¿por qué hace eso?
-Yo que sé, quiere irse a Las Vegas. Un tipo grande, en Las Vegas, es más bien un viejo degenerado.
-La verdad que sí. No te preocupes, encontraremos otro lugar, ya mismo nos ponemos a buscar.
-Pero ese lugar lo elegimos juntos ,¿te acordás?
-Sí, pero ahora elegiremos otro mejor.
-Yo quería este…¡No es justo! ¡Nunca me atrasé en ni un pago, y me hace esto! Lo peor es que ni me peleé con él, ni le grité nada, ni siquiera lo mandé a la mierda.
-Hiciste bien, porque cuando te enojás…
-¡No! No hice bien porque tendría que haberme plantado, decirle de todo, y defender al resto de la gente a la que está perjudicando.
-Mercy no sos una sindicalista –suspiró-Dejá las cosas como están.
-No quiero.
-¿Estuviste fumando?
-¡Y otra vez con eso! Sí, estuve fumando, y recién casi me muero, ¿contento?
Sonrió  y me atrajo para abrazarme, a la vez que me daba un beso en el pelo. Otra vez me puse a llorar poquito.
-Me sale todo mal…
-No es verdad –me separó, mirándome con esos ojos que me tranquilizaban al instante. -Tranquila, todo se va a solucionar, te lo prometo. Vení, vamos a mi casa, tomás un té caliente y vemos cómo arreglamos esto.
-No, en tu casa está tu mamá.
-No está a esta hora –rió-Fue a comprar cosas. Vení.
Me llevó en su bici, continuamente me iba diciendo que era como llevar una pluma porque estaba muy flaca, que tenía que comer y mil cosas más. Sólo me reía porque sabía que hacía todo eso justamente para que me riera.
-¡MAMÁÁÁÁÁ!
-Ay, ¿por qué gritás así?
-¿Ves? No hay nadie. –entramos y nos sacamos los abrigos.
-¿Y tu padrastro?
-Trabajando. ¿Y el tuyo?
-¡Y yo qué se sé! –reí-Somos chicos con padrastros, nos considerarán problemáticos.
-Agregale que nuestros padrastros nos pegan cuando están borrachos.
-Sí, eso también, con eso justificamos cualquier desmán que hagamos.
-Como éste. -me dio un beso, tirándome contra la pared. Lo separé riéndome.
-Rich, que tu mamá no está…
-Por eso lo hago.
-¡No seas tonto! –le di un golpecito en el brazo, pero él me devolvió otro beso, más intenso. Me daba mucha vergüenza porque estábamos en su casa, pero lo extrañaba a pesar de que sólo hacía un día que no nos veíamos ni nos hablábamos. Le di un empujón cuando escuché ruido de llaves en la puerta. Me miró desconcertado hasta que vio que su padrastro entraba.
-Hola Harry. –saludó algo nervioso-¿Por qué volviste tan temprano?
-Olvidé unas cosas….-nos miró a uno y después al otro.
-Ah, ella es Mercy.
-Con que la famosa Mercy, ¿eh? Un gusto, soy Harry.
-El…el gusto es mío. –respondí con un hilo de voz.
-Lamento interrumpir.
-No hacíamos nada…
-Sí, claro. –sonrió. Quería evaporarme de allí, y no me parecía algo imposible teniendo en cuenta el calor que sentía.
-Mercy también tiene padrastro y también se llama Harry.
-Qué bien.
Caminó hacia la cocina y miré angustiada a Richard, que me hizo gestos de “no pasa nada”. Él lo siguió  y yo caminé detrás, ocultándome.
-Harry…-dijo apoyándose en el marco de la puerta-¿Conocés algún local libre como para una librería?
-Sí,varios. ¿Por qué? ¿Alguien quiere té?
-Yo, por favor. –tenía la garganta seca y aunque me daba temor pedirle un té, necesitaba tomar algo.
-Mercy necesita uno. El dueño del suyo lo venderá.
-Dejame adivinar, ¿Smitch, no? –me indicó  que me sentara a la mesa, como todo un caballero Richard me corrió la silla. Harry puso la taza frente a mí.
-Sí, es él.
-No te preocupes, el tipo aún no sabe si vender o no.
-Esta mañana me lo confirmó.
-Joder…Bien, te daré algunas direcciones. –miró a Rich-¿Lápiz y papel?
Le trajo las cosas en medio segundo, y comenzó a garabatear mientras le daba sorbos a su té.
-Fijate en estas, si tenés dudas me preguntás, puedo ayudarte. Bueno, Richard también puede.
-Yo la ayudé a elegir el que ocupa ahora. –dijo con orgullo.
-Lo hiciste bien. Pero de poco sirvió.
-¡Ey! –ambos rieron.
-Gracias señor. –le sonreí.-De verdad, muchas gracias, me ayuda mucho esto.
-No es nada. Iré a buscar mis cosas, nos vemos después Rich. Y Mercy, un gusto, y a ver cuándo venís a cenar. -me guiñó un ojo y se fue silbando.
-¿Qué te dije? Todo se soluciona –Rich me tomó una mano y me la besó.
-Creo que voy a morirme de vergüenza. Gracias.
-¿Mañana a la noche hacés algo?
-No. Acepto la cena. –reí.
-Bienvenida a la familia, señorita Wells.





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Hola hola holaaaa!!!! Bien, acá volví. Lamento si este capitulo no es FAAAAA QUÉ CAPITULOOO, pero es lo que salió, ando un poco bloqueda y, ¿vieron cuando escriben 10 páginas y al final no dicen nada? Me pasa eso. Así que este es el resultado de mi desierto mental. 
Saludo a Lucy (Lucy in the skyyyyy with diaaamooons) que se prendió al fic hace poco y lo está leyendo y SOBREVIVE! jajajaja
Besos para todas y gracias por leer y comentar!

12 agosto 2014

Capitulo 86 Weight of the World






-Entro yo pero lo leés vos.
Miré a Cris con cara de “¿Por qué a mi me toca lo peor?” pero no pareció darse cuenta y me dejó en la calle.
Todavía estábamos en Londres pero en apenas un día volveríamos a casa, algo que no tenía muchas ganas de hacer porque, aunque pareciera súper extraño, la estaba pasando bien. Salvo por el pequeño detalle de estar en la vereda de un laboratorio esperando a que mi amiga me diera un papelito para que yo le dijera si estaba o no embarazada. Repito: ¿Por qué me toca la peor?
Cuando creí que me había abandonado por lo mucho que estaba tardando, salió y me dio un sobre.
-Miralo.-dijo con el semblante casi gris.
-¿Acá, en la calle?
-Mmm…es verdad, vamos adonde no haya tanta gente.
Caminamos hasta Hyde Park con rapidez. En el camino traté de distraerla con estupideces como “¡Já! Mirá cómo va vestida esa vieja” “Cuando sea rica me compraré ese auto” o “¿Por qué todos los bondis serán rojos?” pero no logré mi objetivo. Llegamos, esquivamos los sectores más concurridos y nos quedamos bastante alejadas, principalmente de los niños, algo que no quería ver en ese momento.
Amagó con sentarse en un banco pero se quedó parada.
-Mejor así. –explicó-Bien…
Solté lentamente un suspiro y abrí el sobre. Dentro había un papel largo, varias veces doblado. Comencé a leer pero no entendía nada de todas las cosas químicas que decía. Finalmente encontré lo que me interesaba. No tuve que decir nada, verme cómo me mordí el labio hasta casi hacerlo sangrar fue suficiente.
Se sentó en el banco con la cabeza entre las manos, y me tomé mi tiempo para doblar el papel y meterlo en el sobre. Mientras tanto podía pensar qué decirle, aunque no se me ocurría nada. Haciendo gala de mi cobardía, me puse a llorar.
-Ay perdón.-dije sentándome a su lado-Siento no ser el mejor consuelo…
-No importa, por lo menos podés llorar, a mí ni eso me sale. ¿Qué voy a hacer?
-Y yo qué sé… –respondí llorando todavía más.
-Bueno, pará de llorar, ni que fueras el padre.
-Justamente por eso lloro: porque sé quién es el padre. Pobre criatura…
Rió apenas, y yo también, y la abracé lo más fuerte que pude.
-Supongo que tendría que alegrarme, el bebé no tiene la culpa. Voy a tener un bebé…¡qué mierda todo!
No dije nada, me soné la nariz y le pasé otro pañuelo a ella, que había comenzado a llorar despacito.
-Me voy a Liverpool. Ya. –de un salto se puso de pie y comenzó a caminar.
-¿Ahora? –la alcancé-¡Si volvemos mañana!
-Me quiero ir, quiero estar en mi casa para, no sé, supongo que tratar de pensar qué hago. Aunque no hay mucho que pensar. No sé qué voy a hacer….
-Nada. Calmate, mañana volvemos, no te enloquezcas ahora. ¿Cuándo le vas a decir a John?
-Cuando vuelva, no se lo diré por carta o por teléfono. ¿Cómo se lo tomará?
-Me gustaría decirte, pero John es tan impredecible…








Llegar a Liverpool con esa noticia fue horrible. Tenía razón, la criatura no tenía la culpa, pero la situación no era para tirar cohetes. John y Cris, padres. De ella no tenía dudas, sabía que se las arreglaría perfectamente bien, pero John….Si él parecía tener cuatro años cada vez que hablaba o se movía, ¿cómo se haría cargo de un hijo? ¿Cómo lo educaría? ¿Cómo lo iba a mantener si vagueaba por todas partes con una guitarra y tres pavos más? Eran una promesa, sí, pero a veces las promesas no se cumplen…
-Prestame tu esmalte de uñas rojo. –Jonathan se apoyó, con los brazos cruzados, sobre el mostrador.
-Dejame de joder con tus mariconadas de maricón.
-Uy bueno, a la señorita no se le puede hablar hoy.
Me rasqué la cabeza. Como era súper secreto y muy complicado, todo el mundo nos preguntaba a Cris y a mí qué nos pasaba que estábamos como idas y mal contestadas.
-El viajecito a Londres no te habrá salido bien, porque estás con una cara de…
-De orto, sí. –lo interrumpí-Me fue muy bien.
-No se nota. ¿Por qué esa cara?
-Por…por…porque extraño a Rich. –inventé. Bueno sí, lo extrañaba, pero cuando extrañaba no maltrataba gente.
-No te creo nada.
-Ay me voy a la cafetería. Ocupate del negocio.
-¡Mercy, no! ¡Sabés que esta tarde ya empezará a venir gente para comprar regalos de Reyes! ¡No puedo con todo!
-Claro que podrás, tomatelo como un desafío. ¡Adiós!
Extrañamente lo saludé con una sonrisa y me fui casi corriendo a la cafetería.
-¿Cómo estás? –le pregunté sin darle tiempo a saludarme.
-Como el orto.
-Vamos iguales, chocá los cinco. –chocamos y ella se tomó la frente.
-Me duele la cabeza de tanto darle vueltas a un asunto que no tiene vuelta. Carajo,  justo me tengo que enterar cuando él no está.
-¿No te llamó?
-Llama a cada rato y ya no sé cómo mentirle. Se da cuenta que algo me pasa.
-¿Qué te pasa? –Juliet saludó a las dos, que nos miramos desconcertadas.
-Nena, ¿por qué no hacés más ruido cuando entrás? Nos asustaste.
-Bueno Wells, no me di cuenta. ¿Qué te pasa Cris?
-Nada le pasa, está engripada y viste que John es un hincha y ya se quiere venir por esa pavada. ¿No, Cris?
-Ah sí, sí….Es un exagerado. –suspiró aliviada, haciendo ruidos con la nariz, cuando notó que Juliet se lo había creído. No era que le tuviéramos desconfianza, pero era un secreto de nosotras y además ni sabíamos cómo decírselo.
Juliet dijo que hacía unos minutos había hablado con George y que por él sabía que en apenas dos días volverían . Estaba radiante de alegría, y nosotras simulamos lo mismo.








Como se la pasaba nerviosa, invité a Cris a casa por esos dos días que faltaban. Me reafirmo en que no era el mejor consuelo para nadie, pero antes de que se comiera la cabeza sola, estaría mejor acompañada.
-¡¿Qué hacés con este revólver acá?!
Me agarré la cabeza al oír su grito desde la planta alta y subí corriendo.
-Dejalo ahí. No te mates.
-Boluda no me quiero matar, pero no entiendo qué hace un arma en la casa de una chica soltera y sola. Y debajo de su cama.
-¿Y qué hacías mirando abajo de mi cama?
-No me cambies de tema, Wells. Estaba limpiando, tu habitación parece calle de ciudad de la Edad Media, pura mugre. Ahora decime qué hace un revólver ahí y al lado de la caja del Juego de la Oca.
-Jé, qué variada soy.
-Decime.
-Ay, era de mi padre, dejalo ahí.- bostecé- Se están marcando tus huellas, puedo usarlas para mandarte a la cárcel.
-Vos vas a ir a la cárcel. Otra vez.
Sonreí con aires de superioridad y ella me revoleó un almohadón.
-No veo motivos para enorgullecerte, rea.
-Tampoco vos tenés motivos.
-Wells, tengo un arma.
-Ay, si ni sabés cómo se usa…
-¿Ah, no? A ver, si aprieto algo de esto tiene que funcionar…-escuché un ¡click! y me abalancé sobre ella.
-¡Soltalo que está cargado!
-¡Ay pedazo de animal! –lo lanzó lejos-¡Encima está cargado! ¡Estás loca! ¡Mercy en serio, dejate de joder con eso! Ay…¡qué susto!
-Pero es por seguridad.
-Seguridad las pelotas. Tirá eso, ahora mismo.
-No quiero, es una reliquia, me gusta….
-Bueno, tenelo descargado al menos. Mirá si un día Richard te quiere dar una sorpresa entrando por tu ventana y vos lo cagás a tiros.
Me eché a reír a carcajadas de sólo imaginarlo y me tiré en la cama, agarrándome la panza. Ella, que parecía tan enojada con mi lado más salvaje, se tentó de verme reír como foca ahogada y comenzó a las carcajadas también. Nos calmamos cuando no dimos más, hacía mucho que no nos reíamos con tantas ganas. Nos quedamos tiradas en la cama, cada tanto volviéndonos a reír de acordarnos.
-¿Y qué nombre le vas a poner? –dije rompiendo el silencio que se había hecho.
-Yo qué sé. –se encogió de hombros.
-Si es nena, Mercy.
-Pff, seguí soñando. No quiero una hija pistolera.
Se incorporó, agarrándose la panza.
-¿Te duele algo? –me senté, algo asustada.
-No…Sólo tengo miedo.
-Cris, John te adora. Si es por él, no tengas miedo.
-Dijiste que es imprevisible, y yo lo sé bien.
-Sí, pero también sabés que te quiere, y te quiere bien. Y si hablamos de saberes, yo sé que sabe ponerse serio. Es un loco bárbaro, pero será por eso que cuando habla y piensa con seriedad, esa seriedad vale el doble. Yo he tenido mis líos y mis problemas, no como el tuyo, pero los tuve. Y él supo ayudarme, entenderme, y eso que no somos nada más que hermanos falsos. Así que imaginate con vos…
Asintió, parecía mas tranquila y convencida.
-Ey, en serio, no tengas miedo. Dejá de pensar en el resto de las cosas que seguro estás pensando, él te va a ayudar con eso, ya van a decidir entre los dos.










El timbre sonó y bajé las escaleras a los saltos. Cuando caí en la sala me doblé un pie pero ni me importó. Abrí y me eché en los brazos de Richard.
-¡Riiiiiiiiich!
-¡Hola mi morocha hermosa! –giró conmigo en los brazos haciéndome volar a la vez que yo seguía a los gritos.
-¡Hola, hola, hola! –nos decíamos entre pequeños besos.
-¡Te extrañé! –me abracé a él otra vez.
-Uy loco paren con tanta cursilería.
-¿Qué hace George acá? –me solté y miré a Richard.
-Ah, es que como recién llegamos, vino, y ahora se va a ver a Juliet.
-Bueno querido, andate, ya no tenés que hacer nada acá.
-Siempre la misma bestia maleducada.
-Ojo, que Mercy tiene un arma bajo su cama. –dijo Cris entre risas.
-¿Qué? ¿Mercy eso es verdad? –Richard me miró serio.
-Ah sí, pero no tiene importancia. –seguí lanzándole improperios a George.
-¿Cómo que no tiene importancia? ¡Wells!
-Richard ¿recién llegás y ya estás reprendiéndome? –puse las manos en la cintura.
-Yo podría decir que recién llego y ya me entero que tenés armas en tu casa.
-Uy, pelea conyugal. –John entró pateando la maleta de Ringo-Ustedes son un par de raros, primero “Ay te extrañé osito cuchi cuchi” y después “¡Tenés un revólver y no me dijiste nada!”. ¿Quién los entiende?
Tanto Richard como yo le sacamos la lengua pero él no nos hizo caso, ya estaba a los besos con Cris. Otra vez me mordí el labio, había vuelto y tenía que enterarse de algo.
-John, mejor vamos a mi casa, ¿si?
-Veo que mi chica me ha extrañado mucho, jeje. Pero antes, hay una sorpresa.
George y Ringo asintieron contentos.
-Ya sé, vendieron a Paul a unos gitanos. Por eso no está acá.
-Mmmm…ofrecieron comprarlo pero no gitanos, sino chicas locas por él. –rió George-Pero tuvimos compasión. Paul ya está en su casa con su novia. Se separó de nosotros y pasó por Londres a buscarla.
-Está hecho un pícaro mi pequeño Paul. –afirmó John-La sorpresa es otra cosa, aunque no creo que le guste que la llamemos “cosa”. Permiso.
Salió afuera, a la verada, y cuando lo vimos volver nos quedamos heladas. De la mano traía a una chica, y esa chica era Astrid.
-Hola…perdón por venir así….-siempre tan educada, pidiendo disculpas.
-¿Pedís perdón? ¡Astrid, qué bueno que viniste! –me acerqué y la abracé-Supongo que estos te trajeron a la fuerza.
-Algo así –sonrió-Te dije que quería venir y bueno, ellos insistieron en traerme.
-Mercy-dijo Richard-¿Astrid podría quedarse acá?
-¡Ay claro que sí! ¡Me encantaría!
-Sólo serán un par de días, vine para verlos a todos, nada más.
-Por mí quedate tres años, acá no molestás. Vení que llevo tus cosas a la habitación.
Me siguió y ya todos se fueron, menos Rich que se quedó fumando en la sala.
-Ya está todo acomodado –dije bajando las escaleras-Ahora se está dando una ducha ¡Qué bueno que la trajeron!
-A mí me pareció una idea genial. Vení, vení que te extrañé. –me agarró de una mano y me acercó a él, para tomarme de la cintura y mirarme  a los ojos-¿Qué te parece si hoy hacemos presentaciones?
-¿Presentaciones?
-Cena con mis padres.
¿Hoy? No, hoy no. –repuse, seria.
-Uh qué rara estás…cambiaste en estos días. ¿Pasó algo?
-No, no.
-Mercy Wells…Te conozco, para tu desgracia.
-Es que…bueno sí, pasó algo, pero no puedo decirte porque no es tema mío. Ta te diré otro día, cuando me dejen hacerlo.
-Qué misterio…Pero bueno, haré lo que quieras. Ey, estás más linda.
-Rich, si pasaron veinte días…
-No me importa, estás más linda –comenzó a darme besos en el cuello, me retorcía por las cosquillas y porque me gustaba.
-Ey tonto, que nos puede ver Astrid.
-Mierda ¿por qué no pensé eso antes de traerla?
-¡No seas malo! –le di un golpecito en el hombro y me besó.
-Escuchame una cosa…¿es verdad lo del revólver?
Otra vez me dio un ataque de carcajadas que apenas pudo ahogar él con sus besos.





Cenamos los tres juntos, Astrid contaba algunas cosas chistosas que les habían ocurrido a los chicos mientras estaban en Alemania y terminamos charlando de algo que nunca tocábamos porque tampoco sabíamos mucho: la guerra.
-Miren si nos vieran esos tipos…una alemana y dos ingleses cenando y riéndose juntos. Nos mataban.
-Eso sería lo mínimo. –rió Rich.
-Si hubiera seguido historia, éste sería un genial tema.
-¿Y porqué no seguiste?
-Uff…larga historia de la historia.
-Bueno chicas, yo me tengo que ir, mi madre me matará porque seguro que sabe que llegué y aún no fui a verla. –Richard se puso de pie y comenzó a juntar las cosas de la mesa junto con Astrid.
-Y yo me voy a dormir, quedé molida con el viaje. Además supongo que querrán estar a solas.
-Ay Astrid, no te sientas un estorbo –reí.
-No, de verdad estoy cansada, así que con el permiso de mis archienemigos, me retiro.
-Te retirás porque perdiste, Kirchherr.
-Lo que digas, Starr. –sonrió-Buenas noches, chicos.
-Si necesitás algo, golpeá mi puerta pero fuerte, que tengo el sueño pesado.
-¡Gracias Mercy!
Subió las escaleras y miré a Richard.
-¿De verdad te vas?
-No tengo remedio…-suspiró-Ah, me olvidé de una cosa.
Rebuscó en sus bolsillos hasta que encontró un paquetito rosa y me lo dio.
-Regalo número 1.
-¿Qué es?
-Y, abrilo, tontuelita.
Riéndome de mi torpeza lo abrí y encontré una preciosa pulsera de plata. Grabada tenía la frase “We could fly so high”.
-Rich…está hermosa…y más hermosa es la frase.
Hizo una sonrisita de satisfacción y me acerqué para besarlo, pero me apartó.
-Regalo número 2.
Abrió su maleta y, cuidando que no se desparramara por el suelo el lío que tenía ahí dentro, sacó un muñeco.
-¡Una cabra de peluche! –grité y agarré el muñeco como si hubiera retrocedido veinte años.-¡Es muy suave y peludita! ¡Es lo más hermoso que vi en este planeta!
-¿Después de mí?
-No, antes.
-¡Ey!
-¡Pero si es re bonita! La llamaré Ringa.
-No te pases, Wells.
-¡Gracias Richie! ¡Me encantaron! –le di un beso largo y lo pegué lo más que pude a mí.
-Ey, ey, el regalo número 3 empezaba así pero no se puede porque hay gente –sonrió pícaro.
-No importa, me gusta que estés acá. Y…¿sabés qué?
-¿Qué?
-Sí quiero volar muy alto con vos.









Apenas cinco minutos habían pasado desde que Richard se había ido cuando sonó el timbre. Lo sabía, lo esperaba. Abrí, entró, y se dejó caer en el sofá.
-Tu novio tarda mil años en irse.
-¿Estabas espiando?
-Sólo esperaba que se fuera.
John tenía el rostro sombrío, su voz no era la de él y su mirada tampoco. Soltó un largo suspiro.
-Supongo que sabés porqué vine.
-Sí.
-Ya sé que sos una ex alcohólica pero por casualidad, en algún rinconcito, ¿no te habrá quedado una botella de algo?
Asentí y fui a la cocina, donde guardaba, muy escondida, una petaca con whiskey. La tenía sin abrir, como un desafío a mí misma que por suerte siempre superaba. Se la di y tomó un largo trago.
Me miró otra vez, como invitándome a sentarme a su lado; vi que en su mano, la botellita temblaba.
-Te juro que jamás me lo imaginé. –dijo al fin.
Me quedé callada, sabía que iba a seguir hablando pero cuando encontrara las palabras.
-Ni sé cómo tomarlo, supongo que bien…Soy un tarado, un infeliz.
-John…
-Sí, no me lo niegues, lo soy. Le cagué la vida. ¿Te das cuenta de que le cago la vida a la gente que quiero? Hasta a ella….-vi que le rodaba una lágrima y me desesperé. No lo veía llorar desde la muerte de Stuart.
-John, no llores, pensá que es algo bueno, no sé…
-Lo tomaría como algo bueno si no supiera que le arruiné la vida.
-No se la arruinaste, no seas estúpido. –lo miré, severa. Me arrodillé en el sofá para que viera bien mi cara-Te quiere, la querés, van a tener un hijo, ¿qué hay de mal en todo eso?
-Visto así, es hermoso.
-Lo es, John. Dejá de compadecerte a vos mismo con esa cantinela de que sos infeliz y que jodés a la gente. Ponete a arreglar las cosas, lo que se pueda arreglar. La chica no sólo estaba re mal por cómo lo tomarías vos, si no también por todo el lío que viene después. Bueno, ocupate de eso, de solucionarle eso, de ver qué hacés con la banda, cómo seguís, si te casás o no, qué le decís a tu tía…Ayudala un poco y dejá de llorar.
-Dejá de regañarme.
-A ver si así abrís los ojos. No sos una mala persona, y mucho menos por eso. Así que dejate de joder. Supongo que la trataste bien, ¿no?
-Si, claro que sí, que sea una bestia con vos no significa que lo sea con ella también. Todo esto que te dije, no se lo  dije a ella, por supuesto. Pero, ¿qué hago?
-No sé, tenés que pensar bien. Primero, hablá con los chicos, tienen que estar enterados.
-Sí, ya sé…¿Te enojaste?
-Si…No….Qué se yo. Mi cabeza también fue un lío en estos días.
Le dio otro trago a la petaca y me miró.
-Tranquilo, yo también sé hacerme cargo de mis actos. –le sonreí, agarré la botella, y le di un sorbo.
-No voy a ser un buen padre.
-Todo se aprende.
-¿Y de dónde voy a aprender? No tuve padre, salvo a mi tío…pero era mi tío.
-Bueno, empezá por ahí, siendo más o menos como tu tío, después le agregás tu toque Lennon.
-No sos muy buena psicóloga…
-Si me pagaras, lo haría mejor.
Soltó una risita entre dientes y le dio un sorbo al whiskey. Después se acurrucó para que lo abrazara.
-Tengo miedo.
-Ya lo sé. Creo que todos tenemos miedo. Le tenemos miedo a un bebito, somos un poco tarados, ¿no?
-Si lo venos así, somos unos pelotudos importantes.
Reímos y nos quedamos largo rato así, lloriqueando un poco, riendo, y tomando otro poquito más. Pese a que todavía no le tenía mucha confianza, sabía que John podría llevar el peso de un mundo, y que lo haría con mucho amor.





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Después de 300.000 años luz, volví. Ya no tengo más excusas, salvo que hoy casi no subo porque no me siento muy bien pero para que vean lo esforzada que soy (?) subí. 
El capitulo se lo dedico a Cris (era re obvio jaja) y a Aye porque el otro día me ayudó a solucionar un inconveniente con, atención, UNA MÁQUINA DE COSER. Como ella es más versada en el tema, me dio unas instrucciones para que yo no terminara suicidándome por romper herramientas de trabajo. Sí, soy una exagerada jaja.  
Y ahora ya me voy, algún día volveré a subir.

P/D: Saben dónde se pueden conseguir cabras de peluche?