21 octubre 2014

Capitulo 89 Alma, Corazón y Vida






Me quedé mirándolo entre sorprendida y asustada. No entendía muy bien si lo que me decía era en serio o no, o si yo estaba delirando o algo así. Jamás lo había escuchado decir tantas cosas  ni mirarme de esa manera. Pestañeé y me di cuenta que tenía que dar una respuesta a eso que todavía no alcanzaba a entender, y que él esperaba esa respuesta. Tomé aire con lentitud y bajé la mirada.
-Yo…-comencé a decir, aunque no sabía cómo seguir. Tomé aire nuevamente.
-¿Qué pasa Mercy? ¿No…no querés?
Sentí el miedo en sus preguntas, pero no supe qué hacer.
-No sé.
Esta vez, el sorprendido fue él y me arrepentí de haber hablado y decir la respuesta que le dije, así que me sacudí la confusión para que no se sintiera mal por mi culpa.
-Esperá, dejame que te explique.
-No, no importa…
-Ey, Rich. –le tomé las manos y lo obligué a mirarme-En serio, dejame explicarte.
-Es que…no tendría que habértelo dicho, sabía que me contestarías eso porque es muy precipitado. Perdón. Creo que será mejor que me vaya.
-¿Qué? Vos de acá no te movés. –le agarré las manos con aún más fuerza.-¿Cómo se te ocurre pedir perdón por eso? A ver…sí pienso que es un poco rápido, por eso me quedé colgada, no me lo esperaba en absoluto.
-Lamento haber sido un poco bruto para decírtelo.
-Nunca sos bruto, al contrario, sos lo más dulce que hay. –le tomé la cara para darle un profundo beso, en el que sentí que el mareo por la propuesta desaparecía dejando lugar nada más que a claridad: por supuesto que quería casarme con él, por supuesto que quería clavar mi vida a la de él.
-Sí.
-¿Sí qué?
-Que sí. Que quiero casarme.
-¿Vos me hablás en serio?
-Ay, Starkey…-suspiré conteniendo la risa-Sí, te hablo en serio. ¿O ya te arrepentiste?
-Para nada. –sonrió-¿Entonces sí?
-Que sí…
-¿Estás segura?
-Sí, sí, sí, ¿te lo digo en chino también?
-No hace falta. –sonrió otra vez, y me dio un suave beso.
-¿Es verdad todo lo que me dijiste? Mirá que vas a tener que aguantarme, eh.
-Lo mismo digo. Pero quiero estar con vos siempre, aunque te aburras o te canses de mí.
-Eso jamás pasará, te lo juro. Nunca me voy a cansar de quererte.
Me acarició el rostro, pensativo.
-Me hace feliz escuchar eso, señora Starkey.
-Uy, señora…-reí y me tapé la cara-Qué vieja me voy a sentir.
-Doña Starkey será peor –dijo uniéndose a mis risas-Mercy Starkey suena muchísimo mejor, ¿no?
-¿Y por qué yo tengo que ser Mercy Starkey y vos no serás Richard Wells, eh? Me parece injusto.
-Salió la feminista…Mejor sigamos como estamos.
-¿Qué? ¿Ahora no nos casamos nada?
-No, me enojé. –se cruzó de brazos, aunque le costaba ponerse serio. Le di un beso en la mejilla.
-Vamos, no se enoje señor Wells. –susurré, y él amplió su sonrisa para abalanzarse sobre mí y darme un gran beso.








Despertarme al día siguiente y entender, por fin, todo lo que había ocurrido la noche anterior, me paralizó, pero luego me inundó de una alegría tan grande, pero tan grande, como nunca había sentido, algo que borró mi cotidiano malhumor de las mañanas. Me iba a casar….Algo que era tan común, lógico, obvio, esperable, impuesto, normal que le sucediera a cualquier chica, pero que no era ni común, ni lógico, ni obvio, ni esperable, ni impuesto, ni normal, que me sucediera a mí. Sobre todo esperable. Vamos, que mi familia ya me veía en un convento o rodeada de gatos.
Más allá de lo raro que podía parecerle a todos, a mí más que raro me parecía extraordinario. No sé si muchas podían decir que se casarían con el amor de sus vidas, o que compartirían esa vida junto a ellos, como en los cuentos infantiles. Yo podía asegurar que era una afortunada. Y en ese momento, levantándome y sintiendo el calor y la luz del sol en la cara, quería seguir viviendo mi cuento, un cuento en el que las había pasado feas y jodidas, y que por fin tenía final feliz. O principio. Sí, principio era mejor, mucho mejor. Y aún mejor era que para nada quería pensar si el cuento seguiría feliz o si se iría poniendo gris y gastado como la mayoría de las cosas de la vida. Mi cuento era mi presente, y mi presente era el más lindo que podía tener.
Todo ese globo inflado de filosofía barata se pinchó, claro que sí, al recordar que tenía que ir a ver a la viuda de Smitch. Si bien esa visita podría traerme otra alegría más, la confirmación de que me quedaría en mi negocio, tener que ver  a alguien que había perdido hacía muy poco a alguien querido (o no, eso no lo sabía) y andar presentando condolencias, no era muy agradable. Hablando en bruto: me la bajaba terriblemente.
Suspiré y me vestí con ropa oscura y empecé a prepararme el desayuno. Casi me puse a llorar al ver que pronto se me acabarían las excusas para aprender a cocinar. Si es que mi abuela tenía razón cuando me decía que cuando me casara, lo único que importaría sería que supiera cocinar. Nunca le hice caso, claro, yo qué sabía que me iba a casar.
Antes de llegar a la casa del finado Smitch, pasé por la tienda en la que trabajaba Juliet. Disimuladamente miré los vestidos de novia, pero me mareé. No le dije nada sobre el tema, sólo la saludé y compré, por fin, una campera azul con lacitos que me gustaba y que nunca podía comprar por falta de dinero en el bolsillo. Así, un poco más optimista y sobre todo, más despierta, llegué a la casa de la viuda. Todas las ventanas estaban cerradas, por lo que casi salgo huyendo de no haber sido por un dedo desobediente que tocó el timbre. Enseguida abrió la puerta una sirvienta, que me miró de arriba a abajo. Ahí recordé que no me había peinado, un pequeño y gran detalle. Intenté remediarlo con una sonrisita inocente, que no causó efecto alguno porque la mujer siguió mirándome mal.
-Soy Mercy Wells, venía a hablar con la señora por el asunto de…
-Pase. -dijo interrumpiéndome y haciéndose a un lado para que entrara. Desapareció sin decir nada más, dejándome ahí parada y sosteniendo con manos temblorosas la bolsa de la tienda. No había practicado qué decirle por la muerte de Smitch, ni qué decirle si me informaba que  vendería todo. Si eso pasaba, quería ser educada y parecer comprensiva con lo que le había ocurrido, pero sin haber practicado un pequeño discursito, lo único que me saldría sería un impulsivo “Vieja cornuda usted es igual que el muerto de su marido” y eso no sonaba muy educado y diplomático.
Desde otro ambiente de la casa tronaba el “Invierno” de Vivaldi. “Ay señora no me la complique tanto”, pensé. Al fin apareció la mujer, bajita y flaquita como yo, aunque mucho más arrugada, claro. Vestida completamente de negro, lo único que resaltaba de ella eran los dientes blanquísimos de su sonrisa al verme.
-¿Así que sos la chica Wells? Sentate. –señaló uno de los sillones, también negros. Parecía que toda esa casa respiraba luto.
-Siento mucho lo de su esposo, me imagino cómo se sentirá y…-asintió con la cabeza y con una mano, señalando otra vez el sillón. Me dio pena, se notaba que ya estaba harta de que le dijeran lo mismo. Me senté frente a ella con la bolsa de la tienda sobre mi regazo.
-No te haré perder mucho tiempo, Mercy. Sé que mi marido te dijo que vendería todo.
-Sí, así es.
-Era una idea pésima, se lo dije cientos de veces. Pero insistía en que se quería ir, nada menos que a Las Vegas. Estaba fascinado con ese lugar, y yo sabía que nunca se adaptaría, pero no había forma de hacérselo entender. A mí me parece una ciudad horrible, ¿a vos?
-Ehh…no sé, nunca fui.
-No perdés nada. Ahora, pobrecito, ya no está y esa loca idea no la cumplirá.
Asentí, por la mente se me cruzó si ella no lo habría matado. La miré bien, no parecía capaz de hacer algo así, pero nunca se sabía. Después pensé que estaba traumada con las novelas de crímenes.
-Como estarás suponiendo –prosiguió–yo no llevaré a cabo semejante cosa, así que me quedaré en Liverpool, o quizás viajando a Londres, o a París…¿Has ido a París?
-No, tampoco.
-Probá ir un día, es una ciudad encantadora. ¿Estás casada?
-Lo haré pronto. –me sentí rara porque ella era la primera en saberlo.
-Andá con tu marido, pero mientras sigan enamorados, sino te mandará a comprar ropa y él se quedará durmiendo. Todos hacen lo mismo.
-Ah.
-Bueno, lo que te quería informar era que no venderé. Así que podrás seguir donde estás, siempre y cuando pagues, claro.
-De eso no se preocupe. –sonreí, tratando de que fuera una sonrisa chiquita, que no delatara mi alegría. Eso chocaría con el clima de la casa. –Gracias señora.
-No hay nada que agradecer, no hice nada. –se encogió de hombros–Cuando el abogado tenga todo listo, te llamará para que vengas a renovar el contrato.
-De acuerdo.
-Bien, era eso, siento si te molesté con otras cosas que no venían al caso. Suerte con tu matrimonio.
Me despedí, agradeciendo internamente que no se haya puesto a llorar o recordar sus años felices con Smitch porque ante esas cosas me desesperaba y no sabía qué hacer.



Tanto muerto me condujo inevitablemente al cementerio. Entré indiferente, como quien entra al supermercado chino de la vuelta de su casa. A unos metros de la puerta, sentada en un banquito, una nena de no más de ocho años bostezaba y me contagió. Me acerqué a ella cuando me percaté de que estaba rodeada de jarrones con flores. Miré a todos lados, estaba solita.
-¿Querés flores? –dijo desperezándose.
-¿Estás sola? –otra vez miré a todos lados.
-Mi madre anda por ahí, creo que fue al baño
-Ah, pensé que encima que te hacen trabajar, te dejan sola en un lugar como este.
-No me da miedo, están muertos.
Reí y busqué dinero en los bolsillos
-Dame algunas flores amarillas, cualquiera.
-¿Y a vos no te dan miedo? Porque también estás sola. –dijo mientras sacaba las flores de distintos jarrones.
-No, tampoco.
-¿Y a qué viniste? Hoy es día de semana, no anda nadie.
-Vine a ver a mi papá. Bueno, ver es una forma de decir.
-¿Es su cumpleaños?
-No, vengo a decirle que me voy a casar.
-Tenés suerte, te casás y tu padre no podrá decirte que no le gusta tu novio.
Solté una carcajada que supongo resonó en todo el cementerio. La maldita cría tenía razón. Agarré las flores perfectamente envueltas en un papel gris  y le pagué, dejando que se quedara con el cambio. La vi sentarse otra vez y bostezar, mientras yo me alejaba por uno de los caminos empedrados, todavía riéndome.
-Hola pá, traje flores. Bueno, es un poco inútil esto de las flores, ya lo sabés, pero…en fin.
Suspiré  y comencé a acomodarlas en un florerito. Justo había una botella plástica abandonada al lado de otra tumba, y estaba hasta la mitad de agua de lluvia.
-Esto tendrá un dengue que te morís. –comenté, y enseguida reí porque decirle eso a alguien que ya estaba muerto no era muy acertado, y también porque recordé a la nena de la entrada. Me quedé sentada en la tierra, mirando la extrema cantidad de cruces, placas, monolitos, y estatuas, que se extendían hasta donde alcanzaba la vista. Era propiamente la ciudad de los muertos, si algo se movía, era por el viento.
-Bueno, no sé muy bien a qué vine….-susurré-Anoche Richard me propuso casamiento. Acepté. Hice bien, ¿no? Creo que te caería bien como yerno, además me cuida casi demasiado y eso sé que te gustaría. Me…me hubiera gustado mucho que te hicieras el enojado con él como hacías cuando era niña y algún chico me decía algo, já. En fin, ya te diré qué tal va todo. Sería lindo que estuvieras pero…bueno, eso.
Otra vez  me quedé en silencio, hasta que sentí que algo me tocaba un hombro.
-Hola fea.
-¡AAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHH!
John se dobló de la risa, y me puse de pie y le arrojé un puñado de tierra en el pelo, cosa que pareció no importarle.
-¡Ay, cómo te asustaste! –siguió riendo, ya secándose las lágrimas.
-¡No es chistoso, pedazo de idiota! –grité indignada-¡¿Cómo me vas a asustar así?!
-Uy, olvidé lo de los infartos –trató de ponerle seriedad a sus palabras, en vano.
-Ya veo que te olvidaste.
-¿Pero estás bien?
-Sí.
-Y bueno, ¿de qué te quejás?
-¡Ay John, te juro que a veces me da ganas de agarrarte del pescuezo como a las gallinas!
-Dejá de gritar, estás en un cementerio, no respetás nada. ¡Auuu! ¡Más tierra, no!
-Te tendría que llenar el culo de tierra también.
-Epa, epa, no te pases que tampoco fue para tanto. –se sacudió el cabello, escupió dos veces.
-Puta madre, ya ni en el cementerio una puede estar tranquila, no tengo paz nunca.
Soltó una risita al verme rezongando por lo bajo.
-¿Me seguiste o qué?
-No, vine y ya me estaba yendo y justo te vi. Es fácil encontrar vivos acá jaja. Parece que hoy es día de visitas a los padres.
-A mí me parece que es día de sustos. Tomá, llevá esto. –le arrojé las flores secas y medias podridas en el papel de las flores nuevas. Las miró con asco y las tiró al suelo. Sólo suspiré fastidiada, si le decía algo más, terminaríamos más peleados aún. Me siguió caminando un par de pasos por detrás.
-Ay, ¿por qué tan apurada? No te alcanzo.
-Mejor.
-Pero Mercy, sólo me acerqué a saludarte…
-¡No mientas!
-Bueno, bueno, no te alteres. Está bien, perdón. ¿Es eso lo que querés oír? Perdón, perdón, perdón, perdón, perdón, perdón, per…
-Basta.
-¿Me perdonás?
-No sé.
-Uy, qué dura estás. ¿A qué viniste? Tengo entendido que jamás lo hacés.
-Y yo tengo entendido lo mismo sobre vos.    
-Vine a ver a Julia. Le conté sobre…bueno, mis proyectos.
Me paré en seco y lo miré, él hizo lo mismo pero más desconcertado.
-¿Qué proyectos?
-Lo que sabés, la banda, que voy a ser padre, que me voy a juntar…¿por qué preguntás eso?
-Por nada. Yo vine a algo parecido también.
-Conexión de hermanos, no me lo niegues. –comenzó a caminar despacio y lo imité–Justo el mismo día, a la misma hora. ¿Y cuáles son tus proyectos?
Se me escapó uina sonrisita, y miré el suelo.
-Me caso.
-Pff y yo soy el nuevo papa Juan XXIII.
-Te hablo en serio.
-Y yo también, voy a ser Papa.
-Richard me lo propuso anoche, y yo acepté.
-Mierda. Pensé que todo era producto de tu imaginación. ¿Ese tarado se va a casar? ¿Y encima con vos?
-¿Y con quién querés que sea? Y no le digas tarado.
-Ese traidor ahora encima se casa con vos.
-No empieces, al final nadie te entiende: si no me daba bola, lo querías matar, cuando me dio bola, lo querías matar, ahora que quiere hacer todo en serio y se quiere casar conmigo, también lo querés matar. ¿Ves que sos loco?
-Lo sé y no me quejo. Así que aceptaste.
-Claro.
-Já, quiero ver eso, vos casada. Es un hecho insólito, digno de un documental. Bueno, felicidades.
-Gracias John, sé que lo decís en serio aunque trates de que no lo parezca.
Rió entere dientes y me dio un golpecito en el hombro.
-Me alegro de que te des cuenta, y de que te cases. En serio, hermana horrible.
-A veces sos bonito, eh. Aunque me des sustos de muerte. Ey, ojo que la nena de la entrada es muy bicha. Va a pensar que mi novio sos vos.
-La conozco, vive cerca de los Harrison y una vez casi me roba una bolsa de caramelos que iba comiendo por la calle. Parece yo.
-Pobre criatura…
-¿Y por qué va a pensar que soy tu novio? Qué horror.
-Le dije que me casaba.
Sin embargo, John no hizo caso, obvio. Pasó caminando delante de la nena agarrándome de una mano y diciéndome “mi amor” mientras la nena tironeaba a su madre y nos señalaba. Lo odié mucho.
-¡Aggghh qué asco! –me miré la mano ni bien salimos –¡Te dije que te quería agarrar como a las gallinas, y me parece que lo voy a cumplir!
-¿Qué? ¿No te gusta, mi amor?
-Andate a la mierda John Winston.
Su segundo nombre no le causó ninguna molestia, sólo siguió retorciéndose de la risa y sacándome la lengua.
-Vamos, “señora”.







Llegó el día en el que los chicos debían irse a grabar. La idea seguía sin convencerme, muy a mi pesar, porque sabía que eso estaba mal pero no podía evitar sentirme así. Milagrosamente, John no había dicho ni media palabra, algo más que raro, así que me despedí de Rich con una sonrisa de saber que teníamos un secreto juntos muy importante, pero estaba claro que no me iba a aguantar mucho más en contarlo. La evidencia estaba en Cris, que lloraba de pura emoción mientras yo la miraba deseando que se calmara o que me abriera la puerta para irme de ahí.
-¿Ya está?
-Que no, ¿no puedo llorar? Alma insensible, ¡qué es algo lindo! ¡Te vas a casar!
-Bueno, pero no es para llorar tanto…
-Lloro y punto. Además es algo de no creer, hasta hace un tiempo eras un trapito triste y ahora te casás.
-Gracias por lo de trapito.
-¿No será muy rápido todo? ¿Te sentís bien?
-No me voy a morir de emoción, tranquila. Todo está en orden.
-Mejor, no quiero que mi hijo crezca sin su madrina.
-¿Eh?
-Que vas a ser la madrina, quieras o no. Bueno, si no querés, no hay problema…
-¿Y cómo no voy a querer? ¡Claro que sí!
-Pero mirá que tendrás que cuidarlo, no sé si querrás…
-¡Serás! Lo voy a cuidar, y lo voy a llevar a la escuela, y al cine, y le compraré golosinas y…¡Ay, qué alegría!
-John está de acuerdo, pero es obvio que no te lo diría, ya lo conocés. –rió.
-¡Gracias, gracias! Ay me muero….¡Hola repollito, soy tu madrina Mercy! No digas nada, pero te enseñaré a hacerles maldades a tus padres.
-Ey, ey, no te pases. Te veo haciendo eso y te saco todos los títulos.
-Me vengaré de todas las que me hicieron vos y tu novio.
-¡Si yo no te hice nada!
-Ah, es verdad. No importa, lo malcrío y ya está, que para algo seré la madrina. ¡Tendré un ahijadito repollo!
-Jack. Se llamará Jack.
-Repollo Jack, genial. Si juega al fútbol, cosa probable, vas a ver que de apodo le dirán repollito. Ay…Jack…¡qué lindo! Mierda, ahora lloro yo…-me abracé a ella llorando como una condenada, tanto que la asustó.
-Mercy,¿estás bien? Tomá aire por lo menos. ¿Te pasó algo?
-Es que son muchas alegrías juntas y no estoy acostumbrada. Qué horror eso que acabo de decir.
-Pero es cierto. –me alcanzó un pañuelo–¿De verdad estás bien?
-Sí, me siento un poco mareada, no sé porqué.
-Wells, ¿no te habrás copiado de mí? ¿No estarás…?
-¿Eh…? ¡Ay no! ¡No, no, no, eso es imposible!
-Yo dije lo mismo. –se rió de mi cara–¿Te sentís mareada?
-Sí, pero ya se pasa. De verdad, gracias por este honor. Prometo cuidarlo muchísimo.


Después de varias horas de dudas, idas y vueltas, agarré el teléfono para darle la noticia a la persona más importante: mi madre. Conociéndola, era impredecible saber cuál sería su reacción, pero me inclinaba por la posibilidad de que se pusiera feliz.
-Hola má. –dije cuando oí su voz–¿A qué no sabés quién soy?
-El barrendero. –rió-Qué raro que llames a esta hora, ¿hoy no trabajás?
-Voy después. Ehm…mamá, tengo una noticia para darte.
-¿Qué pasó? –su voz dejo de ser risueña y pasó a ser angustiada. Siempre pensando lo peor, como yo.
-Es una buena noticia, no te espantes.
-Ahh…qué alivio. ¿Qué es?
-Me voy a casar.
Se hizo un silencio y pensé que había cortado la comunicación.
-¿Mamá?
-Hija…Esa es una noticia hermosa, ¡felicidades! ¡Qué alegría tan grande!
-No vas a tener una hija solterona.
-No lo digo por eso, y lo sabés bien. Que seas muy feliz, cariño.
-Gracias mamá. –escuché ruiditos, otra que lloraba y que también me hacía lagrimear a mí.
-De verdad, es una alegría enorme, vas a ver que todo saldrá bien, hija. Vas a ser muy feliz y…
Otro silencio, que pensé que era porque seguía llorando. Sin embargo, cuando volvió a hablar, su voz era completamente distinta.
-Hija…será mejor que sepas algo antes de que te cases.
-¿Qué?
-No puedo decírtelo por teléfono. Vení en cuanto puedas.
-Mama no puedo, estoy ocupada. Decime qué es.
-Por favor, me gustaría decírtelo personalmente.
La conocía muy bien como para saber que estaba preocupada y que, peor, lo que tenía para decirme no era nada agradable.







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Hola gurises y gurisas! Después de más de un mes, reaparecí! Sé que cada vez tardo más, qué se le va a hacer, ya saben, los exámenes y un bloqueo mental que me dura hasta este momento en el que les digo esto. Espero que se vaya rápido para poder actualizar con más regularidad. 
Un saludo a Juli, que yo pensaba que se había ido para siempre, y resulta que está! (Pregunta: es verdad que es la quinta vez que leés el fic? No será un poco mucho? jajaja) 
Y ahora me despido, hasta la próxima!