29 enero 2015

Capitulo 94 Blackout


Aquel día parecía hecho por el mismo Satanás. Se había burlado descaradamente del presentador del pronóstico en la tele, y en vez de ser un tibio, soleado, y apacible día, había amanecido negro, con un viento que parecía que andaban todos los diablos sueltos, y una lluvia helada que amenazaba con cortar los cristales. Resumiendo: un día de mierda.
Haciendo gala de mi terquedad, abrí la puerta y puse un pie en la calle. Se me congelaron hasta los cordones de los zapatos, pero no me eché atrás y salí. Eran las siete de la mañana de un miércoles y en la calle no andaba ni un alma. A duras penas llegué a la estación, también desierta, y golpeé el vidrio de la ventanita  de la boletaría. Apareció un empleado somnoliento con una taza de café.
-Uno a Londres, para mañana.
Se sorprendió, si era para el día siguiente, ¿para qué iba a comprarlo con semejante día? Le dirigí una mirada que le hizo saber que no debía preguntar o iba muerto.
-¿Ida y vuelta?
-Ida.
Antes de que me lo diera, pasé los billetes por la ranura del vidrio.


Cuando llegué a casa, el tiempo parecía haber empeorado. Me hice un té con tostadas, obviamente quemadas, y me dediqué a contemplar aquel boleto. Hacía dos días que John y los demás se habían ido a grabar, y lejos de hacerme cualquier tipo de broma al despedirse, mi querido hermano postizo sólo me abrazó, dándome a entender que ya había pasado el tiempo de las indecisiones. Por eso planeaba viajar, aunque al principio me había engañado a mí misma con que tenía que buscar cuatro libros inconseguibles que nos habían pedido en la librería.
Una repentina arcada me sacó de mis pensamientos para posarme frente al inodoro. Ya era imposible hasta tomar un mísero té, pero según Cris, ya faltaba poco para que esos síntomas desaparecieran. Para colmo de males, el día anterior, Mimi me había invitado a almorzar. Sabía que estaba algo “enferma” y para alimentarme con muchas proteínas, que a su juicio me faltaban, no tuvo mejor idea que hacer un estofado de carne con otras cosas que en circunstancias normales hubiera comido gustosa, pero que en ese momento miré con repugnancia y poco faltó para que le ensuciara el impecable piso de su cocina. Se dio cuenta, porque a ella no la engañaban ni los zorros, y no sería nada raro que sospechara la verdad. De cualquier forma no le diría, sabía que para ella era un escándalo un hijo fuera del matrimonio, y más si la implicada era yo, que se suponía que estaba perfectamente educada por mi madre. Hablado de mi madre, tenía muchas ganas de contarle lo que me pasaba, pero mi orgullo era más fuerte y cuando intentaba llamarla, el rencor y el enojo colgaban el teléfono y posponían la llamada para otro día.


Cerca de las ocho, sonó el timbre y Jonathan entró apurado, tiritando de frío.
-Te mojaste el pelo, te traeré una toalla.
-No hace falta, el lado de la estufa se me secará. Qué día, ¿alguna vez te dije que quiero vivir en el Caribe?
-Cada vez que hace un tiempo como este. No sobrevivirás, te desmayarías por el calor.
-Soportaré con tal de no vivir así, congelado. Mañana no abrimos, ¿no? Porque si tengo que viajar y vos no podés salir…
-¿Y quién dijo que no puedo salir  y que vos vas a viajar? Te informo que acabo de comprar esto. –le mostré el boleto– Y que abriremos porque te quedarás.
-¡No podés salir! ¡Tenés que hacer reposo!
-Al diablo con eso. Yo mañana viajo.
Me miró enojado, con las manos en la cintura, hasta que fue relajándose conforme entendía mi actitud.
-Lo vas a hacer. –dijo al fin.
-No tiene caso seguir ocultándolo. Y quizás visite a mi madre también.
-Me asombra este cambio, ¿a qué se debe?
-A que llevo casi dos meses con esto y no tiene sentido negarlo y hacer que no pasa nada. Tendré un hijo y si me muero antes o después, no importa, lo importante es que quienes tengan que saberlo, lo sepan.
-Bravo, bravo. –aplaudió, asintiendo–Al fin reaccionaste y apareció la Mercy que conozco. Me ofrezco para acompañarte.
-No, lo haré sola.
-Pero podés descomponerte o algo…
-Ya estoy acostumbrada a descomponerme, vos dejame a mí. Mañana abrí, y si vuelven por esos libros les decís que ya me puse en la tarea de buscarlos.
Asintió una vez más y se fue directo a al librería, recomendándome que me metiera en la cama y que no me moviera en todo el día.  Más o menos le hice caso, pero aburría como un hongo, así que me puse a armar un pequeño bolso con las cosas que necesitaría para el viaje. Por la tarde apareció Juliet, y cuando vi que traía algo en las manos no me aguanté de preguntarle una cosa.
-Juliet…¿por qué siempre intentás que coma?
Su cara fue de que lo que hacía era completamente normal y obvio.
-Porque das pena.
-Gracias. –dije un par de segundos después, cuando me repuse de escuchar semejante respuesta.
-Estás hiper flaca.
-No por mucho tiempo…
-Exacto. No por mucho tiempo porque no podrás resistirte a la tentación de esta torta de manzana que mirá lo que es…un poema.
-Me refería a otra cosa…
-Yo también. La torta la hice yo, por eso no podrás aguantarte de devorarla. Y además, como tengo la tarde libre, vos parecés enferma, y el día está para matarse, te enseñaré a hacerla. Así que comerás dos tortas y no podrás negarte.
-Veo que ser la novia de George te afecta. No soy él, no podré comer dos tortas. –sentí otra arcada y salí disparada hacia el baño. Desconcertada, me siguió.
-No era para que te pongas a vomitar, si no te gusta me lo decís. –dijo cuando salí del baño–¿O estás enferma?
-Enferma no sería el término exacto…Digamos que ligeramente embarazada.
Comprendí que decírselo de la forma en que se lo dije no era lo mejor cuando vi que estaba a punto de caer redonda al suelo.
-Es una broma, ¿no?
-Ojalá lo fuera. Por eso estoy así, todo me da asco y no como.
-Pero…¿es de Ringo?
-No, del Espíritu Santo que descendió sobre mí. Claro que es de él.
-¡Pero es una noticia genial! ¡Qué alegría!
-Frená ahí. Primero, ni una palabra a George.
-Me estás pidiendo imposibles, yo le cuento todo y…
-Juliet, prometemelo. Si George se entera no va a poder estar sin decirle nada a Richard. Lo conozco bien.
-¿Entonces él no sabe nada?
-No. Y segundo, no te alegres tanto que las cosas pueden salir mal. Es un embarazo de alto riesgo.
Se le borró la sonrisa por una cara de preocupación.
-No pensé que fuera así. Pero vas a ver que todo te saldrá bien, no podés tener tanta mala suerte, Mercy.
-Eso estoy pensando, que tan mal no tiene porqué salirme todo.




El viaje en tren pasó tranquilo, y lo dediqué a meditar sobre lo que haría, calmándome los nervios a cada minuto. En el trayecto me di cuenta de una cosa: con poco había gambeteado a la muerte y me había jurado que tomaría la vida de otra manera. Claro, pensaba que a partir de ese momento mi vida sería maravillosa, no esperaba que siguiera tan miserable como antes. Pero ahí estaba el truco, en tomarla de otra forma siendo lo que era. Lo bueno de esta vez, era que corría con ventaja. Si zafaba, tendría una gran recompensa, mi hijo. Me costaba habituarme a esa palabra en mi mente, y saber que algo tan extraño como un proyecto de humanito estaba adentro de mí, y que me acompañaría siempre. Por eso empecé a tener más esperanzas de que las cosas salieran bien, porque si lo lograba, mi vida ya no sería gris y apagada.
Me apeé en la estación, ya eran casi las doce del mediodía, y decidí buscar las librerías “raras” donde encontrar algunos de los libros, para despejarme viendo gente.  Cuando el estómago comenzó a hacerme ruido eran más de la una y recién tenía dos libros. Comí un triste sandwich mirando al Big Ben hasta que se le antojó dar las tres y enfilé hacia el hospital. No tenía ganas de ver a Cyril y su corte de médicos interesados en mí, pero sabía que tenia que hacerme otros análisis y hacerme revisar por un ginecólogo, algo más que horroroso.
Lo encontré en la cafetería del hospital, charlando con una enfermera  y tomando café. Bien Cyril, juntate con esta chica, pensé. Sin embargo, ni bien me vio la dejó plantada para saludarme.
-El ginecólogo te está esperando.
-Pff, qué buena noticia. ¿No me presentás a la enfermera?
-Se llama Flor.
-Hola Flor, soy Mercy –la saludé con un beso, me sonrió.
-Ya sé, la chica de los problemas. –rió.
-¿Así le hablás de mí a la gente? –le dirigí una mirada acusadora a Cyril, se rió.
-No te quejes, sos famosa. Flor, ¿nos acompañás?
Flor asintió y nos siguió hasta un consultorio.
-Primero te voy a sacar sangre.
-Me vas a dejar seca, ¿por qué no estudiás vampirismo?
Flor soltó una carcajada al escucharme. Era linda, nada del otro mundo, pero parecía agradable y le quedaba perfecto el uniforme y el pelo castaño atado con una colita.
Pese a mis protestas, Cyril me sacó sangre y Flor se la llevó vaya a saberse adónde. De la nada entró un médico viejo e invoqué a muchos santos rogando que ése no fuera el ginecólogo. Era.
-No te preocupes, Flor te acompañará. –dijo Cyril, y se fue.
-No será nada. –dijo el viejo–Es para ver cómo va todo.
Así que bueno, me revisó por allá abajo y en menos de cinco minutos Flor me dijo que ya había finalizado.
-Todo perfecto, señorita Wells. –sonrió el viejo. Parecía bueno, pero el hecho que fuera ginecólogo era suficiente para que lo odiara–De hecho no podría ir mejor. ¿No tuvo ninguna pérdida?
-No, nada.
-Lo dicho, perfecto. Esperemos que siga así, no olvide el reposo.
-Ahora un electrocardiograma y te dejamos en libertad. –dijo Flor, y comenzó a ayudar a Cyril con el aparato.
-La presión por el suelo, como siempre. –se quejó Cyril–A ver si comés un poco.
-Te dije mil veces que no puedo, vomito.
-Está bien te daré unas gotas para que no te den arcadas. ¿Estás nerviosa por algo?
-Si, pero no pienso contarte.
-No pregunté. –sonrió–Listo, levantate. Tu corazón parece un reloj con pocas pilas, anda un poco bien y un poco mal, pero ya no tiene arreglo, como tu cabeza.
-No te rompo este aparato en la cara porque sé que no es tuyo, lo pagó la comunidad con sus impuestos.
Flor dejó caer un paquete de algodón de la risa que le dio.
-Qué relación médico-paciente…
-Mercy tiene un carácter un poco…podrido. Igual cuando la conocí era peor, se peleó con medio hospital.
-Y sigo peleada. ¿Cuándo tengo que volver?
-En unos veinte días, así descansás. Y suerte. –me guiñó un ojo, el maldito ya se había dado cuenta de todo. Me despedí de Flor pero ella me retuvo.
-¿Puedo pedirte algo?-dijo mirando a todos lados, especialmente a Cyril, que se alejaba por un pasillo. Tragué saliva, seguro que me diría que desapareciera de la vida de él para que la mirara como algo más.
-Sí, claro…-respondí con miedo, no era bueno tener a una enfermera de enemiga.
-Sé que sos amiga de The Beatles, ¿me conseguís una firma de Paul?






Eran las cinco de la tarde cuando salí de una librería con el último libro que necesitaba. Estaba apenas a una cuadra del estudio, sobre Abbey Road, y respirando hondo a cada paso, llegué. Me sorprendí cuando vi a un grupito de chicas que con suerte tenían quince años, pensé que protestarían por algo.
-¿Venís a verlos? –dijo una que llevaba el uniforme de la escuela a la que asistí cuando vivía en Londres.
-¿Eh? ¿A quiénes?
-Dejala, seguro que no –otra se acercó–Disculpe señora.
Rumiando ese “señora” entré pero un tipo se cruzó en mi camino.
-No puede pasar.
-¿Ah? ¿Y eso?
-No puede pasar ninguna fan.
-Pfff, yo no soy una fan, soy la hermana de John, John Lennon, está grabando ahora acá.
-Sí, claro, toda dicen eso.
-¿Alguien se hace pasar por mí? ¿Pero cómo es eso? Mire, no sé bien qué es todo esto, pero necesito pasar, quiero hablar con él.
-Dije que no.
-Hágame el favor de llamarlo.
-Dije que no, señorita. Si lo quiere ver, espere como todas ellas. –señaló  a las chicas, me miraban con curiosidad.
-Oiga, no tengo todo el día. Soy Mercy Wells, por favor avísele a John que estoy acá.
-Y si es su hermana ¿por qué no lleva su mismo apellido?
-Ayyy….Bueno, soy Mercy Lennon Wells, ¿conforme?
-No le creo nada. Espere afuera.
Se metió para adentro, ignorándome completamente. Así que no podía ni entrar. Así que esas eran fans…No sabía que el éxito era tanto.
De la nada, se abrió otra puerta y escuché un grito.
-¡Mercy! ¡Por acá!
Reconocí de inmediato a Grace y entré. Ni bien cerró la puerta pensé que cuando saldría, aquellas chicas me arrancarían el cabello.
-¿Viniste a verlos?
-Sí, pero no esperaba esto, que hubiera fans.
-Sí, son unas pesadas, pero parecen buenas, qué sé yo. Qué suerte que te vi por la ventana, el guardia no te hubiera dejado entrar jamás, es inflexible. Iré a ver si están en el descanso. Ya vuelvo.
Grace desapareció por un pasillo y me quedé mirando la pequeña sala en la que estaba. Tampoco había mucho para ver, dos cuadritos y nada más. Me pregunté qué estaba haciendo allí, qué diría, y porqué no salía huyendo. La verdad era que no había planeado nada y empecé a sentir mucho miedo.
Escuché a Grace riendo y supe que se acercaba junto a John.
-¡Fea!
-Bueno, bueno, apareció el señor famoso. Muy a mi pesar, tengo que reconocer que te juzgué mal. No sabía que tenías fans en tu puerta, un tipo de seguridad, y que tenia casi tengo que pedir audiencia para hablar con vos.
-Acostumbrate, será así de ahora en adelante.
-Y encima estás lindo, estúpido. –le revolví el pelo tan bien cortado. La verdad era que sí,parecía todo un señor, pero la cara de sinvergüenza no se la borraba ninguna corbata.
-Vení , justo estábamos rascándonos los hue…
-John.
-…lo que ya sabés. Ey Gracita vení que Paul seguro que quiere decirte alguna de sus cursilerías.
Ambas lo golpeamos en la espalda, se quejó y se encorvó haciéndose el viejito. Comenzamos a caminar por el pasillo.
-¿Qué tal mi Cris? Hace media hora hablé con ella pero igual pregunto.
-Está tan enorme como la dejaste.
-Mierda, cada día falta menos. Díganme, ¿doy una imagen paterna?
Con Grace nos miramos, lo observamos, y soltamos una carcajada.
-No se puede hablar con ustedes –rezongando abrió una puerta y entramos a lo que parecía una cabina de control o algo así. Sólo sé que tenía una mesa enorme llena de botones de colores y dos tipos con auriculares que saludaron inclinando la cabeza porque al parecer, lo que oían era muy importante. John abrió otra puerta, que daba a una escalerita por la que bajó a un gran estudio.
-Miren quién llegó, la peste.
-Gracias por la presentación, Lennon.
-¡Bestia! –George dejó su guitarra y caminó hacia mi–¿Cómo etsás? ¡Jamás hubiera pensado verte acá!
-Lo mismo digo, esto sí que es una sorpresa. –Paul rodeó con un brazo a Grace–¿Qué te trae por acá? ¿Nos extrañabas?
-Ni loca. Tuve que venir por esto. –mostré dos de los libros que llevaba en la mano–Pensé saludarlos antes de irme.
-¿Ya te vas? –dijo Grace–No, no, esta vez quedate, aunque sea hasta mañana a la tarde. Justo tengo el día libre, podemos pasear, encima hay rebajas por todas partes.
-Es verdad, ¿qué apuro tenés?
-No sé, Paul…-bajé la vista, desde que había entrado ahí traté de no hacer contacto visual con Richard hasta que vi que se acercaba.
-Hola Mercy. –saludó inaudible.
-Hola Richard.
John se aclaró la garganta.
-Prestame los libros –me los quitó y leyó sus portadas–¿Quién te pide esto?
-Un loco. La verdad es que no sé de dónde saca esos títulos, pero no ha parado de pedirlos y me cansé de decirle que no existen. Me equivoqué porque acá están.
-Cobráselos a precio de oro.
-Por supuesto. Bueno chicos, no quiero molestarlos, yo ya…
-No, quedate, por favor…-suplicó Grace.
-De acuerdo, pero afuera, con vos. Acá estoy interrumpiendo.
-¿Interrumpir? No estamos haciendo nada, es nuestro descanso. –dijo George.
-Ey hermana, vamos a cantar.
-¿Cantar? ¿Estás loco o qué?
-A ver Mercy…¿No te acordás de aquella vez, en mi habitación?
-¿QUÉ?
-¿John de qué hablás? –la cara de Paul fue de espanto.
-¡Malpensados! –protestó–Mercy, una vez te metiste en mi habitación buscando algo que te robé o que me prestaste y no te devolví, o sea, lo mismo. Estábamos aburridos y nos pusimos a cantar frente al espejo hasta que mi tía interrumpió todo, como siempre.
-¡Sí, ya sé! ¡Too much monkey business!
-¡Exacto! George dale tu guitarra, que demuestre que aprendió algo con vos.
-No John, no, no sé cantar y de la guitarra ya me olvidé casi todo.
-A ver Mercy Wells. Esto es un estudio de Londres. Estás con la banda del momento. George Harrison te está dando su guitarra. John Lennon te dice que cantes. Y vos decís que no. Adivinen quién es tarada.
-Ay bueno, bueno, está bien. Pero que conste que avisé.
-Además siempre me molestaste con tu voz chillona diciéndome “Ay John quiero estar en tu banda” –me imitó.
George me colgó su guitarra y John me puso frente a un micrófono. Grace aplaudía emocionada desde un rincón. Vi que desde la cabina, miraban sin entender nada.
-Habiliten un micrófono para mi hermana, por favor. –dijo poniéndose serio–1, 2, 3…
No hace falta decir que lo que siguieron fueron dos minutos de un completo desastre que terminó con lágrimas de risa cayéndonos por la cara. Todos se divirtieron, inclusive los de la cabina.
-Ok John, todo grabado. –dijo uno de ellos.
-¡No! –grité–¿Grabado? Me muero muerta.
-Es que somos geniales.
-John, fue un desastre.
-Opino igual –dijo Paul.
-Son lo peor, y mi alumna a duras penas se acuerda que la guitarra tiene cuerdas.
Me giré y vi a Richard, reía desde la batería. Sentí alegría por verlo así.
-Bueno, tenemos que seguir un rato más, ¿nos esperás?
-Claro.
-Después vamos a cenar. –se acercó más a mí–No tengas miedo, no te odia, lo sé.
Junto a Grace estuve cerca de una hora, viendo cómo grababan, cortaban, y volvían a grabar, en un proceso más que tedioso.
-¡A comer! –gritó George y subió disparado por la escalera.
-Admiro la paciencia que le ponen. –les dije a Paul y John cuando pasaron junto a mí.
-Es un aburrimiento, ¿viste? Pero igual está bueno. Vamos antes que George se coma una puerta.
Caminaron delante de mí y sabía que detrás estaba él. Me sorprendí mucho cuando me tomó de un brazo, obligándome a girar y mirarlo. Me clavó sus ojos y temblé.
-¿A qué viniste, Mercy?
Sus palabras sonaron a acusación, bajé la mirada.
-Ya lo dije, pasaba por acá. ¿No puedo saludar a mis amigos?
No dijo más nada ni me atreví a levantar los ojos. Me soltó con suavidad y se fue caminando.



***********
¡Buenas tardes damas y caballeros! ¡Vengo a ofrecerles este capitulo a un módico precio! 
De la calidad, ni hablemos. La verdad es que hoy debían pasar cosas, muchas cosas, pero si ponía todo, el capitulo se hacía muy largo, más del doble de lo que es. Así que, atención, atención, ATENÇÃO al siguiente capitulo.
Me despido, no se quejen que esta vez subí rápido, aguante tener vacaciones.Y no le digan cosas a mi Ringo, che! Jajaja.
Adiós!


16 enero 2015

Capitulo 93 Mercy on my soul

La radio estaba a tal volumen que hacía temblar los vidrios de las ventanas.
-Qué armónica de mierda que tenés, Lennon, ya la tengo incrustada en los oídos. –le lancé una caja, que él atajó sin dificultad.
-Más cuidado, que estos son discos. –se quejó-Y dejá de criticar a mi armónica, que es la que me regalaste  hace ciento cincuenta mil años.
-La tocás horrible y la canción será número pero ya me tiene podrida.
-Wells, ¿qué es eso de hablar mal de la canción de mi novio?
-Hablo mal de la canción de mi hermano. Podría haberla hecho mejor.
-A mí me gusta.
-A mí no.
-Pero estás en mi casa y acá se escucha lo que yo quiero.
-Ya no es más tu casa, te estás mudando –le saqué la lengua y me pegó con un trapo que estaba usando para limpiar.-¡Ey!
-Cómo se nota que están embarazadas y con las hormonas alteradas, están quejosas y peleadoras. –John nos miraba con las manos en la cintura–¡Bendito tú eres entre todas las mujeres!
-Dale bendito, seguí trabajando para tus mujeres embarazadas.
Ya todo había sido guardado y sólo restaba esperar al camión de la mudanza. Se irían a vivir cerca, a una casita que no daba más de tierna y que Mimi, que no podía ocultar su alegría de ver a su sobrino sentando cabeza, se había esmerado en ayudar a decorar. Ahora se dedicarían a esperar a Jack y nada más.
-No puedo entender cómo yo tengo cajas y cajas de cosas y vos sólo dos bolsitas. –Cris miró a John, que por toda respuesta se encogió de hombros–En fin, hombres.
-Hablando de eso, Mercy, vos tenés que hacer algo.
-¿Y eso qué tenía que ver? No me jodas, Lennon.
-Sólo te aviso que en quince días entramos a grabar, si le vas a decir, que sea hoy, así tengo tiempo de conseguir otro baterista.
Al vuelo atajó otra caja que había quedado sin precintar y que le revoleé para que se callara.
-Lo haré cuando pueda y sobre todo, cuando quiera.
Llegó el camioncito  y John nos prohibió terminantemente que moviéramos un dedo para ayudar, así que con Cris no sentamos en el cordón de la vereda de enfrente para reírnos de cómo él se quejaba de que acarrear cosas le estropeaba sus manos de “habilidoso guitarrista”.
-Quiero fumar, me aburro.
-Fumás y te desarmo la cara de un cachetazo.
-Pff qué miedo. De todos modos no lo iba a hacer.
-¿Cómo venís con todo?
Me encogí de hombros, agarré una ramita que estaba tirada en el suelo y con ella tracé unos arabescos en la tierra que había en el asfalto de la calle.
-Pasó casi una semana, Mercy. ¿Hablaste con Cyril? ¿Te estás cuidando?
-Con Cyril hablo todos los días, bah, me llama él. Y me cuido, y no me siento muy mal. Ayer recién tuve náuseas y se me pasaron enseguida.
-Eso es bueno.
Nos quedamos en silencio, escuchando los gritos de John charlando con el dueño del camión, diciéndole lo caro que estaba todo y que en este país ya no se podía vivir.
-Mañana vuelvo a la librería, estoy harta de estar en casa comiéndome la cabeza. Le contaré a Jonathan y simularé que no pasa nada. Me siento horrible, yo no quería esto. Bueno, lo quería pero no así.
-Nadie puede elegir qué cosas pasarán y cómo, está en nosotros adaptarnos.
-Libro de autoayuda, ¿no?
-Más bien una revista vieja que encontré. –rió–Pero a ver, en cierto punto tiene razón. Ya le encontrarás la solución y en un tiempo te reirás de vos y pensarás que fuiste una tonta,
-Quiere decir que estás pensando que soy una tonta.
-No, tonta. –rió otra vez y se tocó la panza–¡Ay! ¡Ha dado una patada!
-¿Es la primera vez?
-No, pero no suele hacerlo. Tocá.
-Me da impresión…
-No seas ton…
-Tonta, sí. –puse la mano sobre su vientre–Mierrrda…¿A esto le llamás patada? ¡Parece un bombardeo dela selección de fútbol alemana! Jack, dejá a tu madre en paz, no la hagas sufrir desde ahora.
-¡Mirá, te hizo caso! Tenés autoridad de madrina, me lo criarás bien.
-No sé para qué, si será un pequeño demonio igual que sus padres. Cris, hablando en serio…me  muero de miedo. No lo acepto, no siento eso de espíritu maternal y todo eso que te venden cuando sos una nena. No me siento como vos, no siento nada.
-Sólo te diré algo: un día te mirarás al espejo y verás que está ahí.





Jonathan escupió el agua que estaba tomando, regando todos los discos que había sobre la mesa como si fueran plantas.
-¿QUÉ?
-¡Mojaste todo, animal!
-¡¿A quién le importa cinco o seis discos mojados cuando acaban de decirte que estás em…?!
-¡Jonathan!
-…embarazada. –susurró sin dejar su expresión de desconcierto. Resoplé y comencé  a secar los discos con la manga de mi camisa.
-¿Pero cómo fue?
-Cómo fue…-resoplé otra vez-¿Hace falta esa explicación? Tomá.
Le pasé un libro enorme y azul.
-“Educación sexual para sus hijos” –leyó–Ey, no sabía que vendíamos esto.
-Quedatelo, está claro que a mí ya no me sirve.-contuve la risa para seguir pareciendo seria. Me aclaré la garganta.–Jonathan, de esto, ni una palabra a nadie.
-Igual se enterarán…
-No por vos.
-Pero…se te notará.
-No-por-vos.
Suspiró y se rascó la cabeza.
-¿Qué vas a hacer?
-Esa es la pregunta que me quita el sueño. Esto está muy complicado y encima tendrá un trágico final.
-No seas pesimista. Tendrías que estar feliz. Debe ser lindo tener un hijo.
-Debería serlo, teóricamente. Pero a mí me está dando problemas.
No contestó y levanté la vista. Parecía triste mientras miraba hacia la calle.
-¿Estás bien?
-Con lo que decís, no. Pintás un panorama negrísimo, y además, a mí me gustaría tener un bebé pero es claro que no puedo y vos sí pero….Bueno, es comprensible, uno siempre espera cosas mejores.
-Pues…sí. Me hubiera gustado algo distinto y no este desastre en el que me metí solita, lo reconozco.
-¿Pero lo querés o no?
-¿A quién?
-Al bebé.
-No.
Me dolió muy dentro escucharme decir aquello, pero era justamente lo que sentía. No lo quería. Por más que la culpable de muchas cosas era yo, por ese tan mentado bebé que supuestamente tenía dentro, estaba entre la espada y la pared.
-No te conozco. –dijo Jonathan finalmente.
-¿Por qué? Es lo que estoy sintiendo.
-¿Y entonces para qué decidiste tenerlo?
-Porque…no sé. Es de Richard  y yo lo amo y…no sé. Bueno basta, andá a comprarme cianuro y terminemos con esto de una vez.
-Así no arreglás nada. Vos lo que tenés que hacer es ir y decirle. ¿Cómo? No sé. Pero le contás todo esto tal cual. Vamos, si estaba tan enamorado como parecía, no puede odiarte tan rápido.



Sólo sé que pasó otra semana. Otra semana de silencio, en la que Jonathan Cris, y John, me miraba con ojos acusadores y también preocupados. Yo hacía como que nos los veía y que mi vida era completamente normal, tratando de no pensar que estaba metida en un pozo de barro hasta la garganta salvo cuando tenía náuseas, o sea, siempre. Sin comer y sintiéndome mal tanto física como mentalmente, mi humanidad era digna de lástima.
Una tarde de domingo, aporreaba a Ernesto. Hacía rato que tenía abandonado a mi querido piano y al pobre lo tocaba para descargar tensiones, así que me odiaría con toda la fuerza de sus teclas. Terminaba de tocar una versión de Great Balls of Fire que a Jerry Lee Lewis hubiera mandado al hospital, cuando sonó el timbre. Pensé que sería Juliet, que había prometido invitarme a una “fiesta de tortas” con el propósito de engordarme. A ella aún tenía que contarle todo, pero decirlo me dejaba con menos energías de las que tenía.  Abrí y me encontré allí plantado a Cyril…con una torta.
-¿Qué hacés acá? –fue lo primero que le dije.
-Hermoso recibimiento. Vine a ver qué tal vas. ¿Te gusta el merengue?
-¿La crema o el baile?
-Ambos.
-Sí.
-Bueno, en este caso la torta tiene merengue. El baile te lo debo. ¿Puedo pasar?
-Claro.
Enseguida comencé a preparar todo paras tomar té, preguntándome porqué tenía a Cyril metido en mi casa. A qué había ido, era un misterio, pero no permitiría que empezara a lanzar indirectas ni que siguiera confundiéndose conmigo.
-Hace un lindo día, ¿por qué no paseamos? Así hablamos.
-Podemos hablar acá también.
-Mercy tenés que salir, despejarte…Mirá el sol que hay y vos encerrada acá.
-Cyril, cortemos acá. ¿A qué viniste?
-Ya te dije, a ver qué tal vas.
-Me llamás todos los días, sabés perfectamente cómo estoy.
-Lo sé, pero…
-Cyril, pará de confundirte conmigo, por favor. Siento decirte esto, pero no quiero agregar otra preocupación más a las que ya tengo. No insistas, no te ilusiones, no pienses cosas que no son.
-Tranquila, no lo hice por eso. Tenía el día libre, no sabía dónde pasarlo, recordé Liverpool, y vine. No lo hice con otra intención, ya he paseado por la ciudad todo el día, no creas que vine exclusivamente a verte. ¿Salimos?
De mala gana asentí y salí con él sin rumbo definido. Mientras andábamos observó que no estaba peinada, que estaba algo iracunda para caminar, que mis ojos estaban apagados, mis manos huesudas, y mis dientes amarillos.
-¡Ay es insoportable pasear con un doctor! ¿No podés estar un minuto sin hacer diagnósticos?
-El tipo de allá tiene artritis.
-Basta Cyril, o parás, o grito que sos un secuestrador.
-Está bien. –rió y me ofreció su brazo para que me apoyara–¿Estás siguiendo las indicaciones?
-Sí, nada de medicación, dormirme temprano, esfuerzos mínimos, comida sana, quedarme tranquila….Todo. Pero igual tengo asco y náuseas por todo, estoy harta.
-¿Te duele el pecho?
-Sí, siempre, y eso me preocupa.
-Más estudios entonces…
-Ay no. No, no, no.
-¿Qué pasa?
Me miró desconcertado y luego desvió sus ojos hacia donde yo miraba, sintiendo que me desmayaba. Entre la gente que esa tarde aprovechaba para caminar junto al mar, vi a Richard charlando con George y otro amigo. Al instante que lo reconocí, él también me vio.
-Vámonos. –tironeé del brazo de Cyril.
-No, hablale, es tu oportunidad.
-¡Estoy cansada de que me digan que le hable, de lo que tengo que hacer! Vamos, no me siento bien.
Me siguió con paso rápido.
-Yo sabía que hoy no tenía que salir, ¿para qué me obligaste, carajo? Y encima me vio con vos…–seguí caminando lo más rápido que pude para alejarme de ese lugar, pero debí detenerme debido a la agitación.
-Mercy, tranquila.
-No me toques, no puedo quedarme tranquila. Me quiero ir, mudarme, irme  a otra parte, no sé, no aguanto más nada.
Levanté la mirada y vi que pasaban junto a mí. En el alma me dolió cómo Richard miraba hacia otro lado, como si yo no existiera, y la mirada de George sin entender mucho pero pidiendo disculpas. Lo saludé con un movimiento de cabeza, dándole a entender que no tenía de qué preocuparse.
-Me odia. –susurré, más para mí misma que para Cyril.
-No es verdad.
-¿Qué sabés? Lo conozco bien. Me odia más que cuando lo eché del hospital. Aquella vez por lo menos le di mis razones, ahora simplemente lo dejé. Merezco que me haga esto, está en su derecho. Qué manera de arruinar todo…
Eché a andar, olvidándome completamente de Cyril, que me seguía como podía. Al llegar a casa encontré a George esperando sentado en la puerta.
-Mercy, yo no sé bien que pasó pero…
-Tranquilo Georgie, lo que menos querría es que termines poniéndote mal por esto.
Le dio la mano a Cyril, que se la estrechó. Los hice pasar.
-El sábado actuamos en The Cavern, ya sabés, antes de irnos a Londres. ¿Vas a venir?
-Lo dudo.
-Odio a la gente que se pone de novia y desaparece, y odio más a la gente que se pelea con el novio y también desaparece. Hola Mercy Wells, te estás ganando mi odio.
Le revolví el pelo como un agradecimiento tácito por haberme hecho soltar una carcajada cuando menos ganas tenía de siquiera abrir la boca.
-Sé que ganarse el odio de George Harrison es lo peor que le puede pasar a alguien, así que iré.
-Eso es lo que quería oír. Ah, usted también puede venir, eh.
-No, gracias. –Cyril sonrió con la amabilidad que lo caracterizaba, negando con la cabeza–No creo que sea conveniente que vaya y además, ya estoy por volverme. Mi tren sale en media hora.
-Pero no tomamos el té…–dije sorprendida.
-Para la próxima. –me saludó con un beso en la mejilla, estrechó nuevamente la mano de George–Mañana te llamo, recordá que el lunes tenés cita con el…con el otro doctor.
Le agradecí con la mirada que no dijera la palabra “obstetra” delante de George, y se fue.
-¿Es tu nuevo novio?
-Mirá lo que decís. Es mi médico y punto.
-Vi cómo te mira.
-¿Cómo me mira?
-Con ganas. Vamos, que si fuera por él ya te hubiera agarrado y te hubiera sac…
-¡George! Se ve que no te hace muy bien juntarte con Lennon.
-¿Para qué vino? ¿Para una consulta a domicilio? Sí, claro…
-Aunque no me creas, sí. Y dejá de pensar eso, no pasa nada con él, sólo es un buen hombre.
-Un buen hombre que te tiene ganas.
-George…
-Bueno, entonces…¿estás enferma?
-Algo así.
-Pero si no pasa nada entre ustedes, y vino desde Londres a verte, y decís que estás enferma…¿estás grave? –de lejos se le notaba que estaba muerto de miedo por preguntar eso pero que no se había aguantado. Atrás había quedado su caradurez para averiguar sobre Cyril.
-Georgie…no pasa nada. De vez en cuando viene, ya sabés, él me atendió cuando estuve internada y bueno, pasa para ver cómo ando.–mentí, y pareció creerse todo.
-Ah, bueno…Y otra cosa…No es por meterme pero las cosas con Ringo están muy podridas, ¿no? Ustedes son gente complicada.
Sonreí y asentí. Tenía razón, éramos gente complicada.
-Tengo cosas que hacer, te veo el sábado, pequeño chusmo. Y decile a Juliet que quiero ir a esas fiestas de tortas que organiza.




Ese sábado fue la última vez que pisaron The Cavern. Algunos lo sabían, otros lo intuían, el resto lo ignoraba. De más está decir que fue un descontrol, eran demasiado conocidos y en el rostro de la mayoría de los presentes se notaba que eran capaces de matar con tal de verlos.
-Esta gente está loca. –dije, horrorizada, en el oído de Juliet, tratando de hacerme escuchar.
-Me encanta, la fama está genial.
-Es verdad, pese a que estén locos, está bueno que te sigan tanto, es divertido. –intervino Cris.
Por ser conocidas teníamos lugar prioritario para entrar y para ponernos frente al escenario, aunque esto traía consecuencias, como las que estaba sufriendo por parte de varias insoportables que lo único que hacían era empujar y pisarme los pies.
-¡Pero pará, la puta que te parió! –le grité a una, ya sabiendo que diciendo eso me estaba metiendo en una buena.
-¡Quiero ver a George! –me gritó, y vi que tenía los dientes torcidos.
-Ay quiero ve r a George –reí burlándome–Lamento decirte que George no te va a ver. Yo soy…soy…¡la hermana! Y nunca dejaría que una mocosa como vos se le acerque.
-¡Y además tiene novia! –Juliet ya no pudo aguantarse. La chica la miró, sospechando que la novia era ella.
-¿Y a mi qué me importa que tenga novia?
-¿Saben que Ringo ya no tiene novia? –dijo otra, una colorada llena  de pecas, que parecía amiga de la de los dientes.
-A vos tampoco te van a mirar, fea.
-¡George va a ser mío! –volvió a gritar la “dientes”.
-Ah no, yo a esta la envuelvo. –Juliet ya estaba furiosa y se le notaba en la cara.
-Y dale, pegale, si son dos pendej…-no pude terminar porque Cris ya me había agarrado de un hombro.
-¿Vos querés pasar otra noche en la comisaría? Dejate de joder,Wells, ¿qué querés? ¿Que te maten a palos?
-¿A mí? Perdón pero, ¿me estás hablando a mí? ¿Todavía no te enteraste de cómo pegan estas manos?
-Por suerte no tuve el gusto de enterarme. Estás embarazada, cuidate un poco.
-Vos tampoco tendrías que estar acá.
-Pero yo no me peleo con nadie.
-La rubia de allá dijo que se quiere casar con John.
-¿Quién? ¿Quién? Decime que la mato.
Largué una carcajada al ver su cara de asesina en potencia.
-Wells, la que nos espera…imaginate a estas multiplicadas por miles. Viviré con una ametralladora colgada al hombro. Ay, voy a sacar a Juliet de ahí, la van a matar.
Pero apareció el presentador y la rencilla de Juliet con ya cuatro chicas más, quedó olvidada porque había cosas más importantes para hacer: para mí,verlos y escucharlos, para todas esas, gritar hasta hacer explotar los tímpanos de alguien.
Y ellos lo volvieron a hacer. Hacía bastante que no los veía, así que los noté muchísimo mejores y además, conservaban intacta esa naturalidad con la que tocaban y hacían magia. Más allá de que eran mis amigos y de todas las historias entretejidas, podía ser lo suficientemente objetiva para afirmar que eran geniales. Se tenían bien merecidos esos gritos y ese disco que no paraban de pedir en la librería, y ese futuro que mal que me pesara, Londres les tenía preparado. Porque Liverpool ya les quedaba demasiado pequeño y era sabido que pronto el país también. Y porqué no, el mundo.
En todo eso pensé en los primeros minutos y después, por más que me había esforzado, ya no pude más que fijarme en él. Se le notaba, sonreía por obligación y no despegaba sus ojos de mí, que los sentía como balas. Deseé poder leer su mente, saber qué estaría pensando de mí, en qué cosas acertaba y en qué otras se equivocaba. Como si de ciencia ficción se tratara, intenté conectar con él, pedirle perdón y explicarle que era parte del infierno que yo misma me había creado y que era el único que podía sacarme de ahí. Lo extrañaba tanto que ya era un dolor físico y tenerlo tan cerca no hacía más que producirme un ataque de ansiedad por tocarlo, abrazarlo, acariciarlo y decirle que lo necesitaba. Lo peor era que eso ya no volvería a producirse, así como tenía las semanas contadas, no contaba con su perdón.
Rompimos ese contacto visual que tanto dolía cuando todo terminó, tan rápido. Volví a la realidad cuando Shotton se cruzó delante de mí para saludarme y decirme que hacía mucho que no me veía y para arrastrarme hacia la trastienda, donde sus manos crueles me empujaron a los chicos.
-Fue genial. –dije tímidamente, algo que jamás me había ocurrido delante de ellos.
-Ya lo sé hermanita, ¿podrías llamar a mi novia? –John me guiñó un ojo y huí gracias a la oportunidad que me había dado.
Sin despedirme de nadie salí a la calle y recibí el aire frío de la calle con alivio. Ni bien llegué a casa, caminando lo más rápido que pude, cerré la puerta y sentí esa tristeza gris que tantas veces había sentido cada vez que escapaba y cerraba esa puerta. ¿Sería posible que siempre terminara en el mismo sitio, como si fuera un círculo vicioso?
Sin darme cuenta, mi mano se apoyó en mi vientre. Sentí miedo, aquello era de lo único que no podía escapar.  Me paré frente al espejo de la sala y levanté mi suéter, dispuesta a enfrentar a ese y todos mis miedos, que me habían paralizado toda la vida. Se me cayó una lágrima y sonreí, cuando creía que por lo menos en esa noche, no podría hacerlo.
Sabía que estaba ahí. Por primera vez, tenía la certeza de que no estaba sola.




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¡¡¡Hola hola hola!!! ¿Cómo están? Hoy les dejo el primer capitulo del año y desde ya les informo que falta muy poco para que el fic termine. Probablemente lleguemos al capitulo 100, o 101, más no. Y seguro que me van a querer matar, pero ya les he dicho que el fic tendría que haber terminado en el 80, así que miren, 20 capis más van a tener. Por mí, lo seguiría por siempre pero no es mi intención agobiar a la gente con algo tan largo, que además va a cumplir tres años.
Así que informadas quedan (Uff...lo dije, no saben lo que me costó escribir todo esto).
Bueno, ahora las dejo, espero que hayan comenzado muy bien este año.
Saludos!