26 marzo 2015

Capitulo 96 Beatles for babies

-¿¿¿Por qué no llamaste al hospital en vez de buscarme a mí???
John ni siquiera levantó la vista, pisó el tercer cigarrillo y de inmediato encendió el cuarto.
-Mercy, calmate, tampoco veo que sea un error tan grande lo que hizo.
Miré a Richard, afiné la vista, bufé.
-Hombres. Ustedes no entienden nada.
-Pero a ver, John fue a buscarte, fuimos a su casa, Cris no estaba taaaan mal, llamamos a la ambulancia, vino, se la llevo y acá estamos. No veo qué está mal en todo eso.
-Que tendría que haber llamado enseguida, es obvio que yo no podía ayudar en nada porque no sé. Y la chica estaba descompuesta y éste engendro la dejó sola, ¿en qué cabeza cabe?
-Starkey callá a tu novia antes de que la tire por el hueco del ascensor. Me asusté, no sabía qué hacer, no tenía planeado nada, no pensé que iba  a pasar tan pronto. Me acordé de vos y fui.
-¡Pero perdiste tiempo! ¡La hiciste sufrir!
-Si ya te dijo que no estaba tan mal, joder. Ahora debe estar peor y nadie puede hacer nada. Ni siquiera me dejan entrar, la puta que lo parió a este hospital de mierda.
-A ver, ¿pueden calmarse los dos?
-¡No! –gritamos al unísono. Richard sólo se agarró la frente, negando.
-No consiguen nada alterándose así, más vale piensen qué se puede hacer. John, por más que insistas no te van a dejar entrar, salvo que te disfraces de enfermera.
-¡Qué buena idea!
-Ay, para qué hablé…
-Rich tiene razón, no podrás. Pero yo sí.
-¡Pero yo soy el padre!
-Y yo soy mujer y tengo más probabilidades de poder entrar. Cris necesita apoyo y…mierda.
-¿Qué? ¿Qué te pasa?
-Nada…que en unos meses yo estaré igual.
-Para ese entonces elaboraré una estrategia para poder estar con vos.
-Sí, claro…–bufó John–¡Ay me voy a volver loco!
A la vista estaba que la frase “Quien espera, desespera” era cierta. Llevábamos casi hora y media ahí peleando y alterándonos cada vez más y considerábamos que eso era mucho tiempo y que teníamos que actuar.
De la sala de partos salieron dos enfermeras charlando como si nada.
-Oigan, oigan –les cerré el paso–Mi amiga está ahí.
-Qué bien, pero nuestro turno terminó, nos vamos.
-¿Puedo pasar? Por favor.
Me miraron como si fuera una estúpida y de inmediato reconocí a una de ellas, a la que, hablando de partos, había hecho parir de tanto pelearla y quejarme cuando estuve internada en ese mismo hospital.
-Mercy Wells. –dijo con una media sonrisa, y tragué saliva–Veo que estás bien.
-Ehh sí, ¿puedo pasar?
-No.
-Pero…
-Que no.
-Bueno, a ver, ¿de cuánto hablamos?
Se miraron entre ellas, sonrieron.
-¿No estás ofreciendo dinero?
-Sí. ¿Cuánto?
-Trescientos cada una.
-No tengo ese dinero acá. –miré a John, negó–¡Hacelo por tu hijo!
-¡Es que no tengo nada, dejé todo en casa!
-Y yo tampoco. –Richard contaba penosamente unas monedas. La enfermera sonrió con malicia.
-Entonces no pasás.
-¡Pero…!
-Un momento, ¿sos Ringo?
Vi que se acercaba, Richard tragó saliva.
-Ehh…sí. Y él es John. Y yo soy el novio de ella.
-Ah, él no me interesa. Vaya, vaya, señorita Wells, veo que te repusiste del todo, ¿eh? Perfecto, te dejo pasar si tu novio me da un beso.
Pestañeamos. John soltó una carcajada e imagino que por un instante olvidó la situación que estaba viviendo.
-Dale Wells, sacrificate. –lo oí decir, medio ahogado por la falta de aire.
-No, no pienso dejar que esta perra que me daba somníferos toque a mi futuro marido. Porque me voy a casar, querida. Si estás necesitada, pagate un tipo.
-Te daba somníferos porque cantabas a las tres de la madrugada, y cantabas mal.
-De eso doy fe. –otra vez oí a John.
-Buscaré otra solución, y además te voy a denunciar al director, porque no es legal una enfermera que pide sobornos sexuales.
-Tanto no pedí, pero si él gusta…
-¡Callate!
John seguía riéndose y la otra enfermera también. Richard trataba por todos los medios de parecer serio y preocupado pero de lejos se le notaba que quería matarse a carcajadas.
-Ay, vámonos ya.–la otra enfermera la empujó y subieron al ascensor.
-Pero qué mina tarada. ¿Y ahora qué hacemos?
-Esperar. –respondió John–La única oportunidad la desperdiciaste.
-Igual yo estaba dispuesto…
-¡Richard!
Otra vez John rió y empezó a caminar más impaciente que antes.
-Necesito otro cigarrillo, ya no tengo más.
-John, ¿por qué no vamos abajo y tomás un poco de aire?
-Enano inepto, ¿cómo me voy a ir?
-Bueno, era una propuesta…
-Tengo miedo. Para mí está saliendo todo mal, no puede tardar tanto.
-John, los bebés tardan, no aprietan un botón y se abre la puerta como en un ascensor y ¡plin! nacen. Tardan. Por desgracia. –me agarré la panza, sufriendo de antemano.
-¿Ah, sí?
-Sí, Rich…-respondí cansada–Ustedes los hombres no entienden nada.
-Es la segunda vez que decís eso y no voy a permitir una terc….-John no terminó de hablar porque la puerta de abrió y apareció una enfermera, mayor. 
-¿Familiares?
-¡Yo! ¡Yo soy el padre!
-Todo salió muy bien. Lo felicito, es un varoncito.
Con Rich no supimos si saltar de alegría o desternillarnos de la risa al ver la cara de John, así que más o menos hicimos las dos cosas.
-¿Pero todo salió bien? –dijo medio saliendo del trance en el que había quedado.
-Sí, todo bien. –repitió la mujer, seguramente acostumbrada a que se le quedaran viendo con cara de papa frita–En media hora o cuarenta minutos podrá verlos.
-Cla…claro…-respondió todavía ido–Oiga, dígale que la amo.
La mujer sonrió y se metió adentro. Abrazamos a John aunque todavía temblaba y reaccionó cuando le di un mamporro por la cabeza.
-¡Epa, eso dolió!
-Felicidades, padre.
-¿Qué se siente?
-Raro. –rió–Creo que me siento raro porque me siento feliz. ¡Tengo un hijo, un Jack!
-Estoy segura que serás bueno. –le guiñé un ojo.
-¿Vos creés? –me miró preocupado.
-Sí, ya te lo dije una vez, confío y creo en vos. Otra vez felicidades, papá Lennon.







Cuando avisaron que todo estaba listo, dejamos solo a John y bajamos a la cafetería del hospital. Supusimos que en un momento así querían intimidad pese a que nos moríamos de ganas de conocer a Jack. Ya habría tiempo para eso y queríamos dejarles un rato libre hasta que apareciera Mimi y la larga fila de parientes que se presentan en semejantes acontecimientos.
Nos sentamos en una mesita apartada para que nadie lo reconociera. Me costaba acostumbrarme a la idea de que estuvieran prácticamente escondiéndose, pero era el precio que debían pagar por el éxito que estaban teniendo, éxito demostrado hasta en un lugar tan simple como la cafetería del hospital, en la que sonaba “Love me do”.
Por un rato no dijimos nada, estábamos alucinados por lo que acababa de ocurrir. En pocos meses estaríamos en las mismas pero podía haber otro final no tan grato, así que sentíamos alegría mezclada con ansiedad y una buena dosis de preocupación.
Estiró una mano para tomar la mía y sonrió.
-¿Café?
-No, té.
-Es verdad, nada de cafeína. Si yo tomo, ¿te molesta?
-No, no extraño el café, adelante.
Miró hacia donde estaba la camarera pero ella no lo vio, se encontraba entretenida charlando en la barra con otra chica. Bufó y se quedó en silencio.
-Mercy…hay algo que tenemos que hablar.
-Lo mismo digo.
-Me dijiste que lo besaste.
-Me dijiste que te vas a Londres. Estamos a mano.
-No ataques…
-No te ataco. –levanté las manos para mostrarme inocente. De repente todo fue tensión e incomodidad.
-Empiezo yo. –suspiró–Lo de Londres me parece lo mejor. Todo está ahí, al alcance dela mano. Los estudios, la televisión, las radios….No puedo vivir acá y viajar continuamente, es un incordio. Mudémonos, estarás cerca de tu madre, así te ayuda.
-No quiero. No me gusta. Londres tiene mis peores recuerdos.
-Mercy, superalo, la ciudad no tiene la culpa. Y tus peores recuerdos están acá.
-No, acá me convertí en la persona que soy. Rich, acá me gusta, está mi casa, mi negocio, ¿qué hago con mi negocio?
-Podés mudarlo allá, te irá mejor y todo. Acá puede quedarse Jonathan, ya sabés que es buen chico.
-Justamente por eso, está él, están mis amigos.
-Todos acabarán yéndose. Mirá a George y Juliet, ya lo tienen planeado, y John no falta mucho para que lo haga. Y siempre podés venir y quedarte el tiempo que quieras, incluso yo lo haré, también está mi madre y mis amigos. Sería como vivir en dos lugares, ¿no te gusta la idea?
-No. A ver…Tengo que pensarlo, aclararme en muchas cosas.
-No lo haremos ya mismo, pensá todo lo que necesites, pero sino hacemos así no podré pasar mucho tiempo con vos, y eso es lo que más quiero.
Asentí en silencio, sus razones eran válidas y las mías meros caprichos. Pero aún así, me costaba. Me costaba todo: que fueran famosos, que debían mudarse, que las enfermeras los amaran….No era exactamente la vida que había planeado, pero eso no significaba que no pudiera ser feliz, tendría que adaptarme.
-Bien, supongo que ahora me toca a mí. –dije al fin. Él sólo asintió, pensativo.
-¿Ringo?
Levantamos la vista, la camarera sonreía encantada.
-¿Sos Ringo?
-Sí. –contestó avergonzado.
-¡Ay, qué alegría! Pero…¿alguno de tus amigos está enfermo?
-No, más bien todo lo contrario.
-¡Qué bueno! Por favor, ¿me firmás? –le dio la libreta en la que anotaba los pedidos–Soy Marga.
Le firmó la libreta y ella agradeció alrededor de veinte veces ante de irse y volver porque había olvidado preguntarnos qué queríamos tomar. Se disculpó veinte veces más y se fue.
-Idiota. –murmuré cuando se alejó y dejó de hacer barullo. Richard soltó una risita.
Tomé aire y me dispuse a hablar.
-Bien, lo que te dije ocurrió. No quiero tener secretos con vos por eso te lo dije aunque lastime un poco. Así que es eso, me besó, y nada más.
-¿Por qué?
-Yo estaba mal. Acababa de enterarme que estaba embarazada, sabía lo que podía pasar. Lo hizo y dejé que lo hiciera, no sé porqué, supongo que porque no tenía a nadie y también un poco por lástima. Después…después se le ocurrió pedirme casamiento pero lo rechacé. Eso es todo.
No dijo nada, sólo apoyó la barbilla en la palma de su mano y se quedó con la mirada fija en la pared descascarada.
-Si yo no te perdonaba, ¿te hubieras casado con él?
-No lo sé. Tal vez sí. La desesperación no es buena consejera.
-¿Te gusta o algo?
-No, no. Me cae bien, es buena persona. Me gustás vos, te quiero a vos. –tomé su mano–Rich, eso pasó, fue una estupidez de un momento, nada más.
-Lo sé, jamás podría dudar de lo que sentís. Sólo que….no me gusta que Cyril siga tan cerca tuyo. Yo también sé que es una buena persona y no soy nadie para prohibirte que lo veas pero….Dejá, son puros celos, pero debo decirte que a él lo veo como un mal necesario.
-Te entiendo. Pero tengo fe que se le pasará, conseguirá una chica y ya no se acordará de mí.
-No lo creo Mercy, sos inolvidable para cualquiera.
Le sonreí negando con la cabeza. Entendía sus sentimientos porque yo también sentía lo mismo. Aunque sabía que era una tontería: algo mucho más importante nos unía y pese a las diferencias que podíamos tener, con una mirada nos alcanzaba para saber que eso era extremadamente fuerte. Fue en ese momento que lo sentí. Extraño, suave, leve y no muy reconocible, pero lo sentí. Supe que aquella cosita tan pequeña que llevaba dentro de mí, había dado una patadita. Mi hijo, nuestro hijo, también quería ser parte de eso, que no era más que amor.
-Vamos afuera. –dije sin poder ocultar mi alegría–Quiero mostrarte algo.  








Jack era el bebé más vivaracho que había visto en mi vida, aunque tampoco había visto muchos bebés. Tenía unos ojos marrones pero también medios verdes enormes y en vez de llorar y gritar como todo recién nacido, observaba todo con atención y sin asustarse.
-Pero qué chico listo, creo que hasta sabe contar. –dije sin dejar de  mirarlo en su cuna–Ey, Jack, ¿cuántos dedos hay? ¿Lo ven? Dijo cinco.
-Saquen a esta borracha de acá. –pidió John.
-Mercy tiene razón, mi hijo ya es un prodigio y no podía ser de otra manera si yo lo parí. ¿Alguien me lo alcanza?
Nos miramos con miedo pero John puso toda su delicadeza para levantarlo y acercárselo. Jamás, ni en un momento de locura y alucinación, hubiera podido imaginar a John con un bebé en brazos y mucho menos, un bebé que se le parecía muchísimo.
-Jack Lennon. –dijo Richard–La verdad, le queda muy bien.
-Por supuesto, arbusto. Ey Jack, ¿querés ir con tu madrina? Sí, lo sé, no es muy linda pero no pudimos conseguir algo mejor.
-Vení Mercy, acercate. Tenés que agarrarlo así. –presa del pánico, hice lo que Cris me decía–¡Se ven lindos!
-¿Te…te parece?
-¡Claro!  Dejá de tener miedo, no te va a morder.
Rieron todos menos yo, que trataba de que el bebé no se moviera para que no se me cayera. Maldición, tendría que practicar mucho.
Se abrió la puerta y vimos a George con Juliet.
-¡Hola familia! Uy, momento para una foto –vi el fogonazo de su cámara–Jack aprendiendo cosas malas de su madrina.
-Trajimos esto. –Juliet mostró un osito de peluche color celeste –Y flores para la mamá, ¡felicitaciones!
-Al fin hacés algo bien Lennon, tu hijo es hermoso. –John ni siquiera se molestó en contestarle a George, se limitaba a sonreír con orgullo.
El bebé comenzó a lloriquear, probablemente ya harto de verme la cara, así que se lo di a Cris e inmediatamente se calmó. Me encantó ver  esa conexión, ya que hasta comenzó a adormilarse.
Escuchamos ruido de bolsas y vimos a Mimi tratando de abrir la puerta con un pie. Venía cargada con cosas.
-Hola Mimi. –saludó John.
-Hola estropajo, ¿dónde está mi sobrinito?
-Llamalo nieto. –John sonrió y Mimi aún más.
-Traje esto, son unos muñequitos para colgar en la cuna y ropita. Y chocolates para la madre.
-Mimi, la amo. –Cris enseguida abrió la caja con la mano que le quedaba libre–¡Qué cantidad! ¿Quiere tener al bebé? –se lo alcanzó aunque Mimi se mostraba reticente.
-Dios me libre y guarde, es igual a él cuando era un recién nacido. Educalo mejor, te lo suplico.
Todos reímos y vimos como la Mimi recta, que a todos más de una vez había metido miedo, se desvanecía en una mujer que sólo tenía palabras cariñosas para un bebé.
-Basta George con esas fotos. –se quejó, rompiendo el hechizo, pero todos volvimos a reír. George no le hizo ni caso y siguió.
Comencé a sentirme cansada, algo que me estaba sucediendo a menudo, como un bajón de energía.
-¿Querés ir a tu casa? –Richard me rodeó con un brazo.
-Sí, creo que necesito acostarme. Después vuelvo. –dije mirando a Cris.
-Descansá todo lo que quieras, a la vista está que yo no me iré. –rió y se agarró el vientre–Ay, me duele todo.
-Creo que hay más de una que necesita descanso. –Mimi se puso de pie–Afuera todo el mundo, la chica debe dormir. Y no te comas todos los chocolates.
-No lo haré. –respondió Cris con la boca llena.
Bajamos junto con Mimi en el ascensor, y no me sacó la mirada de encima hasta que llegamos a la planta baja. Recién cuando estuvimos en la salida del hospital, decidió hablar.
-Vos también estás embarazada, ¿no?
-¿C…cómo lo…?
-A una vieja pretendés engañar…-me guiñó un ojo, se colgó su bolso y cruzó la calle con toda su dignidad.









-¿Has visto lo que es ese chico? ¡Será enorme cuando crezca!
Jonathan no paraba de hablar de Jack después de ir a conocerlo al hospital. Creo que era la primera vez que veía un bebé, de otro modo no se explicaba lo novedoso que le parecía todo.
-Le regalé un pato de felpa que cuando le apretás la panza dice “cuack”. ¿No es genial?
-¡Yo quiero uno así! ¿Me regalás?
-Cuando tengas el tuyo.
-Pero lo quiero para mí, no para el bebé.
-Maldita madre egoísta.
-Mercy, ¿no querés comer algo? Supuestamente viniste a descansar.
Jonathan se puso de pie, asustado cuando escuchó a Richard.
-¡No sabía eso, me hubieras dicho! Y yo acá molestando, después vuelvo.
-No lo dije para que te vayas –se explicó–Sólo lo dije porque esta chica que ves dice que está cansada pero no se recuesta y peor, no come nada.
-En el sofá estoy bien, y no tengo hambre…
-Vos no tendrás, pero tu hijo sí. Dale Richard, tiene que comer.
-Encima Dios me mandó dos hombres…
-Tendrías que estar agradecida. Tenés que comer –Jonathan  me agarró las piernas y las puso sobre un banquito, mientras me moría de risa. Cuando vio que Richard estaba en la cocina, se sentó a mi lado.
-¿Y? ¿Para cuándo el vestido? –susurró.
-Estuve pensándolo y…Será mejor que no me haga ningún vestido, ya se me nota…
-¿Qué? ¿Te da vergüenza?
-Algo así.
-Mercy Wells, no seas tonta. Toda mujer que se casa debe tener su vestido, así esté rodeada de quince hijos. Y yo ya me ofrecí a ayudarte, aunque no conozco a nadie por acá que lo haga, pero vamos, no me quites la ilusión.
-Ufff…está bien. Mi madre me pasó la dirección de un modisto o algo de eso en Londres, podría ir esta semana. De paso me hago los controles, ya es casi la fecha.
-¿Adónde piensan ir ustedes? –Richard entró con una bandeja repleta de galletitas y tostadas con mermelada.
-A Londres, el miércoles, ¿puede ser? –miré a Jonathan.
-Por mí no hay problema, vamos.
-Pero yo te puedo acompañar…
-Ah no señor Starkey, vamos por asuntos que el novio no debe saber.
-Ya se dio cuenta, siempre hablás de más. –le di un golpecito en el hombro.
Rich se mordió los labios sonriendo y dejó la bandeja a mi lado.
-Yo también necesitaré ayuda en esos asuntos.
-Si querés te organizo hasta la despedida de soltero.
-¡Jonathan! Si me entero los mato a los dos.
Soltaron unas carcajadas, riéndose de mi,  por supuesto.
-Está bien Jonathan, serás el wedding planner o como se llame la bobada esa.
-¡Sí!
-Pero nada de despedidas.
-Lo prometo.
-Ringo Starr, ¿de qué te reís tanto?
-De nada. –se excusó–Yo cuidaré que a Jonathan no se le ocurra ninguna idea fuera de lugar.







Eran cerca de las siete de la tarde cuando volví al hospital. Entré a la habitación y Cris miraba con asco el caldo que le habían traído y Paul trataba de convencerla de que aquella agua sucia estaba llena de nutrientes.
-Todo lo que te diga es mentira. –dije después que entré y escuché las explicaciones de Paul.
-Llegó la peste bubónica. –saludó él–¿No viste a John? Salió a comprar dulces.
-No, no vi a nadie. ¿Qué tal?
-Mal, saquen esto de acá. –con desprecio arrojó la cuchara en el plato–¡No estoy enferma! Quiero comida.
-Puaj, la verdad que es un asco. –dijo Paul, probando un sorbo–No tiene ni sal, una tristeza esto. Bien, tengo que irme, el deber me llama.
-Superpaulman –se rió Cris.
-Jack está dormido, no podré despedirme de él. Es muy dulce, ¿no?
-Sí –me acerqué–me encantan sus manitos, son pequeñitas pero se ven fuertes.
-Podrá ser boxeador. Bueno chicas, nos vemos mañana.
Saludamos a Paul y cuando se fue aproveché para entregarle a Cris mi regalo.
-¿Y esto qué es? –dijo sorprendida al ver la enorme caja.
-Abrilo.
Dudando, rompió el papel y me miró desconcertada.
-¿Un tren?
-Pero qué tren. ¡Funciona a pilas!
-Pero…¡no puede jugar con esto!
-Algún día crecerá, ¿no? Pues bien, tendrá un tren con sus vías, estaciones, arbolitos, pasajeritos, lucecitas, bocinita, ¡hasta hecha humo!
-Ajá. ¿Y si era niña?
-¿Acaso las mujeres no podemos jugar con un tren? ¿Te criaron en la Edad Media o qué?
-¡Ahí está! ¡Te agarré! ¡Lo compraste más para vos que para Jack! –empezó a reírse y me tiró un almohadón.
-Bueno…ay sí, es verdad. Pero soy su madrina y jugaré con él…Es que me encantó cuando lo vi, y aún no sabía de la existencia de mi…bueno, de mi bebé. Sólo pensaba en mi ahijadito.
-Encima está genial, ¡gracias! Vení. –me acerqué y me dio un abrazo.–Gracias por todo Mercy, mirá qué feliz estoy ahora, y cuando me enteré…bueno, ya sabés cómo estaba. Me ayudaste mucho.
-Cualquiera lo habría hecho, eras una madre desesperada y que se la pasaba vomitando.
-Basta, no me hagas recordarlo. Si hubiera sabido que todo sería tan lindo y que me sentiría tan bien, no habría hecho tal escándalo. ¿Y vos cómo estás?
-Bien, supongo.
John entró sigiloso, con una bolsa llena de chupetines y caramelos.
-Uy, está la fea acá. Amor, traje tus preferidos.
-¡Ay dame, dame!
-Ey, ey, ey, ¿y esa caja?
-Es un tren. Y es para Jack, no lo toques.
-¡Mirá qué lindo! –de inmediato comenzó a sacar todas las piezas y pese a mis protestas, desparramó todo en el suelo para armarlo. Cris, mientras tanto, reía aunque trataba de regañarlo.
-Vos ganás Lennon. Las pilas van acá. –señalé una cajita roja–Y con estos botones se maneja.
Cuando estuvo a punto, el tren comenzó a andar y a hacer ruiditos y echar humo y demás maravillas.
-¡Es genial!
-Dios, tienen la edad mental de un chico de siete años…
-Lo sé amor, y vos también lo sabías.-sonrió antes de darle un beso–Este creo que será el juguete preferido de nuestro Jack, ¿no creés?
-Será el juguete preferido de todos. Esperen a que pueda salir de esta cama y verán cómo hago andar eso.
-Chicos ya me voy, la verdad es que ya me cansé otra vez.
-¿Te sentís bien?
-Sí John, estoy bien, sólo que me canso. Mañana volveré, descansen todos. Adiós pequeñito. –le di un beso a Jack en  la frente y los dejé a todos, siendo la familia más feliz que había visto en mi vida.


Ni bien llegué me recosté en mi cama, me sentía agotada y débil, mis piernas me dolían y me faltaba el aire. Últimamente podía sentir cómo mi cuerpo cambiaba constantemente y cómo le estaba costando aquel cambio. Si bien trataba de fingir que me encontraba perfecta, la verdad no era esa y dolores sentía casi continuamente. Cerré los ojos, y respiré profundamente, la cabeza me daba vueltas. No podía dejar de pensar en cómo sería cuando me pasara a mí, si legaría a vivirlo o no, si aunque sea podría conocer a mi hijo. También me sentía angustiada porque, en caso de que todo saliera bien, era una completa inútil, algo que había comprobado esa mañana, porque ni siquiera podía tener una criatura en brazos sin temblar como una hoja.
-¡AAAAHHH! –grité cuando abrí los ojos y vi a Rich sentado a mi lado–¿¿¿Cómo entraste acá???
-Tengo llave, ¿te olvidaste? –sacudió el juego de llaves que un par de días antes le había regalado.
-No te escuché, casi me infarto.
-Te vi muy dormida, quiere decir que estabas cansada.
-Ni me di cuenta que me dormí. Ufff, es tarde ya.
-¿No ha vuelto a moverse? –susurró, apoyando su mano en mi vientre. Creí que me infartaría, sí, pero de puro amor.
-No. Quizás fue mi imaginación, no sé bien qué se debe sentir, y además me parece muy pronto para que lo haga.
-No creo que lo hayas imaginado. –me dio un beso y cuando se separó me miró serio–Mercy, vos no estás bien, ¿no?
Suspiré y me senté, acomodando la manta con mis dos manos.
-No puedo evitarlo. Lo siento, quisiera ser una chica feliz e ilusionada, pero tengo miedo. Y además, ya viste hoy, soy una inepta, ni siquiera sé cómo se agarra un bebé, ni qué necesita…No me siento preparada para nada de esto.
-Bueno, digamos que yo tampoco me siento preparado, pero supongo que todo eso se aprende sobre la marcha. Seamos optimistas. Ey, no llores…
Negué con la cabeza y me sequé las malditas lágrimas que me caían.
-Perdón.
Me abrazó y nos quedamos un largo rato así, hasta que me dio un beso en la mejilla y me acomodó el pelo.
-¿Qué creés que será?
-Una niña.
-Pero yo quiero un varón. –replicó sonriendo.
-La que lo va a tener soy yo, y elijo niña. Pensalo, podrías peinarla, a vos te gusta todo eso.
-Visto así…Bueno, que sea niña y después intentamos nuevamente para tener un varón.
-Rich, no se puede. –dije seria–Esto es todo un riesgo, y pasarlo otra vez es imposible.
-Lo sé. Será hijo o hija única. Pobre.
-La maldición de los hijos únicos. Ayy me da pena, ¡los dos sabemos que es horrible! En fin, adoptemos una cabra.
-Qué familia rara –rió–¿Te das cuenta? Seremos una familia, cuando hasta hace un tiempo nuestra única preocupación era aprobar biología.
-Cosa que no hiciste.
-¿A quién le importan las plantas y las células? Y vos aprobaste porque le caías bien a la profesora, nada más. Eras la única que no se burlaba de su bigote.
Me tapé la cara con la manta a la vez que asentía y me reía al recordar a la pobre mujer.
-Ahora se querrá morir al ver al salvaje de Lennon y al irresponsable de Starkey ser famosos. Rich, ¿me prometés algo?
-Sí Mercy, tendremos cabras…
-¡No es eso! Prometeme que nunca cambiarás. Ni aunque tengas mucho dinero y seas megafamoso. Así sos bueno, no sólo conmigo, con todos. ¿Lo prometés?
-Lo prometo y lo juro. –me dio un gran beso y lo abracé. Sabía que lo prometía de verdad, y estaba segura de que lo cumpliría.  






**********
Bueno Cris, ahí tenés a tu hijo, perdón por el parto tan largo jajajaja.
¡Hola genteeee! De perdones va mi día porque la verdad es que merecen explicaciones y yo se las daré. No pude subir por las siguientes causas: líos personales, exámenes, depresión post exámenes, vacaciones, cero ganas de escribir, y rotura de la computadora. Como ven, fueron unas cuantas, y también explico lo de "cero ganas". La verdad es esa, no tenía nada de ganas de escribir, no se me caía una puta idea cuando me sentaba para sacar algo de mi mente, y encima muuuy pocas veces me senté porque me pasaba eso, estaba haragana y desganada. Así que reitero mi pedido de perdón. Supongo que para el próximo ya no tardaré, o eso espero. 
Le mando un saludo a Cami, una nueva lectora! Bienvenida!
Y ahora me despido, que me llaman a comer y tengo que ir a clase (putas clases...).
Saludos!!!