16 abril 2015

Capitulo 97 Temores y miedos

No podía parar de llorar. Al parecer, mi vida tenía una competencia con las vidas de otras personas tan desafortunadas como yo para ver cuál sumaba más desgracias. En ese momento, mi vida estaba ganando con amplia ventaja.
El viaje en tren junto a Jonathan había sido tranquilo. Por supuesto había dormido durante todo el trayecto mientras él avanzaba unos cuantos capítulos de una novela filosófica que lo tenía enganchado. Por cosas extrañas, el tren iba rápido, o simplemente viajaba poca gente y no se detenía durante mucho tiempo en cada estación. Fue así que llegamos antes del horario previsto y mi madre, que se había ofrecido para ir a buscarnos, aún no estaba esperándonos. Bajamos con tranquilidad, y fue ahí que supe que algo no andaba bien. Una punzada penetrante me hizo doblar de dolor. Traté de disimular, pero era demasiado evidente en mi cara.
–¿Te pasa algo? –vi en Jonathan su clásico rostro de preocupación.
–Me duele mucho. –con ambas manos me rodeé el vientre–Voy al baño.
–Te acompaño.
–No podés entrar al baño de mujeres –quise reírme para tranquilizarlo, pero sólo conseguí una mueca–Ya vuelvo.
–Mmm… está bien, me quedaré acá esperando a tu madre.
Cuando estuve en el baño confirmé lo que ya sabía, aunque no quería encontrame con lo que me encontré: allí había sangre, bastante. Todo se había terminado.
Le di un puñetazo a la puerta, llena de rabia e impotencia. No podía ser que siempre las cosas se torcieran tanto.
Al parecer estuve bastante tiempo allí, porque de pronto escuché la voz de mi madre.
–¿Mercy estás acá?
–Sí, mamá.
–¿Estás bien?
–No.
Y allí estaba, sentada en mi antigua cama, en la antigua habitación de mi antigua casa, tratando de frenar las lágrimas que de pronto me salían sin parar, con Jonathan insistiendo para que aunque sea tomara un sorbo de agua, Harry sólo mirándome con preocupación, mi madre llamando desesperada a Cyril y yo conteniéndome de gritarles a todos que me dejaran sola de una vez.
–Ya lo localicé. –informó mi madre  entrando–Mercy, no estés así, por favor.
–¿Y cómo voy a estar?
Se sentó a mi lado y me abrazó. Miró a Jonathan y a Harry, que enseguida comprendieron que debían irse. Una vez solas, me secó las lágrimas.
–Hija, esto sólo puede ser un susto…o no. Necesito que seas fuerte.
–Mamá, ya no puedo más. Todo me sale mal, estoy cansada de esto, pareciera que estuviera meada por diez tiranosaurios.
No respondió nada, sólo me masajeó la espalda.
–A veces en los embarazos hay pérdidas. Yo misma las tuve con vos, y eso que todo iba bien y era sana. Me asusté mucho, a todas les pasa eso, es un impacto muy grande. Pero si te calmás y tratás de sentir, te darás cuenta si él está, o ya se ha ido.
–¿Esa es la famosa intuición maternal?
–Supongo. Relajate y…si todo no es como esperamos, no te desesperes. Las cosas pasan por algo.
–Tengo que llamar a Richard, debe saberlo.
–Mejor llamá cuando sepas todo, ahora sólo lo preocuparás, y está lejos.
Golpearon la puerta y Harry se asomó.
–Ya llegó Cyril y el otro doctor.–No terminó de decir esto que Cyril ya estaba dentro de la habitación. El otro doctor era el ginecólogo, el señor un poco viejo y que parecía más tímido para entrar.
–¿Cómo estás?
–No muy bien, Cyril.
–¿Qué te duele?
–Aquí. –señalé mi vientre, angustiada.
–¿El pecho, la cabeza? ¿Estás mareada?
–Nada.
Igual me auscultó y me tomó la  presión. Todo estaba en orden. Después, como si todos supieran lo que seguía, se fueron y me dejaron con el otro doctor.
–Necesito que te recuestes. –dijo con una sonrisa–Y que te bajes la ropa.
En otro momento hubiera hecho alguna broma tonta o protestado de puro nervio, pero obedecí son decir una palabra, no me importaba nada.
–¿Cuánta sangre viste?
–Bastante.
–Mmm…¿a qué le llamás bastante? ¿Cómo en un primer día del período?
Negué lentamente, si eso le parecía bastante, con lo que le iba a decir ya tendría una certeza para nada feliz.
–No, como un segundo día.
A la vista estuvo que fue incapaz de reprimir un suspiro. No preguntó más nada, sólo se dedicó a revisarme y no sé muy bien qué hizo ni por cuánto tiempo porque ya no estaba ahí, estaba conmigo misma, autoconsolándome y pensando qué le diría Richard cuando supiera la verdad.
–Mercy.
Abrí los ojos, saliendo de mis pensamientos. No pude creer que sonriera.
–Tengo buenas noticias.
–¿Qué? ¿De verdad? –me incorporé.
–Todo está bien, no ha sido nada más que sangre.
–¿Pero eso no es grave? –pregunté incrédula.
–Lo es, pero sólo fue eso y nada más. Tu bebé está bien, y vos también.
–¡Ay doctor, venga! ¡Lo amo! –extendí los brazos hacia él.
–Un momento, un momento.
–¿Qué? ¿Pasa algo más?
–No, solo quiero decirte que esto fue un importante aviso. A partir de hoy, reposo. Y con reposo me refiero a guardar cama. Podés salir a caminar, sin cansarte y mirando bien por dónde caminás para no caerte, y sólo si el día está templado. Y nada de fuerzas, disgustos, emociones fuertes…
–Emociones fuertes. Voy a casarme, eso será una emoción fuerte para mí.
–Bueno, tratá de que no te afecte tanto. Mercy, debés cuidarte. Más que una orden, es un ruego.
–Tranquilo doctor, lo haré. Debo cuidar mucho a mi bebé.
Cuando se fueron, mi madre entró con un vaso de jugo de naranja.
–¿Mejor?
–Mucho.
–Qué bueno verte sonreír. Este jugo recién exprimido te ayudará. ¿Vas a llamar a Richard?
–Creo que ahora no, no pasó nada, no es necesario.
–¿Creés que no es necesario? Se dará cuenta cuando vuelvas y así, de pronto, tengas que hacer reposo. Sospechará que algo te pasó acá, no se lo ocultes.
–Es que no sé cómo decirle, igual se pondrá como loco y querrá venir, y no quiero perjudicarlo, están ensayando para la gira, o para otro disco, o algo así…
–Mercy, ¿se irá de gira con vos así? –me miró angustiada–¿Quién te cuidará entonces? Si tan sólo vivieras aquí…
–Otra con Londres. Él también quiere que nos mudemos.
–Me parece lo mejor. ¿Querés que lo llame? Después de todo, nunca he hablando bien con él.
–Está bien, pero no le digas sobre Londres, ni sobre la gira, ni nada. Sólo hablale de lo que pasó.
–Eso haré, tranquila.
Con desconfianza le di mi libreta de teléfonos y escuché agazapada detrás de la puerta su conversación. Cumplió, no le habló de nada más que de lo ocurrido y lo convenció de que se quedara en Liverpool. Al final, hasta la escuché reír y bromear con él. Sonreí, las cosas iban bien otra vez.




Dos días después, el cielo amaneció completamente despejado y el calor, que ese verano brillaba por su ausencia, al fin apareció. Empujé las mantas y me levanté de la cama, dándole una patadita a Jonathan, que dormía en un colchón a mi lado. La habitación de huéspedes estaba tan llena de trastos que no se podía entrar, y él decía que dormir en el suelo enderezaba la espalda. Además, mi madre no hacía ningún escándalo porque sabía de la condición de Jonathan y él no era un peligro dentro de la habitación de una señorita como yo. Obviaba, por supuesto, que la señorita ya estaba embarazada.
–¿Qué hacés? –se quejó–¡Ey, no podés levantarte!
–Claro que sí, hace un día espléndido, quiero caminar. Y tenemos que hacer algo importante, a eso vinimos.



–No te movés de acá.
La voz de mi madre fue terminante, como siempre que daba por finalizada una conversación.
–Pero mamá…
–Nada. No podés salir, la casa del modisto está muy lejos, no podes llegar caminando. ¡Por Dios Mercy, hace dos días casi perdés un embarazo! Dejá esa terquedad por unos meses.
–Pero el vestido es muy importante...
–Ya lo sé, pero no podés salir de la cama directamente a la calle. Te llevaré.
–Mamá, no. Ya sabemos que tenemos gustos muy distintos y todo termina de una misma forma: peleándonos. Y yo no puedo pelearme con nadie.
–Y eso es un gran sacrificio para ella. –rió Jonathan.
–Ya lo creo que será un sacrificio. Está bien, como siempre, ganaste. Jonathan, te pido encarecidamente que cuando la veas aunque sea mínimamente cansada, la hagas frenar, que se siente, le comprás agua y parás un taxi y vuelven.
–Pierda cuidado señora Elizabeth, así haré.
No hizo falta que Jonathan aplicase las órdenes  de mi madre, ya que descansé en cada tienda a la que entré para comprar ropa, o pavaditas para el bebé. Debía confesar que le había tomado el gusto a aquello, y me encantaba imaginar cómo le quedaría, en qué ocasiones lo usaría…
Al fin llegamos al negocio del modisto, un lugar que parecía muy lujoso. No sabía que mi madre frecuentaba lugares así.
–¿Trajiste la revista?
–Claro. –Jonathan dejó en el suelo todas las bolsas que le había hecho cargar y rebuscó en su mochila, hasta que sacó una revista doblada.
Apareció una chica bajita y pelirroja, muy simpática.
–¡Hola! ¿Qué deseaban?
–Emm…Vengo por mi vestido de novia. –en ese momento tomé plena conciencia de lo que acababa de decir. Yo. Pidiendo un vestido de novia. Aquello no podía ser.
–¿Ya está hecho?
–No, no, en realidad...digamos que…sería la primera vez que vengo y…
–¡Ah, aún no tenés  nada! –exclamó, seguramente acostumbrada a los repentinos nervios de las novias–Entonces deberán ver a Félix, ya lo llamo.
Desapareció detrás de una pesada cortina de terciopelo y esperamos viendo fotos de vestidos de todo tipo que colgaban en las paredes. Entró una chica acompañada  de otra y la empleada pelirroja las hizo pasar a una sala para probarle su vestido. Desde detrás de la cortina apareció un hombre alto, rubio, de traje blanco y…claramente gay. Vi que a Jonathan se le iluminaron los ojos.
–Hola soy Félix, como el gato. –rió–Katy me dijo que es la primera vez que venís. Pasen, veamos qué te gustaría.
Lo seguimos pasando la cortina, caminando por un pasillo corto, y entrando a una sala con muchos espejos, maniquíes, máquinas de coser, y telas por aquí y por allá.
–No seas puto. –le di un codazo a Jonathan, riéndome.
–¡Yo no soy eso! Ya te dije que esos son los que se acuestan con cualquier tipo, ¡y ya no soy así!
–Como digas…Pero sé muy bien cómo se mira a un hombre guapo, y estás haciendo eso.
–Habla la gran experta, que nunca tuvo ojos para otro que no sea el faroles azules.
Dejamos de reírnos cuando Félix se dirigió a nosotros para que nos pusiéramos cómodos en unos sillones.
–¿Cómo es tu nombre?
–Mercy Wells. Quizás conozcas a mi madre, Elizabeth.
–¿Sos la hija de Ellie? ¡Claro que la conozco, ha venido varias veces!
Sonreí, jamás supe de alguien que llamara Ellie  a mi madre.
–Perdón, ¿pero él es tu novio? Porque el novio no debe ver el vestido de la novia, es de mala suerte.
Jonathan se echó a reír, y yo también.
–Soy su amigo. –aclaró.
–Excelente idea venir con un amigo de confianza, siempre ayuda. ¿Y bien? ¿Qué te gustaría?
–Dale la revista. –le guiñé un ojo. Jonathan le alcanzó la revista donde habíamos visto el vestido que nos encantaba. Dejé que él se hiciera cargo de las explicaciones.
–Le gustó éste ni bien lo vio, y creo que le quedaría bien.
–Es muy bonito, y claro que le quedaría bien. ¿Con alguna modificación o sólo así?
–Creo que la falda no tendría que ser tan amplia porque…–dejó su entusiasta explicación y me miró.
–Es que estoy embarazada.
–Ah, entonces una falda amplia te haría notar más la pancita.–sonrió–¿De cuánto estás?
–Casi cinco.
–¡Qué dulce! Me encantan los bebés, mi hermana tiene uno de dos meses y amo cambiarlo.
–Yo aún no lo sé. –reí.–Me da miedo que se me caigan o cosas así.
–Ya aprenderás. Bien Mercy, te tomaré las medidas y luego te mostraré las telas para que elijas la que más te guste. Blanco, ¿no?
–No.
–Mercy, ¿qué tiene que ver el color con que estés embarazada? –Jonathan se quejó–No les hagas caso a las viejas.
–No es por las viejas, simplemente no me gusta el blanco. Quiero que sea blanco pero no súper blanco.
–¿Blanco roto, tiza…?
–Cualquiera, menos blanco impecable, no soy una maldita lámpara fluorescente.
Félix se echó a reír y dijo que coincidía aunque para él su color favorito era era ese, por eso se dedicaba a vestir novias.
Luego de una hora, mucho más de lo que había estado en una tienda de ropa en toda mi vida, nos fuimos. Cuando volvimos a casa ya era mediodía, así que almorcé y me fui a la cama. Jonathan volvió a salir, alegó que quería comprarse zapatos para la boda. Desperté unas horas después, cuando lo escuché armar su maleta, ya que a la mañana siguiente volvíamos a casa.
–¿Compraste los zapatos?
–No conseguí.
Lo dijo con una sonrisa, muy extraño porque conociéndolo, no conseguir algo que le gustaba lo enojaba y lo frustraba.
–Me parece que vos no fuiste a comprar zapatos.
Amplió  aún más su sonrisa y se sentó en mi cama.
–Fui a ver a Félix.
–Y decís que no sos pu…
–Mercy, es amor.
–Ey, ¿no vas un poco rápido? ¿Amor?
–Amor a primera vista, sí. Yo creo en eso.
–Bueno, a mí me pasó algo parecido aunque tardé en darme cuenta, o aceptarlo…Por lo que veo, te fue bien.
–Fui, dije que habíamos olvidado hablar del tema del tocado, cosa completamente cierta.
–Jonathan, no quiero tocado…
–Me da igual, usé esa excusa. Le llevé una rosa, blanca. ¿No soy un genio? –Sí, lo que digas. ¿Y qué más?
–Charlamos de eso y…le pedí su número de teléfono. Me animé y lo hice. ¡Es italiano! ¿Podés creerlo? Aunque yo ni me di cuenta. Me contó que está algo triste porque su pareja lo dejó por una chica.
–Qué traición. Aceptalo, las mujeres siempre seremos la mejor opción.
–Las amo, pero no de la forma en la que debería, lo siento. Mercy, ¿creés que esta vez tendré suerte?
–¿Por qué no? Pero andá con cuidado, te ilusionás muy rápido. Perdoname que te lo diga, pero sos muy inocente.
–Ya lo sé. –bajó la mirada–Él parece diferente, lo veo buena persona, como tu faroles azules.
–No te metas con mi faroles.
–¡No seas tonta! –rió–A tu Richard lo veo como un amigo que es buena gente. Yo no le conté nada de mi pasado, ¿creés que si empezamos algo y si se lo cuento, me dejará?
–¿Cómo te va dejar por eso? Sería de imbécil. Algunos tienen suerte, como él que tiene una gran tienda, y otros no, como vos. Aunque vos casi tenés tu propia tienda también.
–Sólo soy tu empleado del mes. –sonrió.
–Jonathan, tenía pensado decirte que te hicieras cargo de la tienda. Tendré que venirme  a Londres, no me queda más remedio, y no pienso cerrar mi negocio. Pero si empezás algo con Félix, también querrás estar en Londres…
–Mercy, ¿planeabas dejarme a cargo de la librería?
–Sí, pero ahora sólo sería un inconveniente para vos y…
Me dio un abrazo sorpresivo que casi me dejó sin respiración.
–Gracias por tu confianza. Me haré cargo, lo prometo, jamás será un inconveniente. Gracias por tanto, Mercy.





Creo que el tren no alcanzó a llegar que Richard ya estaba arriba, besándome y agarrando mi maleta y mis bolsas, todo a la vez.
–¿Cómo estás, cómo estás, cómo es…?
–Estoy bien, estoy bien, ¡estoy bien! ¿Lo ves? Entera y hasta más gorda. No hay nada que hacerle, la comida de mi madre alimenta de verdad. ¿Cómo estás v…?
No pude seguir, estaba besándome otra vez y sonreí para mis adentros, sintiendo esas locas maripositas que esperaba y deseaba con todo mi corazón que jamás se fueran.
–¿Qué pasó? –dijo separándose–Tu mamá ya me contó pero igual quiero saber.
–Sólo un susto, pero debo hacer reposo absoluto. Y no te preocupes, vos seguí con las cosas de la banda que yo me arreglo sola.
–Pero…
–Pero nada. Si voy a ser tu esposa tengo que ayudarte con tu trabajo y no vivir cargándote de problemas. Así que vos ocupate de todo lo que tengas, yo estaré en la cama, durmiendo. Que además, es mi especialidad.
Sonrió apenas, asintiendo.
–De todos modos te cuidaré al máximo.
–¡Oigan! ¿No piensan bajar?
Vimos al guarda, que asomado desde el andén nos miraba enojado.
–Sí, ya bajamos.
Jonathan, que ya estaba abajo, se partía de risa mientras Richard despotricaba contra los guardas insensibles.
–Tengo una pequeña sorpresa en tu casa, pero no sé si te gustará.
–¿Sorpresa? ¿Y por qué no me gustaría?
–No sé, quizás te incomode.
Durante el camino en su auto pensaba qué podía ser aquella sorpresa, así que sólo hablé para despedirme de Jonathan, que insistía en que lo dejáramos en su casa porque debía hacer un llamado importante. Le deseé suerte con su italiano y pronto llegamos a casa. Cuando abrí la puerta vi que estaba una mesa dispuesta con flores, globos, y comida.
–¡Hola Mercy!
Sorprendida, abracé a Elsie.
–Richard me propuso hacerte una comida especial que te gustara para recibirte, y a último momento se echó para atrás.
–¿Cómo es eso? –lo miré curiosa y divertida.
–Es que…–bajó la vista–es tu casa y me pareció una intromisión que entrara yo y también mi madre y…
–Elsie, educó demasiado a su hijo, ¡mire lo que dice! Si me encanta la sorpresa, ¡y lo que se huele desde acá!
–¿De verdad? –preguntó tímido.
–De verdad, tonto. Es un detalle precioso. –le di un beso pequeño para no andar escandalizando a la que iba a ser mi suegra.
–Bien, los dejo solos.
–¿Qué? No Elsie, quiero que se quede, y su marido también quiero que venga.
–¿Te parece?
–¡Claro, sino no los estaría invitando! ¿O vos querías que comiéramos solos? –miré a Richard, que parecía más que contento.
–No, me encantaría que almorcemos todos juntos.
–¡Perfecto!
Almorzamos juntos y charlamos animadamente, aunque mil veces tuve que explicarles que me encontraba bien. Se los veía felices de tener un nieto, y a mí me hacía feliz que ellos lo estuvieran.
Luego fui a acostarme, agradeciendo tener una suegra que, según parecía, me quería mucho. En eso no me podía quejar: Elsie y su marido me aceptaban y querían, Harry era un padrastro que se preocupaba por mí como si fuera su hija, y Mimi ya era como mi segunda madre. La gente mayor me caía bien, y yo a ellos.
Cuando desperté fue porque escuchaba ruidos raros. Quizás estaba soñando con mi hijo, porque escuchaba quejidos de bebé, pero parecían demasiado reales. Abrí los ojos y sí, eran reales porque había un bebé al lado mío. ¿Pero qué mier…?
–¡Saludá a la madrina Mercy!
–¿Cris? –me incorporé–¿Qué estás haciendo acá?
–Hermoso recibimiento, vos siempre tan educada. Traje a tu ahijado para que te visite.
–Bueno…¡Hola a los dos!
–Richard se fue con el señor padre de esta criatura, así que me quedé a cuidarte. Obedecerás mis órdenes, ¿está claro?
–Como digas, jefa. Ey, qué bonito está este bebé…
–Tenelo.
–No, no sé.
–Te voy a dar lecciones, practicarás con mi hijo y eso me da bastante sufrimiento pero todo sea por salvar a otra criatura de una madre inexperta. ¡Ay, compraste ropa! –miró dentro de las bolsas que habían quedado desparramadas–Hay cosas tan bonitas, le compraría todo a Jack, ¿verdad bebé?
Jack pareció sonreírle desde su lado en mi cama, lado del que yo no osaba moverlo.
–Vamos, agarralo, no se va a romper. Es así. –me lo puso en brazos, la criatura, por supuesto, se largó a llorar.
–¿Ves que no sirvo?
–Shh. Hablale, movelo despacito. Acunalo.
–¿Pero qué le digo?
–¡Y yo qué sé! Algo lindo, no el pronóstico del tiempo.
–Bueno…Hola Jack, no llores, estás con tu madrina, ¿te acordás de mí? Te regalé un tren, muy pronto jugaremos con él.
–John ya le gastó las pilas.
–Tu padre es un desastre, nunca seas como él. Ey, mirá, ya se calmó.
–¿Ves que no era tan difícil? Hasta tiene ganas de quedarse dormido. –le acarició la cabecita y Jack pareció adormilarse aún más–Contame qué te pasó allá.
–Fue horrible, pensé lo peor. Tenía dolor, había sangre, un desastre. Ahora tengo miedo, ¿mirá si se repite?
–No, no te pasará otra vez si te cuidás bien. Nada de locuras, ni…
–Cris, creo que tu hijo se hizo encima.
–¿Otra vez? Ya me parecía.
–¿Lo puedo cambiar yo?
–Como quieras. Iré por las cosas.
Con cuidado salí de la cama y me puse unas pantuflas, mientras ella bajaba por el bolso.
–Bien, ya estoy acá. Te explicaré cómo se hace, no es difícil.
Rápidamente me dijo algunas cosas  y rápidamente aprendí. Jack ni se enteró de las manipulaciones que le estaba haciendo y eso era señal de que lo hacía muy bien, o que él tenía mucho sueño.
–Cuando tengas práctica, lo harás cada vez más rápido, incluso irás superando tus propios récords. Lo pondré en su coche así se duerme tranquilo. Y vos, a la cama.
–Pero…
–A la cama, Wells.
Protestando, me metí otra vez y me tapé hasta la cabeza. El teléfono sonó, estridente, y lo puteé por hacer tanto barullo cuando Jack se había dormido. Atendí enseguida para que se callara de una vez.
–¿Quién habla? –dije con todo mi malhumor.
–Soy Cyril, ¿estás enojada?
–Ah, Cyril…–Cris se sentó a mi lado, atenta–Sí, estoy enojada porque casi despertás  a un bebé con tu llamada.
–¿Un bebé? ¿Ya pariste y no me enteré?
–Qué bobo sos. Es mi ahijado.
Escuché su risita y por detrás el sonido de una ambulancia. Claramente estaba en el hospital.
–¿Cómo estás? ¿Tenés dolores?
–No, me siento perfecta.
–Me imagino que estarás cumpliendo las órdenes del médico.
–Por supuesto, estoy en cama, y hoy almorcé abundante.
–Bien, al fin te portás como se debe.
Se hizo un pequeño silencio y hubiera pensado que la comunicación se había cortado de no ser por el barullo que se escuchaba.
–¿Cyril, estás?
–Ah sí, sí. Mercy, quiero decirte algo.
Cris ya tenía la oreja pegada al tubo del teléfono e intentaba escuchar. Me miró asustada al oír eso.  
–Colgá. –susurró.
Negué con la cabeza.
–¿Qué tenés que decirme?
–Bueno…he empezado a salir con Flor.
Escuché el suspiro de alivio de Cris, pero igual nos miramos extrañadas, con cara de “¿Y con eso qué?”
–Ahh…¿Y por qué me contás eso?
–Porque somos amigos.
Otra vez nos miramos sin entender nada, y ella me hizo señas con los dedos en posición de tijera, para que cortara aquella conversación.
–Cyril, no somos amigos. Yo soy tu paciente, vos mi médico, y nuestra relación es esa aunque bastante estrecha.
–Tenés razón, no debí decir eso. Sólo que ya sabés lo que me pasa con vos, y quería decírtelo.
–¿Para qué? ¿Para que te de mi permiso?
–No Mercy, no…Solamente para informarte.
–Ok, ya estoy informada, pero de todos modos no creo que sea obligación que me digas, es tu vida y hacés lo que querés.
–Ya sé que no es obligación. Sólo quería decírtelo aunque entre nosotros nuca haya pasado nada.
–Exacto, nunca pasó nada. Suerte, parece buena chica.
–Lo es. Ah, recordá que en quince días tenés que hacerte controles.
–Lo recuerdo, tranquilo. Nos vemos.
–Nos vemos, Mercy.
–Por Dios, ese tipo…–dijo Cris ni bien colgué–¡Está loco! Más bien, loco por vos.
–Me da pena.
–Pena, pena…Para mí es un pesado. Espero que se le pase el metejón cuando salga más veces con esa otra chica.
–Eso espero, porque hasta me siento culpable. No debí haberlo besado aquella vez.
–Lo hecho, hecho está. Que se arregle como pueda, ¿qué vas a hacer? Porque es tu médico  y nada menos que cardiólogo, y esos son peligrosos, que sino, me escuchaba. Concentrate en vos y en ese bebé que tenés ahí.
Asentí, tenía razón. Cyril me daba pena, pero era hora de que entendiera que no me interesaba, que ya tenía mi vida más o menos armada pese a que los resultados podía no ser como los esperaba, pero él debía entenderlo y hacer su vida.





Jonathan abrió los ojos como platos cuando me vio entrando a la librería.
–¡Por las cuentas del rosario! Mercy Wells, ¿qué hacés acá?
–Hoy es un día templado, la librería está cerca, por lo tanto no me cansé, vine sólo por un rato, estaré sentada y no levantaré ninguna pesada enciclopedia. Hola, ¿qué deseaba? –saludé a una clienta que acababa de entrar. Jonathan no me quitó de encima sus ojos enojados.
La clienta quería unos libros que estaban en unos estantes altos, así que le dije a Jonathan que subiera a una escalerita y me los alcanzara. Así le hacía ver que me portaba bien, y reafirmaba mi autoridad de jefa total y malévola. Me los alcanzó, todavía clavándome su mirada.
–Esta mañana llamó Félix. –dijo mientras la clienta hojeaba los libros. Su mirada se transformó.
–¿Llamó o llamaste?
–Llamó. –sonrió–Dijo que ya tiene casi terminada la parte de arriba de tu vestido.
–Qué rapidez. ¿Los lleva?
La mujer asintió y sacó su billetera.
–En unos diez días te espera.
–Nos espera, querrás decir.
Rió y despedimos  a la clienta, que casi chocó con el, siempre atropellado, John.
–¡Mercy Wells! ¿Qué se supone que estás haciendo acá?
–¡John Winston Lennon! Lo mismo te pregunto. Dudo que hayas venido a comprar un libro, básicamente porque no sabés leer.
–El reposo te afila más la lengua, ¿eh? ¿No era que debías estar en cama? Yo no veo ninguna cama por aquí. Vamos, a casa, ya.
–No me hables como si fuera un perro. No voy a ir, recién llegué y estoy muy bien. Y todavía no me dijiste a qué venís.
–Pasaba, nada más. Playboy no vendés, ¿no? Ah cierto que sos una futura madre.
–Dale, seguí jodiendo y le digo a tu mujer lo que andás buscando, para que esta noche haga tortilla de papas y huevos. Los tuyos.
Jonathan largó una carcajada y John se me acercó para despeinarme, como siempre.
–Hay que verte…Es la primera vez que estás gordita. Bah, gordita, al fin tenés una contextura de persona, no de escoba. ¿Te estás cuidando?
–Sí.
–No sé porqué debería creerte si la última vez que te pregunté eso también me dijiste que sí y a los dos meses me enteré que estabas embarazada.
–¡Nunca me preguntaste nada!
–Es verdad, creo que no. No me comporté como un verdadero hermano, debería haberte dicho para que te cuidaras de ese arbusto salvaje que te preñó.
–¡No soy una vaca!
–Bueno, bueno…Ahora en serio, ¿de verdad te estás cuidando?  No tendrías que estar acá.
–Ya te dije que estoy bien, no me pasó nada. ¿Vos estás bien?
–Excelente. En nada otro disco. Escuchá a mis fans, Wells: “¡John te amoooo!”
–Sigue en pie lo de decirle a Cris sobre la tortilla, ¿eh?
–Ay no se puede bromear con vos. Ey, ¿ya pensaron nombres?
–Ehh…no.
–¿No? ¿Pero qué clase de padres son? Ya lo veo: la criatura nace y si es niño, Richard, y si es niña, Mercy. La imaginación al poder.
–Es que aún no sé…
Jonathan dejó caer delante de mí un libro de nombres y chocó su mano contra la de Johm que reía como loco.
–Entretenete, pero apurate. Aunque, yo sé que…No, creo que no debería decirte.
–John, ¿para qué empezás a hablar si no vas a terminar?
–Ay, está bien. Escuché a tu…¿cómo llamás al futuro marido de esta cosa? –miró a Jonathan
–Faroles azules. –rió.
–Escuché al faroles azules decir que él ya tiene nombres pensados. Si no te dijo nada, lamento informarte que la comunicación en la pareja no es buena, y la comunicación es la base de t…
–Ay basta John, me hacés doler la cabeza con tanta cosa. ¿Dijo eso?
–George le preguntó, porque es un chusmo. Y él contestó eso. Fijate que no sea algo horrible, como Tancredo o Antonieta, que ya sabemos que tiene gustos raros, con el sólo hecho de casarse con vos…
–Preguntale. –Jonathan también insistió–Y elegí vos, que sos la que lo tiene.
–Tenés razón, ella lo va a parir, ella elige el nombre.
–John y Jon, ¿me dejan en paz?
–Está bien, comadre. ¿Y quiénes serán tus padrinos de boda? ¿Puedo yo?
–No.
–¿Por qué?
–Porque no. No sé quién podría ser…
–Tendrías que elegir el padrino, y Richard la madrina.
–Será su madre, seguro. Dale, ¿puedo ser yo?
–Te dije que no. Elegiré a Harry.
–¿Harry? ¿Qué Harry? ¿El marido de tu madre?
–Sí.
–¡Si lo odiás!
–Ay John, nunca lo odié, simplemente me caía mal por el papel que tenía en mi familia, pero es bueno, y sé que me quiere, y yo le he tomado cariño.
–No te creo.
–Si tu tía tuviera novio…
–¿Mimi con novio? ¡Ay quiero ver eso!
–Supongamos que lo ves. ¿Qué harías?
–No sé, reírme.
–Hablo en serio.
–No me gustaría mucho…Es mi tía, ¿qué tiene que hacer un tipo en su casa? No, no.
–Pero si ese novio de tu tía, fuera una persona honesta, que le hace compañía, no la hace renegar como vos, y ves que ella se siente bien, ¿lo odiarías?
–Pues…no. No tendría razones, la verdad. Y trataría de llevarme bien con él, pero ya tomarle cariño…
–Bueno, yo comprendí eso, y después terminé tomándole cariño. No como un padre, claro.
Asintió con lentitud, al fin se había puesto serio. Después levantó la vista.
–Mercy, ¿me acompañás a un lugar? No es lejos.
–Claro.
Nos despedimos de Jonathan y lo seguí sin saber muy bien adónde me llevaba. Hasta que me di cuenta.
–John, ni sueñes que iré a Strawberry Field.
–¿Cómo lo supiste?
–Repito: no iré. No puedo andar saltando tapias, además, ¿para qué?
No contestó, sólo me agarró de una mano y prácticamente me arrastró allí.
–Hace mucho que no venía.
–Yo también. ¿Y qué hacemos acá? –me agarré a uno de los barrotes del gran portón.
–No sé…Estoy algo asustado.
Lo miré extrañada, no entendía porqué hablaba así. Me ignoró y continuó.
–Creo que esto se me irá de las manos. Me gusta pero…no sé si podré controlarlo, o mantenerlo. No quiero ser un fracaso al que le fue bien un tiempo y después desapareció. y a la vez, no quiero que esto se agrande. ¿Entendés?
–Sí. Me pasa igual.
–Si vos no estás en la banda. –rió apenas.
–No, pero igual me asusta. Mirá si se la creen y dejan de ser como son ahora y se van con rubias millonarias y  no saludan más a la gente que los conoce de toda la vida…No sé.
–No quiero eso, ni para mí, ni para la gente que quiero. Ahora tengo un hijo, no quiero que nada lo afecte. Ay, todo es un lío, maldito el día que dije que haría una banda.
–John, ese día fue un gran día, ya lo verás. Sólo no hagas cosas de las que puedas arrepentirte. Confío en que lo sabrás manejar, a eso y a tus fans gritándote que te aman.
Rió  apenas otra vez y negó con la cabeza.
–También tengo miedo por vos. Si te pasa algo…eso, ¿qué pasará? No podría superarlo nunca. Bueno, yo no importo, pero si tenés al bebé, ¿qué pasaría? Y Richard, y Cris…y todos. Wells, haceme el favor de no morirte.
–Sabés que no me gusta hacerte favores. –le di un golpecito en el brazo.
–Sos una maldita. Pero prometemelo, aunque sea.
–Te lo prometo, hermano.
–Y yo te prometo que sabré manejar todo esto que ya tengo encima.
–Perfecto.

–Bueno, vámonos, parece que va a llover y no es cuestión que encima te engripes. Ah, ¿sabías que ya le gasté las pilas al tren?






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Hola! Volví! Paso rapido a dejarles este capi y decirles que el capi final ya tiene sus primeros esbozos...Sí, muy triste todo, pero no desesperen, aún quedan cosas en este fic que amo tanto.
Antes de irme, saludo a Aye que ayer fue su cumple!
Nos vemos en el próximo!